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“Me enteré de la tragedia de Cromañón en Chile, porque me tomé unas vacaciones cortas antes de tocar allí”, asegura Joselo Rangel. “Al principio era una noticia pequeña y poco a poco fue saliendo más información. Inmediatamente pensé en que en toda América latina siempre hay irregularidades. Cuando vamos a Estados Unidos a veces vemos que es como muy exagerada la seguridad y que en un lugar donde para nosotros cabrían dos mil personas, ellos nomás meten seiscientas. En los lugares en los que tocamos en México siempre pensamos que si pasa algo sería un desastre. En La Cumbancha, un lugar donde tocábamos todos en los ’90, había una puertita: ni hablar de salida de emergencia o sistema de ventilación... Es triste todo lo que se genera después de una catástrofe como la que sucedió aquí y da la sensación de que es la excusa perfecta para que puedan hacer lo que siempre quisieron: clausurar lugares y no dejar que la música que hacemos tenga un espacio. Para cualquier gobierno, el hecho de que los jóvenes se reúnan es un peligro. Mientras menos se reunan, mejor.” La situación de más riesgo en un concierto de Café Tacuba se dio en Venezuela, cuando la banda tocaba en el estacionamiento de una universidad. “Ese lugar no había sido construido pensando que ahí se podía hacer un concierto con cuatro mil personas saltando”, recuerda Quique Rangel. “En el lugar había una fisura y los bomberos dijeron: ‘Esto hay que detenerlo’. De todos modos, supongo que lo que pasó en Cromañón servirá para que haya una previsión. Es lo mínimo que se merecen tanto los creadores de la música como quienes asisten a los conciertos. Y no hay que tener miedo a asumir que por muy clandestino o muy contestatario que puedas ser, hay cosas que tienes que prever.”