Lunes, 5 de mayo de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Ricardo Forster *
Durante muchos años los argentinos fuimos prisioneros de un discurso dominado por los mandarines del lenguaje económico; fuimos pasivos receptores de un discurso cuasi terrorista en el que se clausuraba de una vez y para siempre cualquier alternativa diferente de la del neoliberalismo; los economistas profesionales, aquellos en especial que oficiaban de gurúes de los grandes grupos económicos y que estaban a la vanguardia de la especulación financiera, habían logrado introducir una palabra mágica: inexorabilidad, que quería decir precisamente eso: que el triunfo de la economía de mercado y de la globalización constituían no sólo la expresión del éxito del capitalismo más concentrado y liberal sino, en un sentido más amplio y decisivo, el fin de la historia, el arribo a una época en la que quedaban para siempre cerrados los conflictos políticos, las luchas ideológicas y cualquier alternativa a las leyes sacrosantas del mercado. Nada quedaba por hacer, apenas esperar que algo de la riqueza infinitamente producida en los países centrales se derramase sobre nuestras pobres sociedades tercermundistas. Un clima de resignación y desasosiego dominó la escena hasta vaciar de contenidos antiguas y venerables posturas intelectuales que se resistían a esta clausura de la historia. Lo que quedaba herido de muerte era la posibilidad de imaginar alternativas políticas y económicas capaces de introducir demandas de equidad en el interior de sociedades brutalmente desiguales.
Lo inesperado ocurrió, sin embargo, en Latinoamérica cuando desde la Venezuela de Chávez, pasando por el Brasil de Lula, la Argentina de Kirchner, la Bolivia de Evo Morales, el Uruguay de Tabaré, el Ecuador de Correa (y ahora el triunfo del ex obispo Lugo en el Paraguay poniendo fin a la hegemonía salvaje de los colorados y abriendo una luz de esperanza para un país destruido por décadas de dictadura y gobiernos corruptos) comenzaron a hacerse sentir no sólo nuevas perspectivas que parecían olvidadas, sino que regresó con insistencia lo que quisiera definir como la cuestión de la política allí donde se iniciaron procesos complejos, de acuerdo con cada país y con cada proyecto, de redefinición del papel del Estado en la regulación de las economías, asociado todo esto con ciertos modos de la participación popular que podían aparecer como anacrónicos respecto de los vientos dominantes de la época.
América latina, y Argentina no fue la excepción, giró hacia posiciones que muchos calificaron de “populistas” pero que, en líneas generales, tenían más que ver con un freno al abusivo dominio del neoliberalismo que con el retorno efectivo a modelos que hundían sus raíces en el primer peronismo, en el varguismo brasileño o en el cardenismo mexicano de los cuarenta. Se trató, más bien, de la introducción de políticas gubernamentales en disonancia con la retirada del Estado y fuertemente inclinadas a redefinir la lógica de la distribución de la riqueza en un continente que había visto cómo en los últimos veinte años las cifras de la desigualdad alcanzaban niveles escandalosos, los más altos del planeta, acrecentando exponencialmente la pobreza y la marginación. Frente a ese cuadro algo comenzó a sacudirse en el cuerpo sudamericano y eso que se inició tímidamente pasó a convertirse en insoportable para la lógica del establishment. Hugo Chávez se convirtió en el diablo, en el nuevo comeniños una vez derrotado el comunismo, Evo Morales tuvo y tiene que lidiar con las conspiraciones separatistas de los nuevos ricos de Santa Cruz de la Sierra mientras profundiza la política de nacionalización de los hidrocarburos, a Lula la prensa intentó desbancarlo pero no lo logró, Correa fue jaqueado por la invasión colombiana –vanguardia de la política de Estados Unidos hacia nuestro continente– y el gobierno de Cristina Fernández sufrió la poderosa embestida de los dueños de la tierra acompañados por los grandes medios de comunicación que asumieron, claramente, un rol de oposición (de derecha) allí donde esta última carece de cualidades y condiciones para serlo.
