Jueves, 7 de agosto de 2008 | Hoy
PSICOLOGíA › A PROPóSITO DEL CONFLICTO CON LAS CORPORACIONES DEL AGRO
Para el autor, “la estructura que produce el accionar humano está sobredeterminada por el conflicto que se produce entre el carácter fatalmente narcisista de sus deseos y la exigencia irrecusable de las relaciones con los otros”.
Por Sergio Rodríguez *
El prolongado conflicto entre el Gobierno y las corporaciones del agro, y su desenlace, sorprendieron a sus actores, a los analistas políticos y a la población en general. Es buen momento para repasar mitos y lógicas de la política, utilizando herramientas que agilicen entender un poco más. Lo que podría facilitar operar mejor a aquellos actores que así lo deseen y cuenten con condiciones para acercar dichos deseos a su efectivización. Tomaré en cuenta cómo inciden las tres formas de recepción de las percepciones y los sentimientos. Su articulación, y cómo se manifiestan en actos y conductas conscientes e inconscientes de los seres humanos; para, y en sus enlaces sociales necesarios para ir construyendo su vivir.
La política está sobredeterminada por diversos vectores: daños y potencialidades productivas del planeta y cada país en particular, desarrollos de las fuerzas productivas, relaciones sociales de producción, políticas económicas, perfiles de agrupamientos sociales y políticos y de sus liderazgos. Filogenias y ontogenias étnicas, psicologías particulares de diferentes sectores de las masas que condicionan su relación con dichos liderazgos. Cada una de estas variantes, y seguramente algunas otras que se me escapan acondicionan a las demás y son condicionadas por ellas. Finalmente el azar, una cara de lo real, también incide y fuertemente en el destino de las políticas y como consecuencia de las apuestas de los políticos en ellas.
La estructura que produce el accionar humano está sobredeterminada por el conflicto que se produce entre el carácter fatalmente narcisista de sus deseos y la exigencia irrecusable y limitante a los mismos, de las relaciones con los otros para intentar llevarlos a cabo. En esas condiciones reside la condición básica de inevitabilidad del conflicto psíquico. También, que el accionar sea decidido según cómo se articulen los tres registros de la experiencia en cada uno, en masas, y en liderazgos particulares. Las pulsiones, al ser posibles de satisfacerse en su propio borde autoeróticamente (dicho en criollo, el goce de chupar y de comer, la masturbación anal, la peneana y la clitoridiana, etcétera), plantan una de las condiciones básicas para que las tensiones entre el hablante y sus otros suelan desembocar en pulsiones mortíferas. Ya que la satisfacción autoerótica lleva al aislamiento y a la estrechez vital en muchísimos sentidos. El narcisismo, lejos de ser una condición moral, como se escucha a veces usarlo de adjetivo peyorativo, es la estructura básica, que buscando la sobrevivencia de cada uno también puede llevarlo a la muerte. Y como tal, está cruzado por los antedichos tres registros de la experiencia, que se anudan en interdependencia total. En sus mejores formas, funciona entrando y saliendo de sus limitaciones y muchas veces sin advertirlo, para sobrellevar la vida en las relaciones con otros (pareja, hijos, compañeros de trabajo). Su tope está en la imprescindibilidad de relacionarse con otros, que lo encuentra–desencuentra con los límites de cada uno de ellos o de los grupos en que se agrupan. Dichas relaciones se producen a través de las creencias fantasiosas de que hay “un sentido común”. Creencias que devienen de creer que dichos vínculos se anudan, tras la suposición que los otros quieren lo mismo que uno. O sea, a través de creer que se comparten significaciones y sentidos comunes con los demás. Pero dichos sentidos y significaciones se han construido desde los límites que impone el propio cuerpo, cerebro y constelación microcultural de la que se es producto. Y que está condicionada por la filogenia, ontogenia de cada uno y como respuesta a las “sorpresas que te da la vida” y casi siempre suele resultar diferente a la de cada otro. De estas torsiones en las relaciones entre las tendencias a luchar por sobrevivir, las pulsiones de muerte, las paradojas narcisísticas, más el reconocimiento de sus otros siempre erróneo, devienen malos entendidos, agresividades y agresiones, “encerronas trágicas” como gustaba decir Fernando Ulloa.
