ESPECTáCULOS

Griegos y existencialistas

De Jean-Paul Sartre se ha dicho que reunió en su persona y en su obra el pensamiento del siglo XX. Sobre este filósofo, novelista, dramaturgo y autor de ensayos polémicos se escribió en los tonos más diversos. La publicación de su correspondencia con Simone de Beauvoir (Cartas al Castor) develó en su momento otras facetas, a las que se sumaron años más tarde las divulgadas en La ceremonia del adiós, de Beauvoir. El próximo 21 de junio se cumple el centenario de su nacimiento en París, donde murió senil y casi ciego el 15 de abril de 1980, de un ataque cardíaco. Adhirió a diferentes ideologías de izquierda y fue combatido intelectualmente desde distintos frentes. En su juventud, tuvo como maestros a Raymond Aron y Paul Nizan, entre otros. En 1943, cuando publica El ser y la nada, realiza una potente versión de un episodio de La Orestíada (trilogía del griego Esquilo) bajo el título de Las moscas (sobre el mito de Orestes y Electra). Anterior a este vuelco a la escena, experimentó con la literatura (su novela La náusea, de 1938) y vivió de cerca la guerra: entre septiembre de 1939 y junio de 1940 fue enviado a un destacamento militar de la frontera con Alsacia. Liberado en abril de 1941, regresó a París y expuso sus ideas sobre “la razón de ser y la razón de estar para los otros”. Reanudó su labor como dramaturgo en 1944, con A puerta cerrada, estrenada en la Vieux Colombier (sala de la Comédie Française), y sedujo a grandes directores y a principiantes. Fueron numerosas las obras de Sartre que ocuparon la cartelera de Buenos Aires: A puerta cerrada, Muertos sin sepultura (de 1946); La mujerzuela respetuosa (1946), cuya acción transcurre en el sur de Estados Unidos; Las manos sucias (1948) y Nekrassov (1956), entre otras. Una pieza que impuso aclaraciones fue Los secuestrados de Altona (1959): Sartre lamentó haber utilizado el apellido Gerlach para uno de sus personajes (allí colaborador del régimen nazi), temiendo que se lo asociara a Helmuth von Gerlach, adversario del nacionalsocialismo. En 1948, el filósofo era ya prototipo del intelectual comprometido: fundó la revista Les Temps Modernes (1946) y publicó Los caminos de la libertad. Tras la invasión soviética a Hungría (en 1956) se desvinculó del Partido Comunista y estuvo entre quienes apoyaron la lucha independentista de Argelia y sufrieron presiones y atentados. En 1960 dio a conocer el controvertido ensayo Crítica de la razón dialéctica; en 1964 rechazó el Premio Nobel y le editaron Las palabras, texto que es, a su vez, un debate con la literatura. Participó activamente en el Mayo Francés (1968) y en publicaciones de izquierda, como Libération y la maoísta La cause du peuple. En 1971, publicó El idiota de la familia, ensayo sobre Gustave Flaubert influido por la sociología marxista y el psicoanálisis. Si bien la producción de Sartre fue menospreciada al final de su vida por algunos sectores pensantes, sus obras de teatro se representaron periódicamente, y en las principales ciudades del mundo. Un ejemplo de traslación a la actualidad lo dio Frank Castorf, quien, en la Volksbühne de Berlín, realizó un nuevo montaje de Las manos sucias. En su versión, la historia no transcurre en el imaginario país de Iliria y en 1940 (con los alemanes en retirada y las fuerzas soviéticas avanzando), sino en el 2000 y en la ex Yugoslavia. Las obras de Sartre trascienden épocas. Las manos... es otro ejemplo: el filósofo impone allí preguntas candentes: las de si es posible gobernar inocentemente y qué es moral o inmoral en la relación que existe entre el fin que se persigue y los medios para llegar a él.

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