En definitiva, se trató y se trata del retorno de la política, de la instalación en la escena latinoamericana de una gramática que parecía olvidada y que respondía a otra época de la historia. Una rareza en un tiempo dominado por la economía y sus lógicas que suelen, por lo general, desechar lo político en nombre de las más diversas formas de la gestión y de las reingenierías sociales, esas que en los noventa nos dieron un Collor de Melo, un Menem o un Fujimori. Tal vez por eso deberíamos leer los últimos acontecimientos de la escena nacional desde una perspectiva más amplia, entendiendo el papel y el lugar que ocupó cada uno de los actores del conflicto, entendiendo que los tiempos por venir estarán signados por esta disputa que, insisto, es esencialmente política.
Si esto es así, si comenzamos a retornar a una escena política antes devastada por la hegemonía del discurso económico neoliberal, una hegemonía que desbarrancó la posibilidad misma de pensar desde tradiciones emancipatorias alternativas a la lógica del capitalismo salvaje, lo que es fundamental volver a discutir no es solamente las modalidades de la intervención económica, sino los modos a través de los cuales se podrá recrear al mismo tiempo un pasaje a la política de la mano de una reinvención democrática sustentada en algo más que el decisionismo kirchnerista; es decir, de qué modo las políticas de transformación ligadas a la redistribución efectiva de la riqueza, al mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares y a la ampliación del rol regulador del Estado se conjugan con la emergencia de amplios movimientos sociales que se constituyan en base de apoyo de esas políticas.
Entre las debilidades del Gobierno quizá la más evidente y problemática sea precisamente la que nos remite a una base de sustentación social de un proyecto que todavía no termina de delinearse, pero que tímidamente parece apuntar hacia una refundación estatal ligada a un modelo económico en disputa con la hegemonía neoliberal. Pero, sin esa base social y política de sustentación, las perspectivas de éxito son muy limitadas, y esto más allá de los avances reales que se puedan seguir dando en el plano económico. Los acontecimientos de las últimas semanas, la ferocidad con la que la derecha mediática asociada con los dueños de la tierra y los imaginarios reaccionarios de amplios sectores de las clases medias embistieron contra el Gobierno en una época de bonanza económica, de crecimiento espectacular del PBI y del consumo, puso en evidencia el núcleo de la debilidad gubernamental, una debilidad nacida de la incapacidad de generar, hasta ahora, un genuino acompañamiento popular. Es en este sentido que cualquier medida que se tome deberá comprender esa necesidad de interpelación y reconocimiento sabiendo que la profundización de políticas signadas por la búsqueda de mayor equidad se topará con la violenta oposición de las clases dominantes que no están dispuestas a renunciar a ninguno de sus privilegios ni a aceptar que la historia, ya clausurada de acuerdo con su propia visión del mundo, pueda, nuevamente, ponerse a andar en otra dirección.
Salir de los noventa, de la lógica de la resignación que invadió nuestras sociedades, supone volver a discutir el entramado de economía y política al mismo tiempo que no se debe ni puede invisibilizar la profunda derrota cultural de las visiones progresistas ante la brutal naturalización del imaginario liberal; un imaginario que modificó conductas sociales, formas de la sensibilidad, prácticas culturales y modos de ver el mundo pulverizando, en muchos casos, la tradición de los oprimidos. Por eso, no es cuestión, exclusivamente, de insistir con un discurso neodesarrollista o afincado en la lengua de los economistas, un discurso de las cifras y de los escenarios productivos; se trata, por el contrario, de politizar la economía, de inscribirla nuevamente en el interior de un proyecto de transformación que sepa dejarse interpelar por los sujetos de las injusticias, por aquellos sin los cuales todo proyecto será apenas una pura manifestación de deseos altruistas sin base genuina de sustentación y profundización.
* Ensayista, filósofo, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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