El yo, que por un lado nos facilita vivir en sociedad al darnos una apariencia en la cual sostenernos y una tenue racionabilidad para pensar, por otro es sede de conflictos y torsiones por ser actor de personajes (lo inconsciente) que le quedan grande y porque esos deseos inconscientes lo empujan a darse a ser no sólo agente, sino también objeto en los intercambios de goce con los otros. Con su sabiduría milenaria la lengua construyó con el prefijo ego significantes como: egoísmo, egocentrismo, egolatría. ¿Qué nos dice el diccionario? Egoísmo: inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Egocentrismo: exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la atención y actividad generales; acto sugerido por esta condición personal. Egolatría: culto, adoración, amor excesivo de sí mismo.
Hay que tomar en cuenta el indiscutible peso de aquellos líderes que se afianzan ante masas importantes, sea por su número, su peso en la producción, el comercio, las finanzas, la disposición de las armas del Estado o de aparatos partidarios. Tomándolo en cuenta, se hace evidente que el encontronazo entre los narcisismos mortíferos de los dirigentes agrarios hegemónicos por un lado, reforzados por sentirse gozosos de ser amados por pobladas conmovidas, como De Angeli (pasteras antes, retenciones ahora); y por otro del presidente del Partido Justicialista, fijado a glorias pasadas, han ocasionado al resto de la gente que habita el país, y a éste en su conjunto, inútiles e importantes pérdidas. Entre los dirigentes agrarios y la mayoría de sus trabajadores, en esta ocasión, campea el egoísmo. Hay entre ellos, propietarios y CEO de grandes corporaciones sojeras y de otras explotaciones productoras y comerciales del campo, pero con la compañía mayoritaria de su masa de trabajadores. Del lado presidencial justicialista, hay errores de cálculo en la correlación de fuerzas sociales y una propuesta tardía de redistribución de la renta nacional. Redistribución sobrecargada a uno de los sectores de la economía, dejando sin tocar otros, en los que grandes corporaciones tienen pingües ganancias. Lo que nos muestra, al menos, un obcecado esfuerzo egocéntrico, ególatra, que amenaza arrastrar su fracaso personal y de un proyecto político que merecería mejor destino.
Debido a las condiciones de conflictividad inherentes a la estructura productora del ser humano en situaciones de tensión, el primer fantasma que se le aparece a cada uno es el otro, como amenaza siniestra. Fantasma que soporta el goce de cada uno y facilita no interrogarse por la propia responsabilidad en las carencias que se sufren. Se sobredimensionan y expanden ideologías, de izquierda, de derecha, de “género”, o ahora del democratismo que derrapa a anomia. Alguna vez fueron propiciatorias de defender intereses de la Nación y/o de una supuesta la igualdad ante la ley de sumergidos sociales o sexuales por los sectores dominantes. Pero, cada vez más, se trastruecan en retóricas renegatorias de las verdades emergentes de diferencias de órdenes diversos. Debido a la magia del lenguaje –negra en estas circunstancias–, las ideologías, de iniciarse como propiciatorias, derivan en obstáculos para lo que proclaman. Izquierdas, derechas y centros son nombres que devienen del ala que ocupaban, a las miradas, los diputados en la asamblea de la Revolución Francesa. Y la mirada es “mandada a hacer” para escabullir la verdad.
Hubo muchos sorprendidos porque esta protesta, tan sostenida y extendida, se disparó cuando mejores réditos se están obteniendo de la renta agraria. Quienes se sorprenden son tributarios de la idea de que sólo la miseria conlleva estallidos sociales. Es un error, los estallidos sociales sólo suelen ser producto de crisis. Las situaciones crónicas habitúan a gozar de ellas, sea en la pobreza o en la riqueza. Las crisis presionan los conflictos entre los narcisismos de los hablantes, tanto las de empobrecimiento como las que resultan de excedencias. Aunque éstas parezcan más irrazonables. No se trata de la razón pura, sino de la razón fogoneada por pulsiones y narcisismos. Estos favorecen a veces desarrollos nacionales y/o sociales y otras los perjudican. En ambos tipos de crisis, las ambiciones personales estimulan los conflictos por la redistribución de la renta. En ambas, los diferentes sectores sociales creen que la justicia se mide según el rasero de sus intereses. De ahí deviene la relatividad del significante justicia, y que siempre exija predicación para poder producir significaciones que sólo satisfarán a quienes resultan favorecidos por éstas. Por eso el peso que ejercen las funciones del Estado como regulador. Sea desde la presencia, o por ausencia, según las orientaciones políticas predominantes en sus gobiernos y las correlaciones de fuerzas sociales y económicas con las que tengan que lidiar. Lo justo o injusto y la realidad que establecen finalmente es definido por la resultante de dicha correlación y las consiguientes negociaciones y/o imposiciones explícitas o implícitas.
