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DESENGAÑOS, ENCUENTROS Y DESENCUENTROS EN LA PAREJA

“Ella y yo (por suerte) jamás llegamos a entendernos bien”

Todas las parejas anhelan comprensión sin malentendidos: pero –advierte el autor de esta nota– todas se basan, en realidad, en uno u otro malentendido. Y su propósito inconsciente no es siempre el “goce pacífico” sino “corregir una escena traumática repetida hasta el hartazgo”.

Por Sergio Rodríguez *

Lo real torna dificultoso el final de las discusiones en las parejas. Siempre se puede agregar un nuevo argumento para tratar de resolver ese elemento de real. Pero, por la inaccesibilidad del sí mismo y del otro y por la barrera de desconocimiento del yo, cada uno lo hace desde su creencia. Si no, si las creencias coincidieran, no habría lugar a discusión. El humorista Sendra, en una de las tiras de “Yo, Matías”, lo dice así: “Ma..., ¿por qué te divorciaste?” “Porque cuando una se casa tiene ilusiones y metas que a veces no son compatibles con las de la persona con la que uno se casa.” “¿Por ejemplo?” “Y... yo quería ser feliz.” “¿Y qué era lo incompatible?” “Que él también quería ser feliz.” Mientras el amor engaña al deseo, haciéndole creer que encontró su objeto, el malentendido puede sostener a la pareja en la creencia de que comparten el deseo. Si el malentendido cae, cada componente se desengaña, y la pareja pasa a la pelea.
“Desengaño” es una de las palabras más recurrentes en la música, la literatura y la poética amorosa. “¿Cómo, no estábamos en lo mismo?” En realidad (o sea, en la articulación entre lo simbólico y lo imaginario) se trata de des-ilusión; caída de la ilusión hasta ese momento compartida. La desilusión es vivida como frustración, defraudación, es una de las fuentes del odio y da lugar al despecho.
“Despecho”: un paciente usó esta palabra, que habitualmente no empleaba: Señalado el hecho, asoció con “destete”. El es hijo de una madre quejosa, poco cuidadora, muy demandante de atención hacia ella. El no recordaba que le hubieran contado de un destete demasiado temprano, pero le llamó la atención haber usado el término “despecho”, lo cual le facilitó profundizar el análisis de su posicionamiento como donador a la espera de retribuciones equivalentes –frecuentemente fallido y con consiguientes enojos de su parte–. Lo llamativo es que su pareja es todo lo contrario de su madre: cariñosa, cuidadosa de él, poco demandante. Pero eso a él lo excita poco y hasta se separó de ella por un tiempo. Sus fantasías masturbatorias, y algún pasaje al acto, se producen en referencia a damas con un grado de histeria equivalente al de la madre.
Y ahí nos encontramos con una repetición más o menos universal en las neurosis, y me animaría a decir que en todas las estructuras psicopatológicas: la gran equivocación por la cual se constituye el objeto en el fantasma, persiguiendo en el presente la corrección de alguna de las más insistentes escenas traumáticas de la infancia temprana, para lo cual debe portar los mismos elementos traumáticos que funcionaron en aquélla. Un objeto de goce pacífico como su esposa que lo desea sin reticencias no es aún (no sé si llegará a serlo) lo que él busca. Ahí no hay nada que corregir, y su objeto inconsciente es corregir aquella escena traumática repetida hasta el hartazgo. (Parecido a aquellas damas o caballeros que, cuando logran que su amante se separe de la esposa o esposo, pierden el interés por él o ella.) No es la escena corregida la que atrae la investidura libidinal, sino la escena por corregir.
El significante es causa y límite del goce, no porque sepa sobre el objeto, sino porque nos indica con qué objeto empírico, cómo y dónde gozar-gozarlo, aunque con ello no se pueda salir del engaño primordial de que no es ése del que se trata, de que algo real, en ése, se nos escapa. Mientras la sustitución funcione satisfaciendo, el sujeto, para bien o para mal, se detiene ahí. De no ocurrir así, el deseo lo relanza a la deriva.
Al decir “satisfacción”, hemos salido del campo del deseo y del campo del amor y hemos entrado en el del goce y la pulsión. Esta anima también con su empuje al deseo, y desde la zona erógena correspondiente contribuye a pintar los rasgos imaginarios del objeto trasmitidos por las constelaciones significantes que insisten en los decires del hablante apoyándose en lo aprehendido y aprendido cuando esas zonas erógenas fueron, en él, domadas por la Cultura. Pero, al satisfacerse con un objetoconcreto, éste también nos encierra en un circuito que puede servir al (bienvenido) engaño. De ahí que Lacan haya dicho que, porque no hay relación sexual, se coge.
Si no se cogiera, nos estaríamos matando todo el tiempo. Porque se coge, ello ocurre con menos frecuencia.
