Miércoles, 23 de abril de 2014 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Alba Fajardo retoma el concepto de la comunicación alternativa, la ubica en la historia latinoamericana y reafirma su vigencia.
Por Alba Fajardo *
En general, hay una idea vaga respecto de lo que se denomina comunicación alternativa. Se la suele asociar con medios pequeños y pobres, que tienen un sentido social y con poco poder económico respecto de los grandes medios. A la comunicación alternativa se la nombra también de maneras diferentes: comunicación para el desarrollo, popular, comunitaria, para el cambio social, entre otros. No quiere decir que estén metidos en la misma bolsa, pero tienen en común principios en los que el lucro y mantenerse en el mercado de la información no son los esenciales. La comunicación alternativa (por tomar una de sus denominaciones) tiene como propósito principal contemplar la comunicación como un derecho, un espacio y camino de transformación social.
Para aterrizar la idea, vayamos a ejemplos. Las radios siempre han llevado la bandera en este campo. Radio Paj Sachama, emisora del Movimiento Campesino de Santiago del Estero, funciona con paneles solares y fue creada con la intención de tener una agenda propia, incluyendo temas como la defensa del territorio. Otra experiencia, esta vez en Buenos Aires, combina la comunicación con la salud mental. Se trata de La Colifata, creada por la asociación civil que tiene su mismo nombre. Ahí hay programas en los cuales los pacientes narran lo que sienten y piensan del mundo, desde su perspectiva. Tenemos así un grupo de radios que se relacionan de manera diferente con la comunidad y que además de desarrollar un proyecto de comunicación, cumplen una función social. ¿De dónde viene todo esto?
La comunicación alternativa nació en el año 1948 en latitudes colombianas, mucho antes de que fuera bautizada así por los teóricos. Se fue forjando con radios, como Sutatenza, que buscaban hacer partícipes a los campesinos colombianos, no sólo para informarlos, sino también para comunicar sus necesidades y opiniones, para enseñarles a leer y escribir, y construir con ellos soluciones a sus problemas. En la misma trayectoria se ubica el trabajo de la red de radios mineras en Bolivia (conformada por 33 emisoras), claves en la búsqueda de una revolución nacionalista radical, encaminada a instaurar el voto universal, promover la reforma agraria y la nacionalización de la minería. En la revisión histórica habría que incluir también el aporte de la cooperación internacional que financió muchos proyectos en comunicación, que si bien estaban planteados para “ayudar” al “desarrollo” de los países del “tercer mundo”, permitió visibilizar la comunicación como una herramienta facilitadora de crecimiento social.
Años después vino la crisis económica de los ’70, acelerada por la escasez del petróleo. La reflexión dio origen a la “teoría de la dependencia” y se comenzó a hablar también de “dominación cultural” ejercida a través de los medios de comunicación. Distintos teóricos empezaron a formular ideas que manifestaban el deseo de una comunicación más equitativa. ¿Qué pasó entonces? Aunque las razones son numerosas, Luis Ramiro Beltrán, teórico latinoamericano de la comunicación, señala que la fuerte oposición del sector privado y las maniobras de los políticos afectados en sus intereses hicieron que a esta idea se le fuera deteniendo el pulso. Así fue como treinta recomendaciones de la Unesco para una comunicación más democrática, el llamado Informe McBride y las propuestas de los Países No Alineados se quedaron en el papel.
La búsqueda por una comunicación que sume a la transformación de nuestras realidades lleva más de cuarenta años y no han bastado los acuerdos teóricos para materializarla en proyectos palpables en la vida real. Por eso, aunque son importantes los adelantos en legislación que buscan la desconcentración de los medios, como sucede hoy en la Argentina, en la mayoría de los países latinoamericanos el capital extranjero sigue controlando gran parte del sistema mediático. Tendríamos que recordar que no se puede confiar un derecho que es de todos sólo a acuerdos escritos. Democratizar la comunicación supone discutir sobre la propiedad de los grandes medios, pero sin perder de vista también que la comunicación, en sus distintas manifestaciones, es ante todo un espacio donde las personas crecen como sujetos sociales. De eso se preocupa la comunicación alternativa.
* Licenciada en Comunicación Social. Periodista de la Universidad Externado de Colombia.
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