Miércoles, 4 de junio de 2008 | Hoy
Se discute y polemiza sobre una nueva Ley de Radiodifusión. La digitalización revoluciona la realidad de los medios y la elección de un patrón tecnológico está vinculada con la norma en discusión. Al mismo tiempo, la digitalización puede abrir las puertas a nuevas formas de participación y propiedad en el sistema de medios. Por otra parte, la innovación tecnológica a lo largo de los últimos sesenta años expandió las capacidades socializadoras de la música hasta el punto de que hoy todos nos podemos convertir en músicos sólo con acceder a Internet. Temas para reflexionar y debatir.
Por George Yúdice *
La música es la más ubicua de las expresiones pertenecientes a las artes y a las industrias culturales. Se escucha no sólo en la radio, el cine, la televisión, los videojuegos y los equipos de sonido, sino en ascensores, lectores portátiles y teléfonos móviles, ordenadores, publicidad, restaurantes y por doquier en la calle. Desde luego, para la gran mayoría también son ubicuos visión, tacto, gusto y olfato, pero en ninguno de estos casos nos acompañamos continuamente de obras artísticamente organizadas, como hacemos cuando pasamos de una música a otra. Si bien vemos publicidad por doquier, no nos sometemos a ver una película tras otra, ni seguimos comiendo sin parar. Además, se nos hace difícil el multitasking en que figuran visualidades (películas), tactos (masajes) o gustos (comida), mientras podemos escuchar música en casi cualquier otra actividad. Puede que no pongamos toda la atención en lo que escuchamos pero confiamos en que la música que seleccionamos nos serene o aliente o tenga otro efecto deseado.
La música también es un ingrediente clave de la constitución de comunidades, desde los antiguos pueblos cuyos rituales eran organizados en torno de la percusión o la melodía hasta el gospel de las iglesias afroamericanas y las oraciones percutidas de la santería o el candomblé de hoy en día. Con el surgimiento de la música grabada a partir de los años ’40 y ’50, proliferaron grupos juveniles que se aglutinaban en bailes. La música, como otras preferencias estilísticas, ejercía una fuerza centrípeta en el grupo a la vez que repelía al resto de la sociedad. Octavio Paz aborda su reflexión sobre la mexicanidad a partir del modo de ser de los pachucos, grupos juveniles en Los Angeles notorios por sus Zoot Suits y el jitterbug que bailaban. Este fenómeno no se limitó a Estados Unidos como reconoce Paz al referirse a grupos de estudiantes y artistas en la posguerra francesa parecidos a los pachucos. Pero es en el país del rock & roll que la relación entre música y grupo juvenil se espectaculariza en el cine. La película Rebelde sin causa (1955) estableció la asociación entre música y delincuencia, desquicio o depravación, que luego se imputaría al rock de los ’60, el disco y el punk de los ’70, el hip hop de los ’80, el tecno de los ’90, así como el funk de las favelas de Río de Janeiro. Y como éstos, muchos otros grupos alrededor del mundo. Desde luego, hay grupos juveniles que se escapan de estas referencias negativas, pero también se juntan en torno de valores representados por la música.
La innovación tecnológica a lo largo de los últimos sesenta años expandió las capacidades socializadoras de la música. La popularización del tocadiscos portátil y del disco de vinilo en los ’50 hizo posible que la música se pudiera llevar a cualquier lugar. Las boomboxes de los ’70 superaron la necesidad de enchufarse y surgió la figura del joven ensordeciendo a otros peatones. El walkman, introducido en 1979, expandió el uso de la música con la aparición de nuevas figuras: ciclistas, corredores, patinadores y muchos otros transitando con sus audífonos. Luego los iPods y móviles con capacidad de descarga expandieron todavía más los usos de la música y nuevas maneras de escuchar.
Con el cassette se hizo posible copiar músicas y crear repertorios para pasar en el auto o en los walkman. Luego esos repertorios se fueron pasando a los amigos, como expresión ya no de una identidad grupal, sino del gusto y de la personalidad. Esos cassettes migraban como hoy los CD y los videocasse-ttes de un país a otro, expandiendo pues la comunicación epistolar a la del repertorio. Con Internet esos repertorios se suben a las páginas personales de los sitios de socialización (social networking) como MySpace, y circulan alrededor del mundo. Las tecnologías le dan mayor ubicuidad no sólo a la música sino a nuestra personalidad.
Crece, además, nuestra capacidad de conocer todas las músicas del mundo. Yo me hago pruebas por si puedo descubrir una música inimaginable, como una salsa persa o una polka china, y por lo general las encuentro. El intercambio de archivos por medio de P2P abre a la infinidad el acceso a la música, y los programas de descomposición, mezcla y recomposición musical nos permiten crear nuestras propias fusiones, mashups y trackers. Nos convertimos en músicos de índole diferente de los amateurs y los profesionales.
La ubicuidad, la constante innovación y el acceso a cualquier repertorio musical conducen a algunos a celebrar el empoderamiento cultural y a otros a lamentar el allanamiento de criterios artísticos cuando cualquiera puede convertirse en músico. Cada vez más se hacen dispensables los expertos y guardianes del buen gusto. ¿Qué pienso yo al respecto? Mis estudiantes, que nacieron en esta época de ubicuidad, me superan en lo que respecta a estos temas; me dirigen a nuevos sitios de Internet, a nuevas prácticas, y con ellos voy aprendiendo.
* Profesor de la Universidad de Miami (EE.UU.).
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia (Barcelona).
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