Este conflicto ha mostrado desnudamente el enorme resorte de poder en que se han constituido los medios masivos de comunicación, en tanto son vehículos bombas de grandes corporaciones económico-financieras, comerciales-agrarias-fabriles.
¿Cuál es la lógica que los soporta? La de los vínculos sociales resultantes de las formas de articulación discursiva entre humanos. Son pieza clave en la modalidad de relación entre ellos. Las diferentes variantes de discursos amo, lejos de ser despreciables –como suele escucharse en algunas utilizaciones peyorativas de dicha nominación de discurso– fundan y sostienen las relaciones entre los seres parlantes. No ha habido una sola sociedad donde alguna de sus formas no haya hegemonizado. Lo que por supuesto supone pérdidas, como ocurre en cualquier otra de las relaciones de discurso. En todos ellos, sus actores ganan y pierden. Algunos más, otros menos. Su lugar, en cada discurso, depende de su modo de estar en las relaciones sociales. En qué lugar se ubican depende del deseo que los esté causando y la modalidad de goce en que anclen, se engarcen, y no sólo, como “ingenuamente” se suele creer, de cómo quedan ubicados, o sean colocados, aunque esto influye y muchas veces fuertemente. De en qué lugar queden dependerá de qué goce se apropien, cuáles sean su pérdidas y qué deseos les queden pendientes. Sin agente que indique –amo– no hay relación que funcione. Ante la indicación, el otro aceptará, rechazará o propondrá modificar. Insisto, no ha habido ninguna sociedad en la que no dirija algún discurso amo. Y mientras más libertarios eran los enunciados, más rígidos fueron los amos devinientes. Resultó así en la Cataluña anarquista de la Guerra Civil Española, con sus resultados de anomia y disgregación, que facilitaron el triunfo de los fascistas de Franco. Y que en el declive revolucionario, “resolvieron” las diferencias entre ellos con la razón de las armas.
El periodismo, supuestamente dispuesto a decir la verdad en tono de denuncia, es expresión socializada del discurso de la histérica. La histérica con sus “histeriqueadas” –te quiero, no te quiero, te deseo pero no accedo a que goces conmigo, acercáte pero no demasiado, no te alejes pero no me toques– convoca al amo que imagina como poderoso, para impotentizarlo y patearle el banquito en que lo unge. En la actualidad, los amos encaramados en grandes corporaciones multimedia, monopolizadoras en nuestro país de la producción de papel y partícipes de muchos otros grandes negocios hacen apariencia de histérica, para, encubiertamente, operar como amos verdaderos en cualquiera de sus versiones.
Es paradigmático de este uso perverso de la máscara histérica, el acierto, destructivo para la 125 y constructivo para las grandes corporaciones, de naturalizar la significación del significante “campo” coagulado como representante representativo de todos los sectores sociales vinculados con el agro. Arrendatarios pequeños, grandes y medianos, propietarios de dimensiones similares, comerciantes y productores fabriles proveedores de insumos y demás mercancías vendibles a todo tipo de habitante del agro y ciudades y pueblos vinculados se creyeron representados por él en mancomunidad de intereses. A lo que contribuyó la miopía de los Kirchner para diseñar una política diferenciada que gravara a las grandes corporaciones y terratenientes sojeras y favoreciera en cambio a pequeños y parte de los medianos, además de a los que trabajan en cultivos o cría de ganados no desertificantes. La magia de las palabras (en este caso, nuevamente negra) empuja desde “los medios” a la disgregación social. Y aprovechándola, convocan amos tiránicos, absolutistas y destructivos, como los que componen la Sociedad Rural y las corporaciones sojeras.
Que la política dependa de condiciones de estructura no excluye que en ella haya buenas y malas personas. Malas son aquellas que habiendo producidos actos que, retrosignificados por sus efectos como dañinos para los otros, sin que medie imposibilidad de no repetirlos los repiten. Buenas, quienes se sustraen a la tentación de hacerlo.
La censura de prensa no es solución, además de ser un colador arbitrario. El siglo XXI exige, de Estados y poblaciones, utilizar con creatividad medios estatales y otros de propiedad pública, instituidos a través de mecanismos bajo control democrático. En la coyuntura, también una política activa de conferencias de prensa, en vez del sectario secreto de cúpulas. No serán garantía, pero sí intento de mejorar, compitiéndoles a las corporaciones.
