Jueves, 26 de junio de 2008 | Hoy
PSICOLOGíA › LAS LóGICAS DE UN ESTADO QUE NO EQUIVALE A LA PSICOSIS
Por Daniel Kordon *
“La locura viene de repente como la lluvia.” “Ahí es; ahí puede pasar cualquier cosa.” Frases de María Rosa, paciente de un hospital del conurbano, dan idea de lo que irrumpe, fuera de control, desmedido, sorprendente, pero no carente de lógica.
Ubicar esa lógica, singular en cada uno.
Tarea imposible/imprescindible donde no se quiera ahogar física o psicofarmacológicamente el decir de aquel que viene a consulta –viene o es traído en muchos casos– y que a cada instante amenaza con quedar fuera de estructura.
Precisemos: si la estructura es la del lenguaje, amenaza con caer fuera de lenguaje, que allí se desanude el nudo. En ese punto ¿cómo intentar siquiera situar sujeto?
En ese punto ¿cómo intervenir?
Sucede en la locura que lo imaginario, en ocasiones, sostiene el nudo. La pregunta por el lenguaje en tanto estructura sería entonces ¿cómo se anuda el nudo? Si se puede tender a hacer de lo imaginario, real, sentido solidificado, allí donde las intervenciones de corte suelen no ser eficaces, ¿cuál es la modalidad de intervención para los analistas que acuden pertrechados con la consigna lacaniana de no retroceder ante la psicosis? Dicho sea de paso, consigna peligrosa como cualquier otra consigna, que escuchada como mandato no cesa de producir estragos.
Lógica del fantasma decía Lacan.
Lógicas de la locura. A pensar. A descifrar. Condición de cualquier operación posible.
La clínica nos muestra, sin embargo, que esa lógica se va construyendo en el a posteriori. Convocados por la locura, muchas veces operamos a ciegas, intuición o savoir faire, tiempos lógicos en el analista que concluye y opera antes de lograr comprender.
Si en Bartleby, el personaje de Melville, es notoria la angustia creciente de su empleador, no lo es menos el padecimiento del personaje. Si bien no es clara la posibilidad de pensar la angustia en la psicosis, es notorio el padecimiento, su ser tomado por el horror. “¡Ah, el horror, el horror!”, dice el Capitán Kurtz creado por Joseph Conrad y retomado, en ese punto, a la letra por Francis Ford Coppola en Apocalypse now.
La psiquiatrización de la locura agrega límites a los planteados por la clínica. Ubicar la imposibilidad o deslizarse hacia la impotencia. He allí los bordes.
Locura y ciencia. También cuestión de bordes.
Georg Cantor, inventor de los transfinitos, sucumbe en su locura a lo que fuera maldición de los pitagóricos: “En primer lugar, es mejor ocultar (o velar) todo número no cuadrático, o irracional, o inconcebible en el universo; y, en segundo lugar, que el alma que, por error o distracción, descubre o revela algo de esta naturaleza que hay en este mundo, emigra (después) de acá para allá en el mar de la no identidad (careciendo toda similitud de cualidad o accidente), inmersa en la corriente de la generación y la destrucción, donde no hay patrón de medida” (Los filósofos presocráticos, ed. Gredos. Madrid, 1978).
Einstein, con sus posiciones humanistas, intenta tramitar, hacer algo, con lo que Lacan en su Seminario XI nombraba como “el deseo que yace en el fondo de la física moderna”. Deseo mortífero, al parecer.
Al respecto resulta interesante evocar el texto de F. Davoine en que comenta el llamado que Scheedinger –físico ligado a los orígenes de la cuántica– realiza a los psicoanalistas en 1958 en Cambridge para que se ocupen de esta problemática. Davoine comenta también la locura de Cantor, la psiquiatrización de un hijo de Einstein, añadiríamos a la lista la esquizofrenia en la hija de Joyce.
Locura en tanto el superyó opera como mandato no equivocable.
Se lo ve, diría Masotta, el tema es la pulsión de muerte.
