Miércoles, 18 de julio de 2012 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Lucrecia Gringauz y Sebastián Settanni reflexionan sobre aquellas representaciones televisivas que encadenan semánticamente con llamativa facilidad a los migrantes con el delito o con el exotismo pintoresco y que tienen luego consecuencias materiales en la construcción de fronteras sociales y en la vida de las personas.
Por Lucrecia Gringauz y Sebastián Settanni
Por definición toda representación supone un esfuerzo de síntesis, de captura, el intento de estabilización de un sentido en torno de aquello sobre lo cual la representación se ofrece como si fuera un fiel reflejo.
Por supuesto, lo del reflejo no es más que una ilusión, un efecto de realidad, necesario pero a la vez engañoso. Engañoso porque oculta una operación que no se manifiesta (la de selección y recorte), y oculta también los sentidos que esa operación desplaza y descarta. Disimula la existencia de un saber y un poder que ordenan, disciplinan y construyen la realidad, y esconde un gesto de violencia, que es doble cuando lo que se representa se encuentra en un lugar subalterno y desigual; sin voz propia, acaso sin capacidad para la autorrepresentación.
Las representaciones interactúan entre sí, producen sedimentaciones, construyen cadenas de significación, visiones de mundo, narrativas sociales, regímenes de visibilidad y decibilidad. Construyen “sentido común”, que no es “común” en relación con algún pretendido carácter universal y atemporal, ni es estrictamente “común” en tanto que simple y ordinario. Pero que sí es “común”, siguiendo a la Real Academia Española, en su acepción de “corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte”. Esa es su más notable fortaleza: el “sentido común” alude a esos significados que circulan entre nosotros como si fluyeran libres y espontáneos, casi ajenos a la voluntad humana. Ese es el efecto por excelencia de las representaciones que, inevitablemente, nos cruzan, nos atraviesan, pueblan nuestra vida cotidiana, le dan forma y sentido. Su costado débil es su carácter perenne, su inestabilidad constitutiva.
Lo dicho hasta aquí, también les cabe a las representaciones que, día a día, los medios de comunicación ponen a circular, y que muchas veces manifiestan esa doble violencia de modo subrepticio y, al mismo tiempo, brutal. A todo eso refería la clase que dábamos a los alumnos de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Nuestro habitual encuentro de los martes se estructuraba en torno de un texto de Mauro Vázquez, que analiza el modo en que algunos programas televisivos con aspiraciones periodísticas, fueron consolidando en los últimos años, representaciones que anudan culturas y territorios con otredades regionales y étnicas. Puntualmente: el trabajo del investigador señala la paulatina articulación en los documentales televisivos de unas fronteras (geográficas, pero también culturales, sociales, económicas) que delimitan e identifican sectores que amenazan una presunta armonía inherente a nuestra sociedad.
No se trata ya de la invasión silenciosa de los años ‘90; en todo caso es como si esa invasión se hubiera acomodado sola, y hasta hipervisibilizado, pero confinando a esos “extranjeros” tras las fronteras señaladas, y contribuyendo a la delimitación de un territorio ajeno, alterno, radicalmente distinto. Un espacio que aparentemente sería inextricable, de no ser por la acción de una serie de valientes conductores periodísticos, capaces incluso de calzarse un chaleco antibalas para mostrarnos y traducirnos esa alteridad radical en el marco de nuestras representaciones habituales, del “sentido común”.
Ese martes, casi como si la “realidad” quisiera reafirmar la hipótesis planteada por Vázquez, el colectivo editorial La Garganta Poderosa, nos ofrecía su testimonio, en primera persona y desde la mismísima subalternidad. Vía Facebook, conocimos el testimonio de los integrantes de La Garganta que describían con crudeza la relación entre las representaciones articuladas y emitidas por el programa Documentos América sobre el barrio Zavaleta y algunos eventos bien tangibles ocurridos allí. A partir de la salida al aire de aquel programa en el que el conductor Facundo Pastor se atrevió a “cruzar las fronteras” para internarse en el “peligroso territorio” del barrio Zavaleta, una vecina perdió su empleo, el Sistema de Atención Médica de la Ciudad (SAME) se negó a ingresar al barrio, las líneas de colectivos cancelaron sus servicios nocturnos en la zona, una niña murió atropellada por un auto que –probablemente temeroso– pasó a gran velocidad por ahí.
Nada nuevo bajo el sol: narrativas sociales y visiones del mundo (dominantes) tramando ese “sentido común” respecto de los sectores subalternos, de los otros, también en estas representaciones mediáticas. Más de la misma violencia, a veces tan subrepticia como brutal, pero siempre bien real.
* Docentes e investigadores, Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y del Instituto de Altos Estudios Sociales (Unsam).
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