Miércoles, 21 de agosto de 2013 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Diego Litvinoff recurre a la idea de verdad-despliegue para explicar lo que ha venido sucediendo en los medios de comunicación con el caso Angeles y para señalar de qué manera la lógica mediática avanza sobre la totalidad de las dimensiones de la vida humana.
Por Diego Ezequiel Litvinoff *
Una de las singularidades que tuvo el caso Angeles fue la velocidad con la que se desenvolvió. En menos de una semana había producido dos giros: pasó de ser considerado un secuestro a ponerse el foco sobre la familia, pero luego el encargado del edificio confesó y el caso pareció cerrado. Sin embargo, todo sucedió tan rápido, que se adelantó, incluso, al propio procedimiento que rige la confesión. El impulso mediático que la causa había recibido desde el principio, sumado a la posibilidad de seguirla en tiempo real, la mantuvieron en la pantalla, poniendo en evidencia, por su singular configuración, la lógica que rige las prácticas jurídicas.
Como lo demostró Foucault, la verdad es un efecto del discurso y las prácticas, y no algo externo a lo que éstos se refieren. De allí que la confesión del acusado no tenga validez, por haberse producido cuando era considerado testigo. Del mismo modo, una prueba concluyente puede llegar a rechazarse, de no haber seguido los procedimientos estipulados. Ello no significa que no existe la verdad o que sea algo relativo. Por el contrario, el discurso y las prácticas jurídicas construyen la verdad de una manera sumamente reglada. Ello sucede porque se parte de la asunción de que, muy probablemente, no se logre saber exactamente lo que aconteció: son frecuentes los casos en los que no se conoce el móvil, la escena del crimen o las personas involucradas. Lo crucial, entonces, consiste en determinar cuáles son los elementos y procedimientos que permiten indicar que una persona es responsable de determinados actos. Se trata, en el dispositivo jurídico, de lo que puede llamarse una verdad-pliegue: ésta se construye atando cabos, juntando elementos sobre un vacío inicial, con el fin de llegar al punto que permita castigar.
Un análisis semejante puede hacerse del dispositivo mediático. Aparentemente, constituye un aparato de captura que tiene como referente lo exterior, pero la verdad mediática también es un producto de su discurso y de sus prácticas. Ahora bien, el mecanismo por el cual los medios construyen la verdad se diferencia del utilizado por el dispositivo jurídico. Los medios no parten de la asunción del vacío, sino de que todo se puede mostrar o decir: el principio mediático es la exposición. Se puede llamar entonces a este mecanismo como el que construye una verdad-despliegue. No hay vacío sobre el que se atan los cabos, sino un territorio plano sobre el que discurren las imágenes y los discursos, en donde cada elemento incorporado no tiende a cerrar un significado, sino que abre constantemente nuevas dimensiones. Acceder a la verdad en los medios implica poder mostrarlo todo: las alegrías, las capacidades, las miserias, lo más elevado y lo más bajo, lo fundamental y lo inútil.
La diferente construcción de la verdad por parte de ambos dispositivos permite comprender por qué se produce una contradicción entre ellos. La avidez del dispositivo mediático por abrirlo todo no puede sino entorpecer la necesariamente sutil búsqueda de cabos que permitan atar la verdad jurídica. Lo que resulta asombroso, no obstante, es que cada vez con más insistencia ambos dispositivos se entrecruzan. Y no se trata únicamente de la proliferación del discurso jurídico que alimenta los programas televisivos. Es ahora la verdad jurídica la que comienza lentamente a alimentarse de los medios de comunicación. Ya forma parte del protocolo de un buen abogado defensor, no sólo mostrarse él mismo ante los medios, sino producir al acusado para generar una buena impresión. Pero, en el caso Angeles, tal vez por primera vez, el uso del dispositivo de verdad mediático se produjo desde la fiscalía, comprendiendo que el caso, también, debe ganarse en los medios. Al exponer el rostro lastimado del acusado, en lugar de retirarlo encapuchado, y al emitir un comunicado de prensa con los dichos exactos de la autoincriminación, actitudes ambas de poca validez jurídica y que, incluso, ponen en riesgo la formalidad de los procedimientos, la fiscalía logró construir, por medio de la exposición, una verdad mediática.
En su último libro, Agamben estudia cómo, ante la proliferación de la regla en el ámbito eclesiástico, que subsumió por completo la vida de los sacerdotes, los movimientos espirituales de los siglos XII y XIII intentaron desarrollar una vida plena que no sea capturada por el derecho. Ante la proliferación de la exposición mediática, que no sólo avanza sobre la lógica jurídica sino que se introduce en la práctica cotidiana de cada uno (abarcando tanto la vida como la muerte), resulta urgente, siguiendo el paradigma agambeniano, plantear esta pregunta: ¿es posible vivir una vida que no se subsuma al principio de la verdad-despliegue que prolifera desde los medios?
* Sociólogo UBA. [email protected]
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