ESPECTáCULOS › SE CUMPLEN 70 AÑOS DE LA MUERTE DE CARLOS GARDEL
Principio y fin de un mito
Las discusiones sobre su origen y sobre la tragedia de Medellín marcan aún hoy el pulso de la leyenda gardeliana. El que “cada día canta mejor” sobrevive en el inconsciente de una ciudad que vibra al compás de otros ritmos.
Por Karina Micheletto
Lo primero que se escucha al llamar a la municipalidad de Tacuarembó es un slogan anunciado con voz altisonante: “Bienvenido a la tierra de Gardel”. A continuación, una grabación de ¡Leguisamo solo! da paso al menú telefónico de los trámites municipales de rigor. Quien llegue hasta la ciudad se enterará de que ha sido declarada “Patria del tango” y será recibido por un gran cartel y un monumento a Carlitos. Del otro lado de la orilla, mientras tanto, la Asociación Gardeliana anuncia la presentación de una demanda tras la emisión de una serie de estampillas uruguayas con la cara de Gardel y la leyenda desafiante: “Tacuaremboense inmortal”. Tal es el peso del mito, que una pista falsa sobre el origen de Gardel sigue dando lugar, setenta años después de su muerte, a disputas territoriales. Hoy se cumplen 70 años de su muerte en uno de los accidentes de aviación más recordados de la historia, el de Medellín, y del que, claro, también surgen elementos que aportan a la leyenda. El hombre cuyo apellido devino en adjetivo y su sonrisa en logotipo sigue siendo capaz de alimentar su propio marketing, el que dice que cada día canta mejor.
Pasan los años y las Asociaciones Gardelianas de Argentina, Uruguay y Toulouse siguen sin ponerse de acuerdo sobre el origen del ídolo en disputa, y el tema propicia todavía floridos debates, denuncias y pedidos de ADN cruzados (aunque a esta altura ya esté más que probado su origen francés, tal como terminan de documentar Julián y Osvaldo Barsky en su completa investigación Gardel. La biografía). La tesis uruguaya, sin más asidero que relatos orales y un documento de identidad falso, cuenta que Gardel habría nacido en las afueras de Tacuarembó entre 1882 y 1887, hijo ilegítimo del caudillo militar Carlos Escayola con su cuñada de quince años. Para evitar el escarnio público, Escayola le habría entregado el niño a la prostituta Berta Gardes, quien lo habría traído a Buenos Aires. Pero lo cierto es que los documentos prueban que Gardel nació en Toulouse, con el nombre de Charles Romuald Gardes, el 11 de diciembre de 1890, hijo de Berthe Gardes y de padre desconocido (hay quienes aseguran que su padre habría aparecido, cuando Gardel ya era famoso, y habría viajado a la Argentina para verlo).
La confusión sobre su origen fue alentada por el propio Gardel: en plena Primera Guerra Mundial, y ante el peligro de ser considerado desertor del ejército francés, el cantor obtuvo la nacionalidad argentina consiguiendo primero un documento uruguayo falso (a principios del siglo pasado, la legislación uruguaya permitía la nacionalización con la mera declaración de un par de testigos). A esto hay que sumarle, por supuesto, las deformaciones que el propio Gardel, siendo hijo natural a principios del siglo pasado, hizo sobre su historia en sus distintos relatos, y de su madre, una lavandera y planchadora que llegó a la Argentina huyendo de la condena social y se anotó como viuda al entrar al país.
Si el origen de Gardel es la primera puerta al mito, su fin tenía que correr la misma suerte. Al despegar del aeródromo Olaya Herrera de Medellín, el trimotor F-31 de la empresa SACO que llevaba a Gardel y a su troupe se desvió de la pista y se estrelló contra otro aparato similar, el “Manizales”, de la empresa de la competencia, la alemana Scadta, que estaba preparando su despegue. En el avión de Gardel murieron nueve personas más: Alfredo Le Pera, el guitarrista Guillermo Barbieri, José Corpas Moreno, secretario de Gardel; el piloto Ernesto Samper Mendoza (pionero de la aviación comercial colombiana), los empresarios Celedonio Palacios y Henry Schwartz, el radiooperador William Foster y el agente teatral Alfonso Assaff. Dos días después falleció el guitarrista Angel Riverol. Sobrevivieron el guitarrista José María Aguilar, que quedó ciego, José Plaja, el profesor de inglés de Gardel, que quedó ciego y con amputaciones, y Grant Flynn, el comisario de a bordo, que saltó del avión segundos antes del choque y siempre se negó a hacer declaraciones.
En un avión sin caja negra siempre quedarán dudas sobre lo que realmente ocurrió, pero entre las causas del accidente se consignaron una cadena de factores: el peso excesivo que llevaba el avión, el viento que se levantó en el momento del despegue, la desafortunada maniobra del piloto, el imprudente carreteo del otro avión que esperaba en la pista, la confusión del señalero, que en medio del campo aéreo y sin proponérselo, habría aparecido dirigiendo con sus banderolas dos aviones a la vez. Claro que alrededor de la muerte de Gardel se siguen tejiendo otras leyendas, como la de la promesa que habría hecho el cantor de no viajar nunca en avión, o la de la mujer que lo abordó el día anterior, desesperada, para decirle que no subiera al avión porque iba a morir. Hay otras más literarias, que describen una venganza basada en la enemistad entre los pilotos de las dos compañías aéreas, un tiroteo en el momento del despegue (esto último, sustentado por la bala que se encontró en el cadáver de Gardel, alojada en su pulmón desde una pelea callejera en su juventud), o que aseguran que el cadáver de Gardel fue cambiado y que el cantor siguió vivo, con el rostro desfigurado, recluido en alguna selva inaccesible.
El nacimiento, la muerte y gran parte de la vida de Gardel quedarán envueltos en los velos del mito, tal vez hasta que pase el tiempo y las próximas generaciones puedan despegarse de disputas que parecen anecdóticas. Lo cierto es que, a 70 años de su muerte, tanto repetimos que Gardel cada día canta mejor, que termina siendo cierto.