LA VENTANA

Las otras polémicas del cine

 Por Juan Pablo Cannata *

Día a día comprobamos cómo el cine y otros contenidos de ficción llenan páginas y páginas de los diarios y los portales de noticias, y largos ratos en radio y televisión. Frecuentemente, en la conversación pública, películas, actores, directores, efectos especiales, premios y números de taquilla, ocupan el centro de la escena. Sin embargo, no siempre el espacio mediático asignado al cine se emplea para tratar sobre el mismo cine. De tanto en tanto, la ficción oprime el botón justo y actúa como detonante para instalar o reforzar un debate público.

No me refiero al hecho de que una película haga reflexionar sobre un tema. En principio, toda buena ficción en algún punto lo hace. Lo que se quiere destacar es que existen debates públicos que no se darían o no se habrían dado si un determinado producto de ficción no los hubiera activado.

La teoría de la “agenda setting”, originalmente propuesta por McComs y Shaw, sostiene que los medios de comunicación no pueden imponer al público “cómo pensar” (how to think), pero sí “sobre qué pensar” (what to think about). Los ciudadanos somos capaces de registrar una cantidad limitada de temas relevantes o “issues” sociales, y se ha comprobado que la prioridad que establece la opinión pública no se corresponde con la relevancia objetiva de los temas, sino con el espacio o tiempo dedicado por los medios de comunicación. Esto otorga, en consecuencia, un gran poder a los medios y a quienes poseen la capacidad de instalar temas en los medios, lo que se llama “marcar la agenda”.

Las películas dan lugar a un proceso de visibilidad que funciona como una espiral ascendente: una película otorga exposición a un tema de interés potencial y produce un aumento del interés; el interés hace que los actores sociales involucrados hagan declaraciones y que aumente la cobertura mediática, entonces se produce un nuevo aumento de interés y de visibilidad. Dependiendo de la naturaleza del tema y del impacto del film, pueden darse más o menos fases: comunitaria, local, nacional, regional o global.

Si bien cada lector puede confeccionar su propio catálogo de ejemplos, aquí se proponen dos paradigmáticos. En primer lugar, la premiada telenovela Vidas robadas actualizó y reforzó el debate sobre la trata de personas: la trama se inspiró en el secuestro de Marita Verón y fue proclamada de interés social por la Ciudad de Buenos Aires y el Senado de la Nación. En este caso, la ficción cumple su función de crítica social.

En segundo lugar, Tropa de elite es la película brasileña más exitosa de los últimos tiempos. Con su estreno, se produjo inmediatamente un debate sobre el mundo de las favelas, las drogas y los métodos de la policía. El problema siempre estuvo allí, pero durante ese período reclamó especialmente la atención. ¿Por qué? Porque una película lo hizo visible y lo puso en boca de todos. Surgieron preguntas y los actores sociales competentes se vieron obligados a dar respuestas. Se enfrentaron posturas, se les prestó atención a datos que se hallaban sepultados en polvorientos estantes de bibliotecas, se les dio la palabra a unos y otros, ya que muchos estaban dispuestos a escuchar... incluso, ansiosos por escuchar.

Todo este proceso mediático y cultural no habría existido sin la publicación de la película. Este es el poder oculto del cine: de quienes lo producen, de quienes lo distribuyen, de quienes lo promocionan. Un poder que se levanta contundente detrás de la aparente frivolidad de la alfombra roja de los Oscar, de los intríngulis de los mellizos Jolie-Pitt y de la atractiva grilla de los estrenos de la semana.

* Profesor de Sociología de la Comunicación, Facultad de Comunicación, Universidad Austral.

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