ESPECTáCULOS › “BROKEN FLOWERS”, LO NUEVO DE JIM JARMUSCH

Aquellos niños terribles les ceden la palabra a los padres

La comedia de Jarmusch, protagonizada por Bill Murray, plantea en forma graciosa y elegante el tema de la paternidad.

 Por Luciano Monteagudo

¿Qué significa ser padre? El Festival de Cannes ofreció ayer –por momentos bajo una lluvia torrencial, que por la tarde opacó la ceremonia de la alfombra roja– varias respuestas posibles, con dos de los films de la competencia oficial girando alrededor de esa pregunta eterna. El que provocó mayor expectativa fue, por supuesto, Broken Flowers, la flamante comedia de Jim Jarmusch, protagonizada nada menos que por Bill Murray, rodeado por un rosario de actrices poco común: Sharon Stone, Jessica Lange, Chloë Sevigny, Frances Conroy y Tilda Swinton. En la ficción imaginada por Jarmusch (con la colaboración de su mujer, la realizadora Sara Driver), casi todas ellas fueron alguna vez, en un pasado remoto, parejas estables o amantes fugaces del bueno de Murray, que aquí se llama Don Johnston, un verdadero Don Juan, casi a pesar suyo, como sólo es capaz de encarnar el inefable protagonista de Perdidos en Tokio.
Sucede que Don –que nunca se casó y parece haber amasado una importante fortuna con una empresa de computación– está siendo abandonado por su pareja de turno, la francesa Julie Delpy, que le reprocha: “Soy como una de tus amantes, salvo que ni siquiera estás casado”. Y justo en ese momento recibe una carta misteriosa, sin remitente, en un llamativo sobre rosa y con un sello de franqueo borroso, que hace ilegible su origen. ¿Qué dice la carta, escrita a máquina y sin firma? Que aunque él nunca lo supo, fue padre y que su hijo, un muchacho de 19 años, acaba de fugarse de su casa y seguramente salió en su búsqueda. Lo único que atina Don es a quedarse sentado inerte frente al televisor, viendo una vieja película en blanco y negro (La vida privada de Don Juan, que en 1936 fue la última de Douglas Fairbanks) hasta quedarse dormido.
No por mucho tiempo. Un amigo y vecino (Jeffrey Wright), afecto a las novelas policiales, le arma un itinerario –con mapas, reservas de avión y alquileres de autos– y lo manda a la ruta, a investigar quién le mandó esa carta y quién es su hijo. Y en ese viaje, en el que se presenta tocando el timbre sin previo aviso, con un ramo de flores en la mano y una sonrisa impávida en la cara, se encontrará con una suerte de Miss Playboy otoñal (Stone), una avinagrada agente inmobiliaria (Conroy, de la serie Six Feet Under), una gurú new age (Lange) y su ambigua secretaria (Sevigny) y una feroz Hell Angel (Swinton), que lo hace echar a trompadas. De su hijo, ni noticias, pero ya no podrá quitárselo de la cabeza...
Revelación de Cannes 1984 con Stranger than Paradise, que le valió la Cámera d’Or el mismo año que Paris-Texas se llevaba la Palma de Oro, Jarmusch vuelve a encontrarse en esta edición con su amigo y mentor Wim Wenders, los dos anotados ahora en la competencia oficial. Aunque la película de Wenders (Don’t Come Knockin) todavía no pasó por el Palais des Festivals, se sabe que su tema también es el de un padre en busca de su hijo, como la de Jarmusch. Pero salvo por la magnífica composición de Murray, que muy probablemente le valga el premio al mejor actor, la nueva road movie del director de Down By Law y Mystery Train no parece una firme candidata a los premios principales. No es que se trate de una mala película. Todo lo contrario: es graciosa, elegante, siempre agradable de ver. Pero se diría que es un film menor en la obra de Jarmusch, un poco perezoso incluso (como el anterior Coffee and Cigarettes) y donde la estructura episódica va debilitando la película en su conjunto.
No es el caso de L’enfant (El niño), la robusta, impactante película de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne, que se dieron a conocer en Cannes ’96 con La promesa y que tres años después –por decisión del entonces presidente del jurado David Cronenberg, ahora también en competencia– se llevaron la Palma de Oro con la extraordinaria Rosetta (que lamentablemente nunca llegó a estrenarse en Argentina, donde sólo se exhibió en la Semana de la Crítica organizada por Fipresci). Fieles al realismo duro que marca todo su cine, los Dardenne vuelven a ocuparse aquí de los marginados de Europa, en este caso una pareja de adolescentes que vive de pequeños robos callejeros y que acaba de tener un bebé.
Sin ceder jamás al sentimentalismo, queda claro que Bruno y Sonia se aman, pero eso no le impide a él –sin el consentimiento de ella– intentar vender el bebé. Al fin y al cabo, se trata de sacar 5000 euros. Es que en el mundo en el que nacieron y crecieron, la plata y el consumo (una campera de cuero, un estéreo, un auto) lo es todo. “Podemos tener otro...”, le dice cándidamente Bruno a Sonia, como si nada. Quizás ese niño del que habla el título no sea otro que el padre, ese muchacho que deberá aprender solo, de la nada, la responsabilidad que le toca. Y si la película anterior de los Dardenne, la magnífica Le fils, era sobre lo que significa un hijo, ésta no puede sino interrogarse sobre la figura del padre.
Hay una solidez, una austeridad, una nobleza en L’enfant (también podría llamarse, si no fuera por Bresson, L’argent, tal es la circulación del dinero en el film, aunque más no sea un puñado de euros) que son cada vez más infrecuentes en el cine de hoy. Y sería muy injusto que el jurado presidido por Emir Kusturica no reconociera –el próximo sábado, en algún lugar del palmarés– el enorme valor de la película de los Dardenne.

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Jim Jarmusch, Bill Murray y Julie Delpy, entre otros, en la presentación de la película.
 
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