VIDEOS › “FEDORA”, DE BILLY WILDER

Un ensayo sobre persona y personaje

El canto del cisne del maestro vienés es una cumbre olvidada en su carrera.

 Por Horacio Bernades

Es, sin duda, una de las películas más malditas en la carrera de su autor. Posiblemente la más maldita de todas, rechazada primero por las compañías productoras, después por los críticos y finalmente por el público. Sin embargo, se trata claramente de su canto del cisne, su despedida anticipada, una summa de todo lo hecho y, a la vez, una película sorprendentemente distinta a lo anterior. En 1976, con 70 años clavados, Billy Wilder alcanzó, con Fedora, una de las cumbres de su carrera, cuando hacía rato que el cine y Hollywood habían dejado de ser aquellos que él conoció alguna vez. Tan ignorada en Argentina como en el resto del mundo (aunque una copia en 35mm anduvo dando vueltas por aquí, mucho tiempo después del estreno), desde hace poco más de un mes Fedora circula en VHS y DVD, lanzada por el sello RNS, uno de los más consecuentes en el rubro Clásicos.
La referencia que salta a la vista, de entrada nomás, es la de Sunset Boulevard o El ocaso de una vida, una de las cimas de su autor y también uno de sus films más conocidos y admirados. Como en aquélla, todo gira aquí alrededor de una vieja estrella, largamente retirada. Pero esta vez, si algo no quiere hacer la estrella es volver al cine. A la inversa de Sunset Boulevard, en lugar de ser ella quien le lleve un guión al director famoso (allí, Cecil B. De Mille haciendo de sí mismo) es a Fedora a quien le traen un script que rechazará. Refugiada en la isla griega de Corfú, hasta allí llega Barry Detweiller, productor independiente de Hollywood (William Holden, veintipico de años después de Sunset Boulevard) con una versión de Anna Karenina en la mano, con la esperanza de que la anciana star se digne a leerlo. Se topa con el cerco que alrededor de la estrella han tendido su enfermera personal, el médico de confianza (José Ferrer), su chofer y valet (el fassbinderiano Gottfried John) y, sobre todo, la condesa Sobryanski, enigmática tirana en silla de ruedas. Como la propia Fedora (la suiza Marthe Keller), la condesa es de origen polaco y parece tener con la actriz una relación entre simbiótica y esclavizante.
Atrapada en su propia jaula dorada: así halla Detweiller (apellido que en inglés suena a “Wilder muerto”) a Fedora, la primera vez que la ve. La mujer parece tan extraviada, tan necesitada de cuidado como Norma Desmond en El ocaso de una vida. Pero sucede que Fedora no es Fedora, por razones mucho más concretas (y retorcidas, y perversas, y rocambolescas) que la mera metáfora sobre la disociación de identidad propia de toda estrella. Película sobre el vampirismo y la suplantación, sobre el sueño de juventud eterna y su estrepitosa caída, sobre la distancia entre persona y personaje, Fedora –poseída de la misma voluntad de barroquismo pulp que gobernaba Sunset Boulevard– se hace tiempo para desarrollar las relaciones familiares más disfuncionales que puedan imaginarse. Y a la vez se las arregla para dedicarle al viejo Hollywood una despedida tan entrañablemente cáustica como sólo en Wilder era posible concebir.
Verdadero gotterdämerung, basado en una novela de Thom Tyron y coproducido entre Francia y Alemania, el penúltimo film de Billy Wilder es una obra decididamente crepuscular, en la que la vejez como tema y como cuerpo (el de William Holden, el de Fedora) reflejan, como es obvio, la situación vital del propio autor y su toma de conciencia sobre la terminación de cierta forma de pensar, hacer, producir y consumir cine. “Hollywood se llenó de barbudos que lo que quieren, en lugar de guión, es un zoom que se pueda mover”, dice Detweiller y, por boca de él, el ácido Mr. Wilder. En lugar de zoom, Wilder echa mano de la forma privilegiada con que cuenta el cine para hacer presente el pasado, dictaminando a la vez su predominio sobre el presente: el flashback, instancia esencial no sólo a la propia Sunset Boulevard sino a la anterior Pacto de sangre. Iniciada, como aquéllas, con una muerte, toda la primera parte de Fedora está ocupada por un kilométrico, melancólico flashback de Detweiller, que rememora las circunstancias que llevaron a esa muerte. Tras un furibundo quiebre en el relato –que no tiene nada que envidiarle a la muerte de Kim Novak, partiendo en dos a Vértigo– durante la segunda mitad de Fedora toda otra serie de flashbacks terminarán revelando el siniestro, retorcido operativo por el que una estrella terminó vampirizando a otra, para consumar su perpetuación. Y Wilder sabía que cuando los padres devoran a sus hijos va siendo tiempo de abandonar la sala, el cine, la vida.

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Fedora es una vitriólica relectura de El ocaso de una vida.
 
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