ESPECTáCULOS
La justicia, según “Los simuladores”
La serie de Telefé se desmarca de todas las apuestas de ficción nacional. Pulverizando el molde costumbrista y sin cargar las tintas, la creación de Damián Szifrón se apoya en un guión bien trabajado y actuaciones impecables.
Por Eduardo Fabregat
Un hombre que quiere dejar a su mujer sin cargos de conciencia. Un pibe que debe meter siete materias en cinco días y así evitarle a su madre el disgusto que podría costarle la vida. Un par de chorros auspiciados por la policía que quedaron atrapados en un banco y a la vez en un problema que los excede. Un presidente con impotencia. Un supermercadista japonés al que la compañía de seguros no le quiere pagar porque el 20 de diciembre no tenía la cuota al día. Todos tienen problemas. Pero sólo algunos pueden recurrir a “Los simuladores”, los mosqueteros hi tech que ocupan la pantalla de Telefé los miércoles a las 23. Cuatro tipos secos, con un pasado y un presente apenas sugerido, responsables de una pyme dedicada a la resolución de problemas ajenos mediante métodos que son mecanismos de relojería. Pero, a diferencia de los relojes, en el plan siempre hay un giro sorprendente. Dicho en términos objetivos: “Los simuladores” es hoy la mejor propuesta de ficción nacional en la TV de aire.
A primera vista, la creación de Damián Szifrón (responsable del guión y la dirección) parece reconocer la influencia de “Misión: imposible”. Pero aquí no están en juego secretos militares ni cuestiones de espionaje, sino problemas puntuales de personas al azar, en más de un caso de carácter apenas cotidiano. Además, y no se trata de una cuestión menor en el argumento, que los planes se ejecuten a la perfección no significa necesariamente un happy end.
Esa es una de las grandes diferencias. Con su parquedad, su aparente amoralidad, los simuladores llevan a cabo acciones que ejecutan algo de justicia poética: vale como ejemplo el cliente que conseguía que su mujer lo dejara, solo para descubrir que su amante ya tenía otro hombre. Todo ello, en un capítulo que se dio el lujo de reformular el final de Casablanca. Si la puesta en escena, la dirección y el ritmo delatan un notable amor por lo cinematográfico, las actuaciones ponen el último pilar en el que se asienta el programa. Federico D’Elía, Martín Seefeld, Alejandro Fiore y Diego Peretti demuestran que hay algo más que los soderos y campeones de la vida, los rudos policías alla argentina y los veranos del ‘98 a repetición. Sin un gesto de más (lo que los diferencia de algunos excesos de “Tiempofinal”, el otro buen producto ficcional de Telefé), construyendo sus personajes desde la trama y no desde la explicación artificiosa, el cuarteto brilla por su deliberada opacidad.
Algunas necesidades son banales, casi no justifican el despliegue: esta noche deberán ayudar a una pareja que se encuentra ante una reunión social de alta alcurnia en la que quedará de manifiesto que los padres de la chica son unos impresentables. Otras, como el robo al banco por parte de presidiarios liberados por la Bonaerense para un atraco express, aluden a una realidad cercana. Ellos, de todos modos, son mercenarios. Como tales, están dispuestos a cumplir el trabajo por una buena paga, y el nivel de disfrute de las consecuencias morales apenas queda reflejado en la semisonrisa de Elía al encender su cigarro de triunfo, siempre en la misma cara de la víctima de la simulación. Profesionales del engaño, “Los simuladores” vienen a recordar que nunca hay que confiar demasiado en los cartones pintados de brillantes colores. Lo hacen desde el territorio donde el simulacro es un arma de uso permanente. Sus 20 puntos de rating suenan, también, a cierta justicia.