Jueves, 26 de agosto de 2010 | Hoy
PSICOLOGíA › ALCOHOL ANTES DE LA FIESTA
Por Sergio Zabalza *
¿A qué abismo se intenta acceder cuando se juega con un arma? Un luctuoso suceso acontecido hace pocos días amerita algunas reflexiones acerca de los trágicos atolladeros con los que se suelen topar los adolescentes. “La previa”, ese espacio de tiempo anterior al programa elegido, se da en un adentro, generalmente un hogar, propicio para generar cierto tono donde, aunque no se escatime el entusiasmo, prevalece una reserva, una discreción e intimidad opuestas al carácter público y anónimo del afuera, la salida propiamente dicha. La previa pude durar horas. En forma velada o explícita, se dirimen allí intensos conflictos, se establecen alianzas, jerarquías y subordinaciones, se miden fuerzas, se formulan promesas y confesiones, se renuevan rituales y también se previenen traiciones, al resguardo de la privacidad que brinda el ensayo. Se organiza todo un sistema de defensa, mediatizado por la mera confrontación de los “semblantes”: qué te pusiste, qué te ponés, qué te hiciste y qué te hacés. Y no sólo estamos hablando de chicas: la planchita de los varones es un buen ejemplo de la elaborada producción estética que se pone en juego como condición para asomar a la escena del mundo.
Alguien podría sostener que en la previa se procura la desinhibición requerida para abordar al Otro sexo –sobre todo en el caso de los varones– y soportar la implacable mirada del Otro, en el caso de las chicas. Seguramente de algo de esto se trata, como si el alcohol, por ejemplo, por una suerte de contagio colectivo, otorgara consistencia al “semblante” con que, después, el sujeto jugará su soledad en el mercado erótico que despliega la comedia de los sexos que habitamos.
Y es que abordar a una mujer es una prueba de supremo valor para un jovencito que intenta acceder con sus incipientes recursos a la dimensión de plenitud masculina. Es probable que no haya para un varón trance más duro y peligroso. Si, a la salida de los avatares propios del Complejo del Edipo, a los cinco o seis años, el muchachito tiene algo así como “el título en el bolsillo”, sucede que, al llegar a la pubertad, tiene que sacarlo del depósito: demostrar que es lo suficientemente macho como para ser aceptado en el grupo de pares. Y, por el lado de las chicas, basta leer El arrebato de Lol V Stein, de Marguerite Duras, para verificar cómo la mirada de la Otra puede descomponer un cuerpo adolescente.
Desde esta perspectiva podría entenderse mejor la función estimulante del alcohol en adolescentes. ¿Por qué tanta necesidad de destruirse si no es para inyectarse –fallidamente– el riesgo que les permita abordar un goce ante el cual la bonhomía de la infancia aparece como un insulto descalificador? ¿Qué es “tomar para desinhibirse”, sino calmar la aplastante demanda que inhabilita cualquier intento de abordar al Otro sexo?
Aquí vale citar El baile, la película de Ettore Escola, que transcurre enteramente en una sala de baile. No hay diálogos. Sólo el duelo que unos seres muy particulares sostienen con su propia imagen en el duro trance de abordar al Otro sexo. Como si cada uno bailara con su propia soledad.
El alcohol y la frustración amorosa van de la mano desde los más remotos tiempos. Por algo Freud ejemplificaba una de las raíces de la agresividad paranoica apelando al delirio celotípico que el borracho escenifica en las tabernas. En efecto, la frustración en el amor hace surgir un rival, y, si no lo hay, se lo inventa a la salida del boliche.
Pero, porque para el caso de nuestros adolescentes, el exceso ya está en la previa. ¿Por qué el alcohol en el ambiente seguro y protector que brinda un hogar? ¿Por qué el descontrol en el mismo techo donde habitan papá o mamá? (A veces en el mismo dormitorio, cuando ellos se han ido al cine.) ¿Qué se muestra en el adentro que después se sustrae en el afuera?
Podríamos decir que Freud habla de “la previa”: al referirse a los prolegómenos del acto sexual, señala que una demora en el placer previo bien puede redundar en una falla de la función sexual o lisa y llanamente dar cuenta de una perversión. Un exceso en la previa puede ser la causa de un nunca acabar que exacerba el campo de la fantasía en detrimento del efectivo encuentro con el objeto de deseo; luego, la frustración, la violencia, el pasaje al acto. ¿Acaso el desmesurado culto a la imagen que distingue a nuestra cultura no se alimenta de este menoscabo del acto, es decir, del escamoteo a la confrontación con el deseo del otro?
* Extractado del artículo “La previa adolescente: avatares del factor cuantitativo”.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.