Jueves, 26 de junio de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
¿Cómo van los porotos?” indaga el cronista, hablando (para variar) de votos en Diputados y no de la soja.
Un paladín de la bancada del Gobierno, pese a no ser ni terapeuta ni judío, responde con una pregunta: “¿Para sacar el proyecto como está o para sacarlo con modificaciones?” La explicación viene sola: para la aprobación sin reformas, los números dan apretados, vaya a saberse cuán apretados. Si el proyecto “se abre” a mejoras propuestas por entidades ruralistas o la oposición, si se agregan al paquete normas sobre temas anexos, las chances se incrementan.
En apariencia, las mejores perspectivas para el oficialismo concuerdan con el mejor escenario sistémico: que la ley (a favor o en contra) no se defina por una mayoría ajustada y estática. Si se logran consensos, si se desbloquea el rígido esquema oficialismo/oposición será mejor, imagina y verbaliza el cronista, tal como sucedió con la inconstitucionalidad de las leyes de la impunidad o el financiamiento educativo.
Su interlocutor piensa parecido, pero deja a salvo que no se sabe aún cómo discurre Néstor Kirchner.
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La billetera y el corazón: El senador Roberto Urquía fue favorito en Palacio hasta hace poco tiempo. Gran valor, pintaba para ligas mayores, cuando el oficialismo daba por hechas sucesivas victorias electorales en Córdoba, primero en las provinciales, luego en las nacionales. Juan Carlos Mazzón fue el artífice de su unción y del apoyo del kirchnerismo a Juan Schiaretti privilegiándolo sobre Luis Juez.
El numen de Aceitera General Deheza investía entonces, así se comentó en este diario, la peligrosa doble condición de capitalista poderoso y de representante de la provincia. Esa dualidad no hace sinergia, más bien es como el agua y el aceite. Se trasluce ahora, cuando el hombre renuncia a la presidencia de una comisión estratégica para alinearse con sus intereses más sólidos.
La movida de Urquía también deja un poco enclenques a las diatribas surgidas desde varias tribunas del “campo” contra los odiosos exportadores o sectores concentrados del agro. Eduardo Buzzi los apostrofó desde la tribuna en Rosario, hasta mentó al aceitero con nombre y apellido. Más allá de los discursos o de las poses, la billetera siempre está muy pegada al corazón.
Urquía tuvo un ápice de decoro dando un paso al costado y “cantando” su voto futuro. Tal vez sea abstención, confían cerca de Miguel Pichetto.
El oficialismo otorgó, meses ha, otro changüí en el Senado. Fue resignar la banca que dejó Cristina Kirchner y que no ocuparon ni Graciela Ocaña ni Eric Calcagno. Aun con esos baches, la Cámara alta es la más fuerte del FPV.
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El confort de los tópicos: Nada es sencillo, ni se deja explicar de una pincelada. Mucho menos con una imagen trillada que se repite como si brotara de un libro sagrado. A metáfora congelada, relevo de pensamiento propio. Un tópico extendido distiende las neuronas o, llanamente, les da franco. Prorrumpir que “el Congreso funciona como una escribanía” otorga patente de demócrata cuando no de posgraduado en ciencias sociales. Si se añade morriña por la ausencia de un Congreso “independiente”, cartón lleno.
El reclamo indignado, cual lo proclaman intelectuales probados como Alfredo De Angeli, soslaya datos que tienen su interés, básicamente el funcionamiento real de unos cuantos sistemas políticos. Los parlamentos no son albergue de librepensadores o de nobles anarquistas que sólo discuten sus ideas con la almohada. Las democracias tangibles funcionan con sistemas de partidos políticos con reglas funcionales de pertenencia y disciplina. Esas reglas no son absolutas, más vale, ni excluyen la libertad de conciencia o de secesión. Pero el principio es el apego al mandato recibido en las urnas (no en boleta individual sino partidaria) y al colectivo al que se pertenece. Si fuera diferente, si cada legislador atendiera consultando sólo con la almohada su propio juego nadie podía explicar cómo pudieron gobernar tantos años mandatarios como Tony Blair, Felipe González, José María Aznar o Ricardo Lagos por mencionar casos variopintos de geografías surtidas.
Quienes anhelen salirse de los tópicos empobrecedores pueden informarse de cómo funcionan en serio los parlamentos leyendo al politólogo italiano Gian Franco Pasquino en su reciente libro “Los poderes de los jefes de gobierno”. O, si prefieren la blogosfera de cabotaje, internarse en el sugestivo blog El criador de gorilas. Aunque, ya se sabe, siempre es acogedor el ámbito de los lugares comunes.
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No es el oro lo que reluce: Los chacareros han trasladado su estilo prepotente y pechador al Congreso. Las imágenes de su comportamiento relativizan su recurrente prédica a favor del diálogo o la negociación. Es peliagudo articular o aun hablar cuando prima la grita, la presión corporal o la intransigencia. De cualquier manera, esos ejercicios tumultuosos no deben suscitar reacciones inquisitoriales, tan caras a los medios. La democracia soporta (y en algún punto admite) cierto grado de desviaciones, de pressing, de desmesura. Cierto grado.
Si esto se dice de los que aturden a los diputados, mucho más piadoso cabría ser con quienes se movilizan armando carpas, de cualquier color. La Vulgata dominante habla de guerra cuando mayormente se ve manifestación democrática.
La intolerancia de los productores agropecuarios, revelada aun por los medios electrónicos que les hacen de claque, no debería hacer creer que el batiburrillo es lo único que pasa en el Congreso. Habría que estar atento por si, amén de los que gritan delante de las cámaras, hay quienes agitan millones de razones lejos de la mirada de los otros. Tanto los compañeros legisladores como los correligionarios se las traen en antecedentes de ese jaez, entre ellos la privatización de YPF y la ley Banelco. A título de prevención y (de momento), no de denuncia, vale advertir que los lobbies capitalistas no sólo trabajan de sol a sol y pegan gritos estentóreos.
Otro detalle equívoco para resaltar: cuando se debate (es el caso) una ley que implica directamente a grupos de interés y que también impacta en el futuro de otros ciudadanos, el activismo de las corporaciones es siempre mayor. Supongamos, sólo a título de hipótesis, que la apropiación de la renta sí puede mejorar la vida de otros argentinos, eventuales beneficiarios de políticas públicas que dependen de la acción estatal. Esos sectores no forman barra, no pueden darse el lujo de faltar semanas a su trabajo... no se dejan ver ni oír. Su representación, guste o no, queda en manos de los representantes del pueblo o de las provincias. La asimetría que se percibe por TV no da cuenta de quienes pueden ser afectados o mejorados por las normas en discusión.
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