“Pregúntele a mi psicólogo. El sabe todo de mí”, dice María Rosa cuando por la calle la interrogan para un programa de TV. Todo de saber que sitúa la dimensión imaginaria de la transferencia en términos absolutos.
Alguna vez trajo como regalo una lámpara de Aladino, aludiendo a la condición de “brujo” de su analista (“brujo” sería para María Rosa aquel que sabe más allá de la palabra, o cuyo saber resulta del conjuro o utilización mágica de la palabra).
Se lo ve: no se trata de la palabra en su ditmension significante, trabajo de letra. Más bien, de cierta fijeza donde lo imaginario da consistencia a lo que si no allí naufragaría.
Locura social. Segregación.
Prevalencia enloquecida de la imagen, degradación de lo simbólico, real de la muerte, renegada o ensalzada. Chauvinismo de los éxitos deportivos. Belleza ya no poética, sino obscenamente imaginaria.
Las llamadas enfermedades del siglo –anorexia, bulimia, adicciones, violencias varias y variadas– vienen a decir lo silenciado en las demandas que fundan, aniquilándolo, al sujeto de la época. Epoca que al decir de Lacan no es sino la del campo de concentración.
En El antiedipo, Deleuze y Guattari hablan de un sueño que persigue la psicosis: “Una función de fraternidad universal que ya no pase por el padre”. Presentan al esquizofrénico como máquina deseante, sin metáfora, objetos que se conectan con otros objetos que emiten flujos conectados a otros objetos que emiten nuevos flujos: el seno y la boca; los rayos en el ano de Schreber; Artaud.
La interrupción de este proceso deseante produce el esquizo autístico que puebla los hospitales. Puro desecho.
Oponen así el paseo por la naturaleza del Lenz de Büchner a la miseria del neurótico recostado en el diván.
Entre otros neologismos Lacan hablaba de la Samcda, Sociedad de ayuda mutua –de los analistas– contra los efectos del discurso analítico. Está claro que el DSM IV, manual de diagnóstico que permite y autoriza la manipulación –vía diagnóstico, medicación, internación– de los llamados locos, resulta de una eficacia incuestionable. Sólo que se trata de la eficacia de las políticas de silenciamiento.
Ahora bien, ¿qué hacen los analistas con la locura y con los así llamados locos? Suelen hacer congresos, jornadas, trabajos clínicos que leen entre ellos. Se defienden. El problema es que los locos no hablan en marciano. Se visten con jean y campera como nosotros y nos hablan de aquellas cosas que también a nosotros nos preocupan: la muerte, la palabra, la escritura, Dios, la sexualidad. Ya Freud debió aclarar que sus teorías, que coincidían con la elaboradas por Schreber en sus Memorias..., eran previas a su encuentro con el texto del psicótico. Demencia paranoide, diagnostica Freud.
Si el trabajo del analista es trabajo de letra, poética en última instancia, los analistas vienen entonces a tomar el relevo de otros discursos –poéticos, científicos, filosóficos, religiosos– al verse confrontados con la locura. Allí donde otros discursos reprimen, cercenan, encierran, los analistas, conmocionados en el corazón de su ser –“Kern unseres Wesen”, escribe Freud y cita Lacan– deberán no retroceder, soportar: hacer de soporte transferencial a la interrogación que lo real les ofrece desde el padecimiento del loco. Locura no es igual a psicosis. Se trata allí de lecturas. De poder leer, en una lectura que escribe, cómo se anuda el nudo, cómo se produce, o no, sujeto.
Si el nudo no es modelo –como afirmaba Lacan– sino la estructura misma, ¿es el analista un artesano de la palabra, de la poética, del nudo, borromeo o no? ¿En qué consiste la clínica de los analistas ante la locura?
Debilidad mental. Locura que atraviesa los momentos cruciales de cualquier análisis.
Preliminares.
* Psicoanalista. Miembro de Testimonios. Docente en Psicólogos y Psiquiatras de Buenos Aires.
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