Lunes, 5 de mayo de 2008 | Hoy
Por Sandra Russo
Hay una campaña publicitaria que veo últimamente y que no sé de qué marca es. Siempre que paso por alguna gran avenida y veo los dos afiches de esa campaña, me propongo fijarme qué publicita, pero el auto pasa rápido y la visión de las enormes fotografías vuelve a capturarme la mirada. Es que a las fotos las acompaña una leyenda, una “bajada”, y el ojo no alcanza a leer tanto. Las imágenes son dos, y de ellas sólo recuerdo textualmente una de las leyendas. La foto es la de una chica a la que no se le llega a ver bien la cara. Medio plano. Hay un mentón, y hay pelo largo, pero los rasgos de la cara no se llegan a ver. La chica tiene puesta una musculosa blanca, y no usa corpiño. Tiene unas tetas importantes, de las que está orgullosa, o por lo menos segura del efecto que provocan, porque sólo así una chica se dejaría fotografiar con musculosa ajustada, ese escote, esa transparencia un poco violenta de los pezones. La leyenda dice: “A los catorce le decían tabla de planchar”.
A la otra foto la vi menos veces, pero también es un recorte de la cara de una chica, en blanco y negro, con el eje central en la boca. Una boca–pico, de labios abultados, vulvosos. La leyenda dice algo así como “A los catorce le decían que tenía un buzón”.
Las dos fotografías y las dos leyendas están unidas por una lógica de significado, podría decirse por una estructura. Una variación de la del “antes y después”, que quedó sellado a fuego en las páginas de publicidad de las revistas de comics: esas que nos dejaron en la memoria al “pobre alfeñique” que era el hombre, antes de hacerse físicoculturista. Pero esa estructura sigue repitiéndose, alargando el mito.
El mito en esencia es el mismo: lo usan quienes ofrecen métodos, aparatos, pastillas, vitaminas, aminoácidos, cirugías, extensiones, postizos, métodos de adelgazamiento, métodos anticalvicie, belleza dental, en fin, cualquier cosa que permita cambiar drásticamente el aspecto físico. Se apela, sobre todo en esos casos, a un quirófano simbólico, habilitado por el derecho de cada individuo a “encontrarse” físicamente consigo mismo, como si nuestros cuerpos y sus terminaciones fueran obstáculos fácilmente derrotables. Se nos incita a la derrota de nuestros cuerpos verdaderos, en pos de una autoimagen difusa, tejida con recortes de revistas de actores y actrices y modelos y famosos que portan los cuerpos de belleza oficial.
En esos casos de “antes” y “después”, él o ella dejaron atrás un “antes” donde habían sido débiles, poca cosa, mitades de camino, y avanzaron con firmeza hacia un “después” que los exhibe ya dueños de algún atributo físico deseable.
En los dos casos de esta nueva campaña callejera, se trata de atributos femeninos, a saber: buenas tetas, labios carnosos. Si el “antes” está congelado en una edad (trece, catorce), la imagen del “ahora”, que se superpone al “después” del mito, en este caso, nos permite imaginar que todo pasó muy rápido: las chicas de las fotos son muy jóvenes. Eso es lo que entusiasma siempre: la rapidez. Esta época no tolera los procesos.
El problema del mito, que sobrepromete, que garantiza lo azaroso, es que hay muchas mujeres con tetas chiquitas y bocas de labios finos. El problema es qué les dicen esas fotografías y esas leyendas a las chicas que ya pasaron los catorce y siguen siendo tablas de planchar o siguen teniendo bocas muy diferentes de la de Angelina Jolie o Dolores Barreiro, que por otra parte son chicaneadas por el colágeno que se pusieron.
Nunca antes hubo tantas adolescentes con trastornos de alimentación y nunca antes hubo un discurso mítico tan unánimemente aceptado. El discurso sobre la belleza femenina ha sido una de las grandes trampas de la historia para someter a la mitad de la población. Es un discurso viscoso y cínico, de acuerdo con el cual “lo que se escribe” y “lo que se dice” corre en sentido favorable a la salud y la diversidad, pero que es acompañado por discursos visuales despóticos que exigen cuerpos de Photoshop. Ninguna mujer común puede aspirar, sin una considerable carga neurótica, a parecerse a alguien cuya fotografía además fue trabajada en pantalla. Las chicas ya no quieren ser flacas: quieren ser dibujos de flacas.
La belleza oficial jamás será abolida, pero al menos, teniendo en cuenta los miles de anónimos dolores que provoca en aquéllas y aquéllos cuyos cuerpos no se ajustan a ella, puede por lo menos ser cercada por la idea de que lo verdaderamente bello generalmente es libre.
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