Miércoles, 21 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › EL TESTIMONIO DE IVONNE TRíAS EN EL JUICIO POR LA COORDINACIóN REPRESIVA DE LAS DICTADURAS
La periodista uruguaya habló del secuestro y la desaparición en Buenos Aires de su esposo, Carlos Rodríguez Mercader; de su hermana Cecilia y su compañero Washington Cram González. “Lo que pasó fue como acuchillar el vínculo entre las generaciones”, dijo.
Por Alejandra Dandan
Ivonne Trías es periodista uruguaya y fue directora de Brecha. Ayer declaró en el juicio oral que, en Buenos Aires, juzga a parte de los responsables del Plan Cóndor. “Vengo a decir lo que sé y lo que no sé y quiero saber acerca del secuestro y desaparición de mi hermana Cecilia, de 22 años; de su compañero, Washington Cram González, de 27, y de mi esposo, Carlos Alfredo Rodríguez Mercader, de 26 años, los tres secuestrados y desaparecidos aquí. También quisiera hablar de lo que sé y no sé de otros compañeros y amigos muy queridos que desaparecieron en circunstancias similares. Y en tercer lugar, hablar de algunos de los imputados en esta causa. A uno lo conozco hace más de cuarenta años, siempre en circunstancias de torturas y apremios físicos, tratos degradantes. Y contar por qué estaba mi familia aquí.”
Ivonne y Carlos militaron en la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), que generó más tarde al movimiento de Resistencia Obrera Estudiantil (ROE). Cecilia se sumó al sector estudiantil del ROE con una militancia periférica. En 1972, Ivonne quedó detenida en Uruguay, situación en la que permaneció hasta 1985. A fines de 1972, su familia viajó para refugiarse en Buenos Aires, mientras se acentuaban la represión y las persecuciones en Uruguay. Primero salió su esposo. En 1973, salieron Cecilia y Washington, que aquí tuvieron un hijo, estaban legalizados y con trabajo en blanco. Entre septiembre y octubre de 1976, Carlos, Cecilia y Washington fueron secuestrados por la coordinación represiva de los dos países en el marco del Plan Cóndor. Se cree que pasaron por el centro clandestino de Automotores Orletti y partieron a Uruguay entre los prisioneros del llamado “segundo vuelo” que permanecen desaparecidos. El hijo de Cecilia y Washington se salvó porque su abuela María Irma Hernández estaba en esos días de visita en Buenos Aires.
“Todos ellos vinieron de Uruguay porque estaban perseguidos, porque eran militantes políticos o estudiantiles, como mi hermana y su compañero.” “¿Por qué éramos todos militantes?”, preguntó Ivonne en la sala. “Porque en Uruguay ya en los años ’65 o ’66 empezó un ajuste que puedo describir como conservador, que puso por primera vez a los representantes directos de los grupos financieros en los puestos del gobierno para llevar adelante las medidas de carácter antipopular, la represión más fuerte que se había conocido. Y eso chocó con unas organizaciones populares muy fuertes también: había una organización de los trabajadores unificada; partidos de izquierda fuertes, como el Partido Comunista o el Movimiento de izquierda de Liberación nacional (Tupamaros).” Un escenario que no permitía imponer esas “medidas antipopulares sin chocar con una resistencia muy fuerte”.
Ivonne relató el avance del proceso año a año hasta llegar al golpe de junio de 1973. Las primeras militarizaciones y el contexto de conflictividad en el que “la mayor parte de los jóvenes de mi generación decidimos militar”. “No tuvimos que pensar si íbamos a intervenir en política o no –dijo–, ya en nuestra formación todos tempranamente sabíamos que la realidad había que cambiarla, participar era natural.” Ante las “ofertas” vigentes, el PC o el MLN, su grupo optó por otra “salida”: la FAU, una organización “con raíces históricas profundas” que “estaba acercándose a los movimientos de liberación de toda América, a la rebelión de las orillas, como la llamábamos”. En el relato, la FAU apareció así como punto de origen del movimiento que continuó en el MOR y, ya en 1975, entre los refugiados en Buenos Aires, con la organización del Partido para la Victoria del Pueblo (PVP), del que formaban parte la mayoría de los uruguayos secuestrados y desaparecidos aquí.
Con el golpe de Estado uruguayo “se declara una huelga general” y empieza el “revanchismo de despidos, persecuciones, y es cuando mucha gente que ya estaba requerida y era perseguida empieza a ver que Argentina era el refugio (...) Se vienen muchos de mis compañeros y se instalan con intenciones de seguir lo iniciado en Uruguay en un proceso de discusión interna, recuperar fuerzas para volver y luchar contra la dictadura”.
Carlos viajó antes del golpe, a fines de 1972. Cecilia y Washington, en 1973. “Yo me comunicaba con mi hermana. Ella no tenía impedimento legal, nos escribíamos habitualmente. Sabía que estaba muy contenta y que estaban tratando de tener su primer hijo. Con mi marido, clandestino, nos enviábamos cartas ocultas en las que se podía decir muy poca cosa más que frases o ‘estamos bien’. O ‘te amo’ o ‘te espero’.”
