ESPECTáCULOS
El turismo étnico sigue la ruta de la world music
Una serie de documentales da cuenta de la relación de la música con el pueblo al que pertenece, sin caer en el pintoresquismo.
Por Pablo Plotkin
El ciclo se propone hacer zoom sobre ciertas culturas y subculturas planetarias. A veces periféricas, por lo general populares, siempre curiosas para el espectador extranjero. “Ritmos del corazón” (miércoles a las 20 por Film & Arts) es una serie de catorce mediometrajes documentales que pretende iluminar el lado oscuro de la industria del entretenimiento. La idea sería disecar la batea de world music, investigar orígenes y analizar la relación de la música con el pueblo al que pertenece. Es una relación sinergética, imprescindible, la clase de relación que se construye en torno de una práctica con la que se convive desde el nacimiento. Hoy se emitirá el episodio “Siempre habrá estrellas en el cielo”, que cuenta el furor de los espectáculos musicales en la India, una forma de expresión ancestral que fue usurpada por el cine y se convirtió en el género más taquillero y escapista de los días y las noches de Bombay.
La cosa empezó en Pushkar Fair, en medio del desierto de Rajasthan. El poblado funcionaba como centro de reunión de actores y comerciantes, y de allí surgieron las primeras agrupaciones dedicadas a los shows de música y danza orientales. “No hay necesidad de actrices”, asegura uno de los actores. “Por acá no se ve apropiado que una mujer baile en público.” Con las mujeres excluidas del reparto, el papel de las odaliscas quedó en manos de los hombres. El resultado es una combinación de travestismo grotesco, misoginia y un jolgorio homosexual apenas encubierto. La exhibición tiene mucho de cultura gitana, con estructura de feria ambulante, escenografía mínima y mucho cuidado en los detalles de maquillaje y vestuario. Los espectadores suelen ser comerciantes de paso, con el dromedario amarrado a un poste, y pobladores con poco acceso a la industria del entretenimiento. Esa es la realidad en el desierto, impávido frente al avance tecnológico. Mientras tanto, en los estudios Bombay, los productores cinematográficos se valen de la estética del arte milenario para pergeñar musicales románticos, básicos, dotados de cierta fantasiosa inocencia del Hollywood pasado. Pero ahí sí se permite el acceso a las mujeres, las verdaderas estrellas del cine indio. Las actrices se mueven en escena con la pecaminosa ingenuidad de la Coca Sarli y promueven el insomnio de cientos de miles.
Los fanáticos de los musicales hablan del poder evasivo de las películas. “No me cuentes lo mal que se vive, no me muestres cosas con las que me sienta identificado. Dame sueños, escapismo”, resume un nativo que analiza el fenómeno. Las marquesinas encandilan frente a los asentamientos de gente pobre, chicos con las panzas infladas, y el magnetismo que generan los posters parece corroborar la teoría. En ese contraste y en esa necesidad de dimensión paralela se concentra “Siempre habrá estrellas en el cielo”, aunque hacia el final se vuelva redundante y no alcance el nivel de profundidad que en un principio sugiere. Capítulos anteriores de “Ritmos del corazón” estuvieron dedicados a diversos cultos y músicas de los Apalaches, en Estados Unidos, la salsa en Puerto Rico, el tex-mex y la música tradicional colombiana y su relación con el narcotráfico. La semana que viene se emitirá “Las dos caras de Tailandia”, con el jazz en Bangkok y la cultura rural del noroeste. Después pasarán especiales sobre música japonesa, los orígenes del reggae (Jamaica), Nigeria, la música sudafricana que se opuso al Apartheid, los gitanos, la China después de Mao y los ritmos del Brasil negro.