ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A LEONOR BENEDETTO SOBRE SUS PERSONAJES
“La familia tradicional naufragó”
Leonor Benedetto, que impactó con su Amanda de Padre Coraje y ahora vuelve a pegar con su Alberta de Hombres de honor, analiza a sus mujeres carismáticas de la TV, adelanta su primera película como directora y se declara partidaria de apartarse de la moral tradicional.
Por Julián Gorodischer
Su pequeña revolución personal es la actuación exagerada. Leonor Benedetto se reivindica como enemiga del realismo, fervorosa defensora de la distancia entre ficción y realidad. Y así fueron apareciendo Amanda (en Padre Coraje, 2004) y Alberta (Hombres de honor, 2005), sus chicas para nada moderadas, recargadas de erotismo, defensoras de una moral sexual no convencional y deliberadamente intensas. “Descreo del naturalismo en la TV –dice la Benedetto–; prefiero una actuación intensa, que oscile entre los extremos del bien y del mal, y se anime a transitar la oscuridad, la del mundo y también la propia.” Estaba saturada del chisme sobre su romance con Alberto Rodríguez Saá y de las suspicacias que atribuían a ese affaire el subsidio que le permitió filmar su primera película (El buen destino, con Federico Luppi y Luis Luque) y se escapó de la persecución de paparazzi, de la ronda de chimentos, del pedido de descargo. Aquí tampoco hará nada de eso. Apenas vuelve a una tribuna por primera vez en el año para repensar a sus chicas malas de la tele (¡sólo eso!). Querrá disertar sobre masonería y mafia, territorios masculinos que ella viola con saña, como si se cobrara una revancha que viene preparando desde los tiempos de Rosa de lejos.
¿Quieren un objeto sexual? A los que piden, Benedetto les devuelve a su Amanda travestida, a Alberta manchada de sangre... “Avanzo sobre el sexo, sí –dice–, pero nunca dentro de las convenciones.” A sus machos (porque no otra cosa son sus pesos pesados de la pantalla chica) quiere imponerles algún atributo femenino. El desafío es que la mamimafi de este año pueda calentar... “Jamás hubo una mujer jefa de familia mafiosa –sigue–, y está por verse si esa mujer logrará imponer algún rasgo femenino o, por el contrario, se masculiniza.” En ese plan, ella propone. No acata el guión (de Marcos Carnevale y Marcela Guerty) tal como viene: ahora sugirió que apareciera un amigo de Luca –su hijo de ficción– recién llegado de la cárcel, para enredarse con Alberta y provocar estupor en la famiglia. Cree en la pulsión sexual como motor de las cosas. “Si no se la tiene trabajada, te maneja la vida: o por represión o por exceso de concreción. Es bueno manejar esa pizca de descontrol...”
–Antes renegaba de ser sex symbol, ahora se encarga de sexualidades alternativas...
–Me di cuenta de que era inútil renunciar a eso. Yo lo vivía como una carga, no es que haya habido experiencias traumáticas, pero todos los personajes se centraban en eso, me aburría, me quería desarrollar en otro sentido y el medio no me ofrecía lo que yo quería. Pasaron muchos años y me di cuenta de que eso era yo. No soy de las que tiran la pelota afuera y dicen: “No soy sólo una cara bonita”.
–¿Cómo diferencia a la sexy de los ’80 de la de ahora?
–Antes sentía que sólo se me pedía eso y he resistido mucho. Pero he caído en la trampa de que me gustara ese juego. Yo soy una persona muy divertida, tengo muy buen humor, y entendí que la alegría no es de las cosas más bienvenidas. En cambio, los símbolos sexuales actuales se solemnizan, se toman muy en serio las tetas y el culo. Y yo creo que zafé por no prestarme a eso. Lo alternativo surge con la inteligencia, y con responsabilidad. Cuando un ser humano es atractivo no puede volverse sobre sí mismo y creer que es todo para sí. Hay que devolver.