Durante su estadía en la cárcel supo de los secuestros. Luego de un período de castigo empezaron a recibir visitas. “Vienen todos los familiares, pero no viene mi madre, cosa muy extraña porque no había faltado jamás. Faltó a la segunda visita, lo cual me alarmó, y a la tercera la noté demudada. Me dijo que mi hermana había salido a encontrarse con su compañero, ella estaba ahí porque había ido a cuidar a su niño. Me contó que no habían vuelto. Me contó que mi marido tampoco estaba y me decía entre lágrimas y medias frases cosas que no podía entender muy bien –dijo–. En parte por un bloqueo emocional, en parte porque no eran conceptos ni experiencias que teníamos como uruguayos.” Su madre le decía: “Todo fue un desastre, se llevaron a todos, están todos muertos”. Ivonne todavía pensaba que podían estar clandestinos.
De acuerdo con la reconstrucción que hizo después, supo que Cecilia, Washington y su hijo vivían en la calle Vicente López 2273, en Morón. El 28 de septiembre de 1976 dejaron al niño con la abuela. Primero salió uno, después el otro. Tenían como destino un bar en Juramento y Ciudad de la Paz. “Pasaron las horas. Mi hermana estaba amamantando a su bebé, por lo cual tenía horarios muy rígidos. Cuando no volvió, mi madre se puso muy nerviosa y más nerviosa hasta que llega mi marido y le dice: ‘Vieja, hay que salir de acá, ya, ya, ya. Llevamos al niño porque cayeron los chiquilines.” Carlos Rodríguez Mercader, a esa altura, estaba a cargo de la dirección de emergencia del PVP. Lo secuestraron el 1º de octubre.
Uno de los represores uruguayos juzgados en este juicio es Manuel Cordero. Es uno de los más mencionados por los sobrevivientes de Orletti. Estaba encargado de los enlaces de prisioneros entre Argentina y Uruguay.
Ivonne lo conoció en agosto de 1972, en el cuartel Quinto de Artillería: “Mi primer impacto fue una actitud inolvidable, porque estaban todas las presas en una habitación común y Cordero entraba y lo primero que hacía era pasar la mano por todas las bombachas que estaban en la primera cuerda y después iba y se sentaba en la cama de una detenida, una pobre muchacha de 18 años a la que le habían matado a su esposo. Manoseo y un oprobio, violaciones elementales al derecho de ella y todas las que estaban alrededor. Cuando traían al bebé de esta chica a visitarla lo tomaba en brazos y se paseaba como si fuera un trofeo. Fue tal la indignación que todo esto me produjo que cuando el comandante del cuartel me preguntó si tenía un problema particular con Cordero, le relaté los hechos.”
En 1974, Cordero intervino en el asesinato de Iván Morales Generali, un militante que llegó a Uruguay con volantes y documentos. En 1975, encabezó una suerte de negociación para intercambiar presos por una reliquia. Y fue quien le dijo a Ivonne los detalles de dónde y qué hacía su familia en Buenos Aires, situación que reflejaba la persecución. En 1976, aparece en la “lista infinita” de todos los detenidos de Orletti, dijo Ivonne. Y en particular en el testimonio de Sergio López Burgos, quien relató “escenas escalofriantes, en que dirigía no sólo los interrogatorios sino la tortura”. Señaló que Cordero violó a Ana C. en medio de la tortura, “que en el momento en el que termina de cometer ese acto de tortura sigue con su aparato, el disyuntor, y sigue con la tortura a López Burgos: ésa es la pintura de uno de los imputados según mi propia experiencia y la experiencia de muchas personas que entrevisté para realizar una investigación que culminó en un libro. Ninguno de los que declaran se ha retractado”.
En la sala, una de las querellas le preguntó a Ivonne si podía decir algo de los efectos de la dictadura en su familia. “En un momento de 1972, la familia era una familia que prometía –dijo ella–. Eramos mi padre, mi madre y mi marido y yo; mi hermana con su pareja y una idea del mundo y de nietos. Cuando yo salí de la cárcel quedaba mi madre y el hijo de mi hermana, nada más. Yo pienso que todos necesitamos formar parte de una historia, no digo de la Historia con mayúscula, de una historia chiquita, de familia. Ser hijos de algo, como dice Marcelo Viñals, de alguien, abuelo de alguien, nieto de alguien. Y lo que pasó fue como acuchillar el vínculo entre las generaciones y dejar un poco como que todo empieza de nuevo cada vez. Esto es para mí un sentimiento de lealtad con mi historia, con mi familia. Me parece que tiene algo de terrible esto de venir a contar historias espantosas, pero tiene algo de recomponer ese vínculo cortado, esa genealogía que quedó trunca y eso me parece que es algo positivo.”
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