ESPECTáCULOS

Las aventuras de Renata y Pituso

Todo empezó una mañana de invierno de 1984... Yo entonces vivía en un enorme chalet adosado. Llevaba una vida solitaria, pero, bueno, feliz, con la compañía de Pituso, mi perro, y de mi vecina, una encantadora anciana que hacía unas exquisitas croquetas de bacalao y con la que compartía el jardín. Ella también vivía sola, con su loro, al que quería como al hijo que nunca tuvo, y cantaba divinamente aquello de ... “el día que nací yo,/ qué planeta reinaría,/ por donde quiera que voy/ que mala folla la mía”... Pues bien, pues bien...
Esa mañana Pituso entró con el lorito de cuerpo presente entre sus fauces. Yo me volví loca, no sabía qué decir, incluso le hice el boca a boca al loro, pero... no hubo manera: el animalito estaba muerto y bien muerto. No saben las barbaridades que le dije a Pituso: le llamé bestia, criminal, asesino..., pero como lo quería tanto y lo veía tan compungido no podía soportar que el pobre pasara el resto de su vida entre barrotes. De modo que urdí un maquiavélico plan y me convertí en su cómplice: así que cogí al loro y deslizándome como una sombra por la terraza lo coloqué en su jaula... ahorcado, eso sí, para que pareciera un suicidio.
Volví a casa, y entonces me asaltó el miedo, y sobre todo me asaltaron los remordimientos. ¿Y si había cometido algún error? ¿Y si la policía descubría mis huellas o las de Pituso?... A esas alturas yo era un manojo de nervios: los temblores me recorrían el cuerpo y cualquier ruido me hacía saltar. Y entonces lo oí, sí, lo oí... Un grito de terror, un alarido de sufrimiento y miedo. Me dije: “Bueno, Renata, tranquila, ya está, ya lo ha descubierto.” Pero eso hubiera sido demasiado fácil. Lo que había pasado era más cruel y doloroso aún. Es verdad que mi vecina había descubierto al loro, y eso era lo que la había asustado tanto, porque el loro había muerto hacía dos días, de muerte natural, y ella lo había enterrado en el jardín. Pero Pituso, que en el fondo es un sentimental, pues lo había desenterrado para jugar con él.
Cuando se llevaron a mi vecina envuelta en una camisa de fuerza, ella iba gritando que el loro había vuelto de entre los muertos para vengarse de ella por lo de las pipas sin sal. Nunca más volvió a salir del psiquiátrico... Y yo me quedé sola con el pobre Pituso, pero ¡más mal rollo con el perro!. Es que ¡ya no era el mismo!... yo quería, pero ¡ya no era el mismo! Y les parecerá a ustedes extraño, pero yo desde el año ’84 no te pruebo una croqueta de bacalao.
Fragmento del monólogo Renata (Pituso).

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