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Una cuenta regresiva de siete años. Eso es Muy parecido al amor, una comedia romántica que hace algo muy común en el cine más reciente de Hollywood: reunir a una pareja con cero química entre sí, con la esperanza de que su carisma individual alcance para cargar por sí solo con la película. Ellos son Ashton Kutcher, indudable estrella de la serie That 70’s Show, y la ascendente belleza de Amanda Peet, que integra el elenco de otro de los estrenos de esta semana, Melinda & Melinda. Mientras que, pese a su belleza, Peet apenas si se las ingenia para transmitir algo de encanto, hay que convenir que Kutcher es realmente un actor carismático. Pero con eso no alcanza para remontar una película sin alma, que jamás encuentra su cauce, y el que sigue es uno sumamente esquemático, tanto para el romance como para la comedia.
Alcanzando el logro de hacer aburrida una película que arranca con una escena de sexo en el baño de un avión, el director británico Nigel Cole (El jardín de la alegría) presenta la historia de una pareja que tarda siete años en serlo. De ser un encuentro casual pasa a ser una cita de fin de año, luego serán amigos que se llaman cuando cortan, y finalmente el suyo será romance imposible para el cual parecen haber nacido. Pero, lejos de ir creciendo capítulo a capítulo, Muy parecido al amor se desinfla en cada segmento, que comienza con un cada vez más ridículo cartel que anuncia lo que falta para llegar a un hipotético feliz tiempo actual. Eso sí, Ashton Kutcher debe tener una obsesión con el tiempo. O con las paradojas temporales. Porque la clave de aquel torpe y ambicioso proyecto personal, El efecto mariposa, era que el destino del protagonista (y de su entorno) cambiaba al estilo Volver al futuro cada vez que leía lo escrito en su diario personal. Y esta película parece más preocupada por los cambios en la vida de cada uno de los protagonistas luego de cada reencuentro (y en el aburridísimo devenir de cada una de sus separaciones), antes que en las posibilidades de su desangelado romance.