Jueves, 24 de febrero de 2011 | Hoy
PSICOLOGíA › SOBRE LA NEGATIVA A LA MUERTE DIGNA
Por Sergio Zabalza *
El caso de Melina González, de 19 años, es el síntoma de una concepción de la salud que no cuida a las personas. El 19 de febrero pasado, Página/12 –en nota de Mariana Carbajal– informó que, en el Hospital Garrahan, los médicos se niegan a su pedido de recibir una sedación paliativa o terminal que le permita entrar en coma farmacológico hasta el momento de la muerte, próxima e inevitable por la enfermedad que la afecta y que le produce severos dolores. El paradigma que somete a esta joven a semejante tortura es la ética del Bien, que ubica la vida como el valor supremo sin tener en cuenta el deseo, la voluntad ni la particularidad subjetiva. De esta forma, sólo resta la degradación de la experiencia vital, la existencia reducida a un organismo que funciona sin el amparo ni el respeto que merecen las palabras que, no obstante, lo animan.
Se trata de un claro ejemplo de cómo el cuerpo se articula con la política: la salud como precipitado del poder. Marx dejó en claro cómo el cuerpo se constituye a partir del otro: “En cierto modo, con el hombre sucede lo mismo que con la mercancía. Como no viene al mundo con un espejo en la mano, ni tampoco afirmando, como el filósofo fichteano, ‘yo soy yo’, el hombre se ve reflejado primero sólo en otro hombre. Tan sólo a través de la relación con el hombre Pablo como igual suyo, el hombre Pedro se relaciona consigo mismo como hombre. Pero con ello también el hombre Pablo, de pies a cabeza, en su corporeidad paulina, cuenta para Pedro como la forma en que se manifiesta el género hombre” (El capital, México, Siglo XXI, trad. Pedro Scaron, pág. 65).
En Muerte voluntaria (Buenos Aires, Astrea, 2007), la investigadora Gisela Farías se pregunta: “¿Qué tipo de participación debería tener la esfera pública respecto de la intención voluntaria y razonada de morir de un miembro de la comunidad? Sin duda que no puede restringirse únicamente al reconocimiento del sufrimiento que lo impulsa en forma abstracta. Se requiere, entonces, de una participación activa y contextuada como condición de legitimación de derechos a la integridad o a no padecer sufrimientos, puesto que tal como lo plantea Hannah Arendt en La condición humana, los derechos humanos abstractos, los que existen presuntamente con independencia de la comunidad, no son derechos en realidad”.
También Melina convoca al Otro para transmitir su experiencia. Tras reclamar sin éxito a los médicos que la seden hasta morir, la joven aspira a que su experiencia sirva para que los legisladores –el Otro social– se ocupen del vacío legal que la obliga a transitar esta tortura: “Nadie más debería sufrir este calvario. Les pido a nuestros legisladores y políticos que despierten del letargo. Donde hay una necesidad hay un derecho. Yo tengo una necesidad y no hay leyes, no existen. Pido una ley de muerte digna”, dijo desde su cama.
Mientras su cuerpo está sometido a la falta de respuestas originada en una inacción política, esta persona se ocupa del prójimo. Como Pablo, se refleja en el Otro para dar cuenta de sí misma.
* Psicoanalista, Hospital Alvarez.
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