PSICOLOGíA

Producir algo que rompa con la fórmula “Tengo hambre, ayúdeme”

El autor propone, “desde el interior de una política de emancipación”, examinar el Estado según la noción de “biopolítica”.

Por Raúl Cerdeiras *

El término biopolítica está canonizado como formando parte de la obra de Michel Foucault. Para éste, “durante milenios el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente y, además, capaz de una existencia política; en cambio, el hombre moderno es un animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente”. Y “el resultado de ello es una suerte de animalización del hombre llevada a cabo por medio de las más refinadas técnicas políticas”.
En el registro de Foucault, y también en el de Giorgio Agamben, la biopolítica se presenta como una forma de control y dominación que hay que destruir. Para el primero, porque es la forma contemporánea por medio de la cual el poder del Estado ejerce el control social y, para el segundo, por ser el hilo secreto alrededor del cual se constituyó el pensamiento político moderno que desemboca en la figura de la nuda vida que emerge de la experiencia de los campos de exterminio, los campos de refugiados, los campos de internación de ilegales.
Intento hacer un examen del Estado desde una política de emancipación cuyos pocos enunciados y escasas experiencias doy por válidos. El único lugar válido para un análisis de la situación política es desde el interior de una política de emancipación, por precaria que ella sea. Una política es emancipatoria si se emancipa de las formas políticas precedentes, es decir, si puede pensar lo que era imposible de pensar, fundando una nueva forma de pensar-hacer la política, y si sus propuestas están en coherencia absoluta con el principio igualitario: todos los hombres son iguales.
La etapa actual es el final de un período que comienza con el retiro norteamericano de Vietnam y su inmediata invasión a Camboya (1974-76), en el que las políticas emancipatorias vigentes se hacen funcionales al sistema general de la sociedad capitalista o incapaces de subvertirlo y no aparecen nuevas políticas de ruptura. Hay más que suficientes experiencias de actos y pensamientos que se inscriben en la necesidad de abrir una nueva secuencia histórica de las políticas de emancipación.
La falta de políticas de emancipación produce efectos con relación al Estado. Cada vez disminuye más la necesidad en el seno del Estado de instrumentar sus funciones en nombre de una política; ese lugar discursivo queda desplazado por figuras como eficiencia, administración, saber, el bien, el mal, terrorismo, el liderazgo. A lo sumo se mantiene una vaga referencia a “la democracia”. Esto es solidario con la irrupción, en todos los ámbitos de las funciones estatales, de la legalidad propia de las relaciones socioeconómicas dominantes: una mercantilización del Estado, cuya universalidad se debilita, y esto se refleja en la opinión pública como una desaparición del Estado en la vida de las naciones. No es que el Estado se retire en realidad, sino que hay un desplazamiento en la dominancia o subordinación de sus condiciones. La desprotección del habitante es consecuencia de que la legalidad pierde su horizonte de generalidad para volcarse a los “regímenes especiales”. Un ejemplo es la proliferación de los decretos de necesidad y urgencia y el pedido por el Ejecutivo, en casi todos los Estados del mundo, de poderes especiales por encima de las cámaras o asambleas legislativas, que son tradicionalmente garantes de la igualdad universal del ciudadano ante la ley. Por último, el monopolio de la fuerza queda sin su tradicional sustento en una política, y se produce una fuerte segmentación: seguridad y policías privadas, mafias aliadas con las fuerzas de seguridad, contratación privada de fuerzas públicas de seguridad.
El resultado general de los desplazamientos operados como efecto de la falta de políticas de ruptura activas, en especial la sustitución de la lógica política-pública del Estado por la legalidad de la producción económica (capitalista), es haber puesto en primer plano el tema central de la vida. Que la supervivencia sea el motivo esencial y determinante de cualquier política es lo que llamo biopolítica.
Así como la crítica a la democracia-representativa-partidista, en los 80, no implicaba de ninguna manera apoyar los regímenes militares y dictatoriales, estar en contra de que la vida biológica organice el sentido de toda política no significa que nos sea indiferente la muerte masiva de la gente, por la economía capitalista neoliberal, por la represión o por cualquier otro motivo. Pero la idea de vida biológica, y todo lo que de ella depende, debe ser erradicada de la política si ésta quiere ser de emancipación. Si de algo puede enorgullecerse el hombre es de poder entregar su propia vida en defensa de un principio o un ideal. Pues bien, la lógica del capitalismo mundial que hoy inunda la política ha invertido esa donación: todo principio o ideal debe reducirse a conservar la vida.
Que el Estado, subordinado a la ley del capital, haya puesto a los pueblos en el límite de la supervivencia y desatado su instrumental represivo casi sin control es una consecuencia de la inexistencia de políticas activas de ruptura. Pero el punto delicado es que tanto las viejas políticas ya disecadas como las incipientes experiencias políticas novedosas vayan cayendo dentro de esta lógica, aunque su proyecto sea declarado emancipativo. Cuando para recibir los beneficios de un “Plan Trabajar” entregado por el Estado (aunque sea administrado por los mismos beneficiarios) se solicita a cambio el compromiso de una militancia o un corte de ruta, directamente se intercambia vida por política pero, por la naturaleza espuria de ese intercambio, sólo se produce un intercambio de un interés interesado por otro interés interesado. Capitalismo puro.
La aporía de este planteamiento del capitalismo en su etapa actual –y una de las causas de su eficacia– es que el sistema neoliberal es el único que hoy puede efectivamente, aquí y ahora y sin cambiar en un ápice su feroz estructura, dar de comer a todos los hambrientos del mundo, y así transformarlos aún más en sus esclavos. Puede construir un gran campo de sobrevivientes, donde la biopolítica encontraría su plena realización.
Nunca serán demasiados los esfuerzos que se hagan para salvar la vida de un ser humano, pero edificar una política que ponga su prioridad fundamental en combatir la pobreza y paliar el hambre de las “víctimas” es entregarnos antes de empezar la lucha. Claro que la cosa no es sencilla. Es una experiencia reconocida que, en los lugares donde reinan la desocupación, el hambre y el abandono, más se producen los focos de luchas y protestas: ¿serán ésos los lugares privilegiados para las nuevas políticas? Esto no se puede saber si no se toma la decisión de considerarlo así y ponerse a trabajar. Pero el único trabajo político que concibo como tal es el que produzca las condiciones para que la gente diga algo que rompa con la declaración: “Tengo hambre, ayúdeme”, que sólo tiene el valor de expresar directamente su situación. En muchos enclaves piqueteros hay experiencias valiosísimas en este sentido.
La nueva política, cueste lo que cueste decirlo, no se basa en la necesidad de alimentarse de los hombres, sino en su posibilidad de rebelarse.

* Extractado de una ponencia del seminario “Qué es el psicoanálisis” en Fundación Centro Psicoanalítico Argentino.

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