Poder es no sólo contar con medios para hacerlo efectivo, sino también saber hacerlo. El principal problema que presenta el ejercicio del poder, en la jefatura del Partido Justicialista y en la Presidencia de la Nación, reside en la torpeza que están evidenciando para tejer alianzas y exclusiones, lo que se refleja incluso en el encierro de la cúspide que está decidiendo sus políticas. Así le fue a Néstor Kirchner en la concertación con parte de los radicales y en los negocios con el punterismo peronista. Concilió más allá de lo necesario con algunos barones radicales y justicialistas del conurbano y con algún caudillo provincial como Rovira, el derrotado candidato a gobernador en la provincia de Misiones. Su egocentrismo lo llevó a la necedad de no tomar registro de este acontecimiento, con lo que sembró los vientos de las tempestades que recogió su esposa en el destino de la Resolución 125.
La conciliación sin necesidad, y el rencor, son malos consejeros. Ya hay voces que piden la renuncia del vicepresidente Cobos. Le exigen “que acompañe al Gobierno”. No tienen en cuenta que el presidente del PJ y la presidenta de la Nación lo tuvieron todos estos meses de florero, tanto a él como a la corriente radical de la que provenía. O sea, no fueron compañía. Y el emisor recibe del receptor su propio mensaje invertido. Si la presidenta de la Nación logra reciclar su inteligencia, desprendiéndola de la sujeción simbiótica al masculino que se le impone, reestructurará su política de alianzas y adversarios. De lo contrario, habremos perdido otra gran oportunidad como Nación y sociedad.
Del 2001 se salió, más allá y más acá de las apariencias, con una tregua inestable. Estabilizada con el 3 x 1 de Duhalde y sus ministros de economía, continuado por Kirchner y Lavagna y con una módica quita en parte de la deuda externa que permitió saldar con el principal acreedor, el FMI y algunos fondos buitre, que no obstante insisten en cobrar. Queda lo agregado por adquisición de nuevas deudas y lo pendiente con el Club de París.
La frágil salida encubrió imaginariamente, a la manera de los olvidos, un dato clave que expresaba la consigna “¡Que se vayan todos!”, la desconfianza generalizada en los dirigentes políticos. Lo que les dio lugar a dirigentes sociales (piqueteros, comisiones de base, etc.) que no traen tras sí historia ni organizaciones arraigadas, y con una parte importante de su masa integrada por desocupados y otras formas de marginados. Marx no confiaba en ese tipo de masas por no tener una ligazón orgánica en función de su participación en la producción. Dichos dirigentes sociales se apoyan en bases inconsistentes. No debe tomarse este dicho como adjetivación, sino como constatación de su constitución social y el tejido que la misma brinda para el accionar político.
El peligro de esta situación reside en que masas con ese fundamento, en condiciones subjetivas que las desaniman, resulten caldo de cultivo para aventuras totalitarias o, peor aún, para anarquizaciones de “todos contra todos”.
Los políticos, ¿ingenuamente?, creen en la memoria de los pueblos. No advierten que, como cualquier memoria, pero mucho más cuando es colectiva, mitifica. Cosa que Carl Jung advirtió preclaramente. Lo bueno es fácilmente olvidado en tanto la rueda de la historia sigue sus “rodadas”. Lo de hoy tapa fácilmente lo de ayer. Es la base lingüística de la represión. Cuando se habla, la palabra se elige entre sinonimias o antonimias posibles en cada operación de enunciación. Sincrónicamente se deja caer, subalternizándolas, a las otras posibles. Cuando renacen dificultades, se olvida lo bueno que pueda haber habido y se sienten solamente las dificultades que se transitan. Esto está a la orden del día hoy.
Estas cuestiones hacen de la situación actual algo muy difícil, por la obcecación, el encierro narcisístico de la pareja K ¿y sus negocios?, y por el encierro narcisístico de los líderes corporativos actuales del movimiento agrario y de la oposición en general. Contribuye la miopía de algunos izquierdistas, los deseos revanchistas de algunos K y lo peor de las derechas, todo montado en la perversidad desinformativa de los medios masivos de información corporativos. Luchar contra ese “cuesta abajo en la rodada” exige iniciativas vitales e inteligentemente pluralistas, como el importante agrupamiento Carta Abierta.
* Fundador de la revista Psyché.
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