ESPECTáCULOS › “CAMA ADENTRO”, OPERA PRIMA DE JORGE GAGGERO
“Pas-de-deux” de la lucha de clases, en el post-menemismo
Una misma historia, contada de dos maneras diferentes, le sirve al autor de Manhattan para afirmar que la vida (como el teatro) siempre tiene dos máscaras. Y en Cama adentro, Norma Aleandro encuentra la horma de su zapato: la actriz no profesional Norma Argentina.
Por H. B.
Con el estreno de Cama adentro es como si una nota ausente viniera a rematar, de modo tardío, un acorde suspendido en el aire. La nota que faltaba era el director y guionista Jorge Gaggero, parte de aquellas Historias breves que, en 1994, dejaron oficialmente inaugurado lo que se conoció como Nuevo Cine Argentino. Mientras sus compañeros de camada –Lucrecia Martel, Adrián Caetano, Daniel Burman et al– pasaban a formar parte del cine argentino a secas, Gaggero (formado en el Centro de Estudios y Realización Cinematográfica, dependiente del Incaa) completó su formación y dirigió un par de cortos en Estados Unidos. Su primer largo de ficción, además de inaugurar la última edición del Bafici, Cama adentro, anduvo dando vueltas por varios festivales internacionales, ganando premios en más de uno (de Sundance a Toulouse, pasando por Lérida y Bruselas).
Realizada casi en tándem con Vida en Falcon –el magnífico documental que también resultó premiado en el último Bafici–, de modo tangencial Cama adentro admite ser vista como prolongación de Ojos de fuego, el excelente corto con que Gaggero hizo su aporte a Historias breves. Si allí encontraba en el gran Erasmo Olivera la encarnación ideal para ese chico de villa que ponía la casa en llamas, en Cama adentro Gaggero da a luz a Dora, mucama veterana que bien podría ser la mamá de aquél. Presentación en sociedad de la actriz no profesional Norma Argentina (premiada por este papel en el Festival de Lérida), la dura Dora parecería confirmar a Gaggero como notable descubridor de actores. Claro que Norma Argentina debe vérselas aquí con otra Norma (Aleandro), en lo que aparece como un pas-de-deux de la lucha de clases, con la Argentina del posmenemismo como marco.
Ligadas por la muy cultivada relación de amor-odio que suele ser típica de sus roles, desde hace casi treinta años Dora hace las tareas de la casa en lo de Beba (Aleandro), señora con aires de bián que, a pesar de su decadente posición económica, conserva todavía un regio semipiso en (dónde si no) el barrio de Belgrano. Todavía, no se sabe por cuánto tiempo más. Divorciada de un marido-tiro al aire, que sobrevive al frente de un negocio de venta de artículos de golf (Marcos Mundstock, que había hecho un papel en No sos vos, soy yo), Beba dice haberse “asociado” a una de esas cadenas de venta de cosméticos al timbreo, usando fangos volcánicos más para obsequiarle a la mucama que para hacerse unos pesos. Como tantos venidos a menos, el orgullo le juega en contra a Beba, que, por más que le corten la luz y el teléfono, no parece dispuesta a aflojarle al whisky importado. Corre noviembre del 2001, y ya se sabe a dónde fue a parar por esa época la bendita clase media (y hasta media-alta, como parece ser el caso) porteña.
Comedia dramática de cámara sobre fondo semidocumental, en Cama adentro la fineza de observación de Gaggero viene a rellenar una situación dramática rica, aunque seguramente demasiado escueta. Es en los pequeños detalles, antes que en su despliegue, donde Cama adentro encuentra su mayor virtud, y también su mayor limitación. Antes del partido de bridge de todos los viernes, Dora echa whisky nacional en la botella del importado, cuestión de que las amigas de su patrona no adviertan en qué situación está. Alllegar a la estación Alejandro Korn, Dora se ata dos bolsitas de nylon en cada pie, cuestión de no ensuciarse los pies con el barro de la entrada de su casa. “Quédese con el vuelto”, dice Beba sobre el hombro del taxista, como si en lugar de cuasi desahuciada fuera la dueña de Loma Negra. En esta delicada, casi titánica construcción de cada detalle y cada gesto, ambas Normas (Aleandro y Argentina) se revelan como instrumentos afinadísimos.
Prolijamente concebida, actuada y fotografiada, si algo evoca el debut de Jorge Gaggero es –antes que el margen de ruptura deseable en una ópera prima– la irreprochable moderación de un cineasta profesional, con años de oficio encima. De hecho, es posible que Cama adentro represente el indefectible cierre de eso que las primeras Historias breves anunciaron alguna vez: la necesaria inyección de riesgo y novedad, la renovación estética, dramática y generacional. De ser así, el sueño habrá terminado, imponiéndose de aquí en más los hábitos de la realidad.