Jueves, 24 de febrero de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
Unos 15.000 hombres, mujeres y niños estaban cercados en el aeropuerto internacional de Trípoli anoche, pidiendo a los gritos pasajes en las pocas líneas aéreas todavía dispuestas a volar al estado destrozado de Khadafi, pagándole a la policía libia coima tras coima para llegar a los mostradores de los pasajes en medio de una muchedumbre de familias hambrientas, desesperadas. Muchas fueron pisoteadas por los hombres de seguridad libios que golpeaban salvajemente a aquellos que se abrían camino hacia el frente.
Entre ellos estaban los compañeros árabes de Khadafi, miles de ellos egipcios, algunos de los cuales habían estado viviendo en el aeropuerto durante dos días sin comida ni sanitarios. El lugar apestaba a heces y orina y temor. Pero una visita de 45 minutos a la ciudad en busca de un pasaje aéreo nuevo para otro destino es la única oportunidad de ver la capital de Khadafi si uno es un “perro” de la prensa internacional.
Hay pocas señales de la oposición al Gran Líder. Escuadrones de jóvenes con rifles Kalashnikov estaban parados a los lados de los caminos, cerca de las barricadas de sillas y puertas de madera. Pero éstos eran vigilantes pro-Khadafi –un débil eco de la “guardia vecinal” armada egipcia que vi en El Cairo hace un mes– y habían pegado fotografías del infame Libro Verde de su líder en los puestos de control.
Hay poca comida en Trípoli, y sobre la ciudad caía una apagada y triste lluvia. Corría por la Plaza Verde vacía y hacia abajo por las calles italianas de la vieja capital de Tripolitania. Pero no había tanques, ni vehículos blindados, ni soldados, ni un avión de combate en el aire; sólo unos pocos policías y hombres y mujeres mayores caminando por los pavimentos –gente como atontada–. Tristemente para Occidente y para la gente de la ciudad libre de Benghazi, la capital libia parecía tan tranquila como cualquier dictador hubiera deseado.
Pero esto es una ilusión. Los precios de los alimentos y la nafta se han triplicado; ciudades enteras afuera de Trípoli han sido destrozadas por las luchas entre fuerzas pro y anti Khadafi. En los suburbios de la ciudad, especialmente en el distrito Noufreen, las milicias lucharon durante 24 horas el domingo con ametralladoras y pistolas, una batalla que ganaron las fuerzas de Khadafi. Al final, el éxodo de expatriados hará más para derrocar al régimen que la guerra callejera.
Me dijeron que por lo menos 30.000 turcos, que conforman la mayor parte de la industria de la construcción e ingeniería libia, han huido de la capital, junto con decenas de miles de otros trabajadores extranjeros. En mi propio avión partiendo de Trípoli, un vuelo de evacuación a Europa, había empresarios polacos, alemanes, japoneses e italianos, y todos me dijeron que habían cerrado sus importantes empresas la semana pasada. Pero aun para Khadafi, los campos de petróleo, las empresas de productos químicos y los yacimientos de uranio de Libia quedan al sur de la “liberada” Benghazi. La capital hambrienta de Khadafi controla sólo los recursos de agua, de manera que una división temporaria de Libia, que puede haber pasado por la mente de Khadafi, no sería sostenible. Los libios y los expatriados con los que hablé ayer dijeron que creían que estaba clínicamente demente, pero expresaron más enojo contra su hijo, Saif al Islam. “Pensamos que Saif era la nueva luz, el liberal”, me dijo un triste empresario libio. “Ahora nos damos cuenta de que está más loco y es más cruel que su padre.”
El pánico que se apoderó de lo que queda de la Libia de Khadafi era más evidente en el aeropuerto. En la aglomeración de gente luchando por pasajes, un hombre fue golpeado tan cruelmente en la cabeza que su “rostro se deshizo”, según atestiguó un vendedor de autos de Tokio que se estaba evacuando.
Hablando a libios en Trípoli y expatriados en el aeropuerto, resulta claro que no se usaron ni tanques ni vehículos blindados en las calles de la capital. Los ataques aéreos se produjeron sobre Benghazi y otras ciudades, pero no Trípoli. Sin embargo, todos hablaban de una ola de saqueos e incendios por parte de libios que creían que con la caída de Benghazi, Khadafi estaba terminado y el país, abierto a la anarquía.
El centro de la ciudad estaba cerrado en su mayor parte. Todas las oficinas extranjeras habían sido cerradas, incluyendo las aerolíneas al exterior, y cada panadería que vi tenía las ventanas cerradas. Abundan los rumores de que los miembros de la familia Khadafi están tratando de huir al exterior. Aunque los divagues de William Hague sobre la huida de Khadafi a Venezuela fueron desmentidos, hablé con una cantidad de libios que creían que Burkina Faso podía ser su única retirada posible. Hace dos noches, un jet privado libio se acercó al aeropuerto de Beirut con un pedido para aterrizar, pero éste le fue negado cuando la tripulación se negó a identificar a sus ocho pasajeros. Y anoche, un vuelo de Aerolíneas Arabes Libias que, según Al Jazeera, estaba llevando a la hija de Khadafi no obtuvo permiso para aterrizar en Malta.
Los musulmanes chiítas en el Líbano, Irak e Irán culpan a Khadafi por el asesinato del Iman Moussa Sadr, supuestamente un teólogo carismático que imprudentemente aceptó una invitación para visitar a Khadafi en 1978 y después de una aparente discusión sobre dinero, no fue visto nunca más. Tampoco fue visto un periodista libanés que lo acompañaba en su viaje.
Aunque el humor negro nunca fue una fuerte cualidad de los libios, hubo un momento en el aeropuerto de Trípoli ayer que probó que existe. Un pasajero que entraba al país con un vuelo de Aerolíneas Arabes Libias al frente de una cola para inmigraciones gritó: “Larga vida a nuestro gran líder Muammar Khadafi”. Luego estalló en carcajadas y los funcionarios de inmigraciones hicieron lo mismo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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