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Cena de brujas
Por Marta Dillon
Hubo un tiempo en que no necesitábamos hacer citas porque nuestras vidas estaban tan cruzadas como la trama de un tejido. Nos sentábamos juntas a comer después de haber conspirado sinceramente para conseguir una u otra cosa, cansadas de pelear con el resto del mundo, brindando por lo que vendría, seguras de que habíamos encontrado en la amistad la madera necesaria para sobrevivir a cualquier naufragio. Igual tenían algo de magia esas cenas, era como dejar caer lo que habíamos levantado durante el día, como sacarse los zapatos antes de pisar la arena, la ropa para meterse al mar. Nos quedábamos sólo con lo fundamental: lo que tenemos, lo que nos falta, el amor y el desamor, las promesas del futuro que iba llegando. Las cosas se complicaron después como se complica la vida, el amor triunfa y trae hijos, los proyectos se convirtieron en trabajos, el futuro en nostalgia porque lo que se tiene entre manos nunca se parece a lo imaginado. Y, sin embargo, a través de los grandes mares de la abundancia, a través del desierto de las penas, las peleas, los cambios, los nuevos amigos, suena el teléfono o llega un mail y ¡bingo! el aquelarre vuelve a convocarse ofreciéndonos su refugio. Cena de brujas les decimos a nuestros encuentros, colgándonos de la estela de la historia, sabiendo que algún hechizo generamos juntas que hace que el tiempo corra para atrás o para adelante, no importa, porque nosotras somos siempre las mismas, brindando por los mismos dolores, abrazadas a lo que nos une como a un tronco que cruza el río cuando empuja la corriente. Ya no hay más conspiraciones que ésta de detener el tiempo en una charla fútil que igual es nuestra y no se parece a ninguna otra. El resto del mundo puede morir deshollado en nuestro caldero, nadie es tan maravilloso como nosotras, más cuando estamos juntas. Y el vino es rico y los fideos un manjar, y nos acomodamos para no hablar todas al mismo tiempo, y el vodka de después nos acaricia. Y somos jóvenes y bellas –más que el resto del tiempo– y somos amigas y puede caerse el mundo a nuestro alrededor que de todas maneras no interrumpirá nuestro brindis, por lo que somos, por lo que tenemos, por los que nos faltan.