En otro análisis, alguien había estado unido en matrimonio muchos años con una señora que, fuera de los momentos en que se le imponía el deseo de quedar embarazada, no mostraba interés por coger. Y, desde que tuvo la cantidad de hijos que supuso la satisfacía, dejó totalmente de hacerlo. Esto producía frecuentes peleas que siempre terminaban más o menos igual: él se iba a dar una vuelta y se acostaba con la amante de turno. Finalmente y a través de un sostenido trabajo en el análisis, este hombre se separó. El desde hacía muchos años tenía una amante con la que más había persistido. Su cama con ella era muy buena. La relación afectiva también. Sin embargo, no fue más que separarse de la esposa y, sin saber por qué, pero no se trataba de culpas ni nada por el estilo, dejó de frecuentar a la amante.
Entretanto, se relacionó con otra mujer de carácter muy fuerte, e inició un romance muy fogoso. Pero empezaron a aparecer sueños en los que se le manifestaban ciertas posiciones homosexuales y hasta femeninas inconscientes. El había sido el preferido de la mamá, que lo llevaba con ella a todas partes; en cambio el padre había estado desdibujado. Siempre tuvo añoranza del padre.
Comenzaron a presentársele dificultades en el coito. Buscaba hacerlo sin que el deseo se le hubiera hecho presente. Tenía que demostrarse que su pene era fálico, lo que hacía que el acto sexual le resultara cada vez más trabajoso. Ella protestaba: ¿por qué hacerlo tan frecuentemente, y más si él no estaba motivado, con las dificultades que eso traía? Pero él insistía. Aparecieron sueños que trajeron a la memoria episodios infantiles de baldío, en los que la barra comparaba tamaños y jugaba a quién meaba más lejos. El era el más chico de todos, por lo tanto siempre perdía. Entre esos recuerdos, el que más lo torturaba era uno en el que se veía excitándose y hasta masturbándose recordando el pene del muchachón que lo tenía más grande que todos.
Las diferencias en la pareja se transformaron en peleas, y las peleas en coitos. Esta vez en una sola mujer, repetía el ciclo que en el matrimonio le había exigido por lo menos dos: pelea primero, coito después. Es válida la pregunta: ¿con quién cogía dicho sujeto a través del objeto cuerpo que se le presentaba en cada ocasión? ¿Con esa mujer, con aquel muchachito que siempre la tenía más grande, con el padre que se le esfumaba? ¿O será mejor quitar las “o” de la disyunción y colocar la “y” disyuntiva y conjuntiva? Las peleas, ¿eran un necesario condimento fálico? O sea, en función de lo simbólico y lo imaginario. Pero además, en él se torna evidente que recibían combustible y estímulo de sus fijaciones anal sádicas.
Podemos advertir entonces que la violencia, las peleas en las parejas, suponen una diversidad de fuentes: el fracaso y la imaginarización de lo simbólico, la agresividad de lo imaginario y la presión de la pulsión, límite entre lo somático y lo psíquico y entre lo simbólico y lo real.
La imaginarización de lo simbólico se da cuando cualquiera de los posicionamientos efecto de la relación de discurso se torna inamovible, lo cual, en el campo de las parejas, quiebra la metáfora del amor: sólo hay metáfora cuando las posiciones de amante y de amado se intercambian, rotan; el amante pasa a ser amado, el amado pasa a ser amante, en vivificante calesita. Lacan lo ejemplificó en el seminario “La transferencia”, con el llanto desesperado de Aquiles, que había sido siempre el amado, sobre la tumba de Patroclo: la muerte trasladó a éste a la posición de amado, quedando Aquiles en amante.
Pero lo real, ¿sólo amenaza con peleas y catástrofes o también puede ser fuente de creatividad? En tanto lo real del objeto es lo que lo tornacausa de deseo, puede resultar fuente de creatividad y producción. Es la función del deseo la que nos anima, nos hace buscar, nos mantiene activos. Los períodos iniciales de las parejas, cuando aún “se están conociendo”, suelen ser recordados luego como los de mayor creatividad. Cuando caen en la creencia, en la ilusión de conocerse totalmente, ocurren los tiempos del enamoramiento, que se trocarán en amor si se estabiliza el engaño, el malentendido. O de peleas o violencia, si adviene el desengaño. Hasta que un nuevo malentendido se estabilice, o se fracture la pareja.
El amor no es, en lo que hace a su causa y a su función, un misterio. Jacques Lacan lo definió diciendo que se ama al que se cree que sabe sobre lo que a uno le falta. El carozo de la teorización psicoanalítica de Lacan es la relación del ser parlante con la falta de saber –en especial, aunque no únicamente, acerca de sexo y muerte– sobre su presente y su futuro, y el ineludible deseo de saber sobre eso. En esa relación se prende la llama del amor. Recordemos que los niños se la pasan haciéndoles preguntas a los padres.
“Amar es dar lo que no se tiene a aquel que no lo es”, formuló Lacan. Así, el amor surge de un malentendido. Cuando el malentendido comienza a aclararse, también puede surgir la violencia.

* Extractado de Escenas, causas y razones de la vida erótica, de Ricardo Estacolchic y Sergio Rodríguez, de reciente aparición (Ed. LetraViva).

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