–Se la recuerda por su inusual escena de sexo y travestismo junto a Luis Machín en Padre Coraje...
–Esa escena se me ocurrió para correr un límite y para que esos personajes legalizaran la homosexualidad del otro. Da lo mismo: si yo me visto de hombre y vos de mujer también podemos vincularnos. No tengo ninguna duda de que hay que salirse de la moral tradicional: está en crisis y hace a la gente muy infeliz. Yo no sé si esa otra receta da la felicidad, pero lo probado no la da. La idea tradicional de familia ha naufragado: mamá, papá, los nenitos y la chimenea explotaron en el aire. Una vieja, un gay y un perro tienen todo el derecho del mundo a formar entre ellos una familia, y a lo mejor la tele no está preparada para contarlo, pero hay que arriesgarse.
–¿En qué medida la TV puede no estar preparada para hacerse cargo?
–Ya en Rosa de lejos fui prohibida en unas cuantas provincias argentinas porque era madre soltera. ¿Si podrá la TV contar a estas mujeres violentas, con armas, furiosas? Para no masculinizarlas me ayuda el físico. Pero tampoco le tengo miedo a la masculinización: cualquier ser humano tiene en sí mismo la posibilidad de ser mujer o varón. Y cuando se logra equilibrar, da lo mismo la elección.
–¿Entre sus propuestas figuró la de convertir el funeral de Amanda, de Padre Coraje, en una fiesta?
–Yo tiro ideas y tengo la suerte de ser escuchada. Pero no pido vestirme de bailarina y bailar La Sílfide en el Colón. No soy personalista. A mí me gusta hacerme cargo de esa franja que incluye a judíos, negros, enfermos de sida y mujeres: contar esas historias. Miro a las mutiladas de Africa, a los hombres victimizados, y entiendo que son una tirada de huevos a la humanidad del Primer Mundo. El resto tenemos que asumir que ya no nos podemos hacer las idiotas.
–En ese plan, ¿cuál es la responsabilidad de la ficción?
–La TV tiene que contar los cambios en la familia y en la mujer, y es vil si no lo hace. Si a un espectador se le puede provocar un minuto de conmoción, ya está bien. Pero lo principal es que se atreva a salirse de lugares comunes. La ficción se equivoca cuando quiere parecerse a lo real, no resulta atractiva ni divertida. Hay que zafarla de ahí. Y tal vez una manera de lograrlo sea hacer querible a un personaje detestable. ¿Por qué una mafiosa no puede ser una buena madre? Presentar los opuestos es despertar en el que está viendo la opción, y eso es lo que no hace habitualmente la TV, donde se da todo digerido usando esa frase nefasta de que a la gente hay que darle lo que quiere.
–¿Y de qué otras cosas hablaría si controlara los contenidos?
–Hoy leí el diario, y una noticia me heló la sangre: una mujer indigente se embarazó por onceava vez y le negaron la posibilidad de ligarse las trompas. Nuestras libertades individuales están siendo avasalladas, de eso hablaría, y de esta pobre mujer que seguirá teniendo hijos hasta que se muera. Es la anulación de la libertad de cada uno. En los 40 años que separan a mi ficción de la actualidad, no cambió nada.
–Dos veces dejó la actuación por voluntad propia... ¿Se escapa?
–Siempre que dejo la carrera, algo me trae de vuelta a cachetazos. Soy una buscadora irredenta de placer y cuando la actuación deja de dármelo, huyo. La última vez me fui a hacer programas culturales en Canal à. Y la vez anterior me trajo de vuelta Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristarain. Y las dos veces fueron llamados vinculados a lo religioso los que me convocaron (primero la monja de Un lugar... que la devolvió de España; luego la Amanda de Padre..., madre de un mesías de telenovela). Religioso es re-ligar, volver a unir lo que estaba separado. Sí, probablemente yo sea un ser muy religioso... sin ninguna religión.