Miércoles, 18 de julio de 2012 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marta Riskin sostiene que para que la cultura dominante no dé forma al imaginario nacional también a través de los medios es necesario promover el debate ciudadano y la educación política.
Por Marta Riskin *
* Desde Rosario
“La libertad de los pueblos libres es aún despreciada por los siervos,
porque no la conocen.” Circular a los preceptores de las Escuelas Públicas
de Cuyo del Gobernador José de San Martín- 17 de octubre de 1815.
Entre el epígrafe anterior y frases como “la libertad está en que puedas comprar lo que se te cante... un tomate, un dólar o una silla” o “Nada tenemos que hacer en Paraguay”, median dos siglos. El cruce sólo subraya que el vaciamiento de significados es un fenómeno poco novedoso y la necesidad de batallas culturales para construir consenso, en los territorios de la conciencia.
Durante largos períodos, la cultura dominante formateó al imaginario nacional hasta la reducción de la libertad al mercado y la solidaridad al beneficio corporativo, y coherentes, ciertos sectores de la opinión pública continúan asociando seguridad con la dependencia a alguna corona y un límite razonable para la compra de moneda extranjera con corralitos.
Si el tomate los devuelve a los precios abusivos del 2002 o una simple silla a los mensajes inconscientes de las publicidades durante la dictadura para descalificar a la industria nacional; vale el registro de las dificultades que encuentran para establecer correlaciones y afinidades entre el pago de impuestos y los beneficios sociales o entre el Unasur y la Patria Grande sanmartiniana.
Por supuesto, no sólo se trata de inocencia generalizada. La defensa de la libertad del tomate, se formule de modo inconsciente o deliberado, jamás será inofensiva.
Los conflictos ideológicos son complejos. Todos los seres humanos, incluidos comunicadores “independientes” y “objetivos”, estamos espacialmente ubicados y emocionalmente involucrados. Por eso, resulta más sencillo interpretar el discurso ajeno que el propio e importa la torpeza y transparencia del emisor para la detección de intereses e intenciones.
Solía complicarse cuando intervenían especialistas en reminiscencias emotivas o manipuladores profesionales de reflejos condicionados pero, en los últimos tiempos, los expertos están tan ansiosos por seleccionar temas, palabras e imágenes para guiones desestabilizadores y a medida de sensibles audiencias, que adjudican directamente al adversario, sus propias furias y desequilibrios.
Las transferencias comunicacionales, ya fuese que sus responsables provoquen odios y fobias a conciencia, por ignorancia, o simple espanto a los cuestionamientos, sólo enriquecerían las investigaciones de psicología social si no sumergieran al público en climas de miedo y violencia.
En consecuencia, corresponde diferenciar entre quiénes planifican y ponen en marcha intrigas mediáticas y sus rehenes; víctimas que, atrapadas en el medio del miedo, reproducen irreflexivamente viejos códigos para beneficio de quienes los perjudicarán. Limitarse a desacreditarlos no los incorporará como ciudadanos libres al proyecto democrático. Por el contrario, urge multiplicar palabras que desarticulen a los argumentos mezquinos, abran debates, apelen y movilicen la inteligencia.
La libertad es un desafío colectivo. La tarea a profundizar es educativa y el compromiso, hondamente personal.
La conciencia es la clave. Vivimos tiempos de oportunidades extraordinarias. Los antiguos paradigmas están en crisis y se despliegan enormes abanicos de posibilidades. Amplias mayorías aprenden a decodificar acontecimientos, eluden automatismos y se incorporan a la política, con ansias liberadoras.
Aún queda mucha tarea pendiente. En el siglo XIX, la disociación entre intelectuales y clase media permitió el acercamiento ideológico de los primeros a los trabajadores. En la actualidad, los rígidos horizontes entre ambas categorías, sólo resultan funcionales a quienes pretenden exiliarse de su propia condición de clase en círculos áureos de la academia o a vanguardias de proletariados abstractos.
Para no ceder la clase media a los manipuladores es vital abandonar las viejas etiquetas, ahondar en las propias contradicciones, estudiar las presentes diferencias entre el poder económico y político de los trabajadores agremiados respecto del de pequeños y medianos emprendedores; atreverse a repensar categorías, modalidades y estrategias que renueven acercamientos y permitan caminos de integración con los proyectos nacionales.
Urge motivar a todos los ciudadanos a retomar debates y profundizar en la educación política. El objetivo es la felicidad, sin excluidos y está más cerca. En términos gastronómicos, ya estamos en condiciones de reemplazar la filosofía del tomate por la conciencia que “... los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca...”, como prometía San Martín a Tomás Guido, en 1846.
* Antropóloga UNR.
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