PSICOLOGíA › SOBRE LA TRAGICOMEDIA EROTICA PORTEÑA
“Ya no hay hombres”, dijo ella
Por S. R.
Un fenómeno abarca cifras importantes, muy notables en los relatos que escuchamos en las consultas, aunque no pueda aportar estadísticas. Está conformado por la queja de mujeres, especialmente mayores de 35 años, de que “ya no hay hombres”.
Concomitantemente, la extensión, en ellos, de impotencias transitorias o, en menor proporción, permanentes, y de eyaculación precoz. En cambio, ellas aparecen como grandes gozadoras, multiorgásmicas, “frenteras” (que “van al frente”, activas, que toman la iniciativa en el cortejo sexual), según el decir de ellos.
Se hace difícil distinguir –según ellas mismas relatan– cuándo llegan realmente al orgasmo de cuando lo fingen. Y, por lo menos en apariencia, no son nada reticentes de sus cuerpos.
¿Se proponen como objeto? Sólo a la mirada; en la acción, se reivindican como sujetos. En la lengua porteña de estos tiempos, han aparecido en muchas mujeres giros discursivos que así lo enuncian: “Me cogí a un mino”, o “Me levanté un mino”. También resulta común, en las fiestas de jóvenes, que ellas sean las que saquen a bailar a ellos. Se extiende, particularmente en hombres mayores, la llamada bisexualidad. Se ha hecho hábito, la moda unisex.
En las mujeres a las que me vengo refiriendo, se torna muy común lo que en otros tiempos hubiera sido llamado promiscuidad sexual; las “acostadas” con partenaires diferentes en un mismo período. Son argumentadas con razones diversas, pero que de una manera u otra aluden a insatisfacción por impotencias de diferente índole en los supuestos “machos”. Aumenta la frecuencia de mujeres que, habiendo llevado hasta la adultez avanzada una decidida heterosexualidad, pasan a establecer parejas homosexuales, manteniendo o no las heterosexuales.
El discurso de la histérica, que agencia su demanda a través del síntoma, el olvido, el equívoco o la queja, la torna fabricante de hombres que se desvelan para entenderla, con lo que terminan agenciando la producción de saberes diversos que no les evitan el fracaso, ya que, por estructura, el saber que produzcan quedará en disyunción con la verdad de la histérica, que sólo goza sintiéndose objeto causa del deseo de ese hombre, o sea ni poseída ni interpretada por él. La histérica reina sobre el amo, pero no gobierna. Cuando queda en el lugar de agente, suelen vivirse situaciones de impotencia general que pueden bordear lo caótico.