Jueves, 24 de octubre de 2013 | Hoy
PSICOLOGíA › NUEVOS ENCUENTROS Y DESENCUENTROS
El autor destaca que “hoy, en 2013”, la sociedad “ya no regimenta los modos de hacer pareja y, así, junto a la posibilidad de diseñar una pareja más de acuerdo con las elecciones personales, también hay mayor lugar para conflictos, sufrimientos y desavenencias”.
Por Miguel Alejo Spivacow *
Las parejas no son lo que eran. Si hace unas décadas la sociedad reglamentaba firmemente los modos en que estas relaciones se llevaban a cabo, hoy día –2013–, cada vínculo elige los modos de convivencia, de sexualidad, de manejo de lo económico, en fin... cada pareja singular elige los modos de encuentro e intercambio, muchas veces electrónicos o virtuales. La pareja tipo, con su evolución pautada por la sociedad –noviazgo, compromiso, casamiento, viudez–, es una realidad minoritaria en la escena social y los vínculos amorosos funcionan de otras maneras en la vida de la gente. En relación con esto, también los sufrimientos cambian. Si hace cien años una familia reconstituida en virtud de separaciones constituía una excepción ilegal y catastrófica, en nuestros días es un hecho legal y estadísticamente esperable. La pareja, un ámbito clave en el desarrollo de la existencia humana, ha modificado sus formatos y, en este proceso, aparecen algunas y desaparecen otras fuentes de sufrimiento para sus integrantes. Por supuesto, las conocidas maneras de sufrir mantienen su vigencia: la falta de entendimiento, las agresiones, los desencuentros de todo tipo siguen, como antaño, constituyendo un motivo importantísimo de sufrimientos, pero las nuevas maneras de hacer pareja llevan a la aparición de formas originales de padecimiento.
¿Qué puede aportar un psicoanalista desde su práctica clínica al estudio de los nuevos sufrimientos que hoy aparecen en la vida de pareja? Nuestra práctica se lleva a cabo con un sector geográfica y socialmente restringido de parejas e individuos y los sujetos que nos consultan no constituyen muestras representativas de la población general. Tampoco nuestra tarea se condice con la confección de estadísticas rigurosas. Apenas podemos acceder de primera mano a las personas que nos piden ayuda, a los fragmentos de realidad que llegan a nuestras consultas, sin duda no representativos del total de la población. Para obtener una visión más abarcadora del mundo debemos recurrir a fuentes de información como periódicos y bibliografías, de cuya confiabilidad poca cuenta podemos dar. La práctica analítica, entonces, ¿qué puede decir respecto de los nuevos sufrimientos por los que consultan las parejas? ¿Qué nos permite entender de lo que sucede en la comunidad, más allá del consultorio? El desafío de trabajar estos interrogantes y dar provisoriamente cuenta de esta realidad vale la pena. Sin duda, el psicoanálisis puede penetrar en el tejido de los sufrimientos humanos desde perspectivas novedosas y aportar claves y orientaciones enriquecedoras.
Tal vez la libertad actual en cuanto a los modos de hacer pareja, la posibilidad de múltiples formatos que hoy brinda la sociedad, tenga relación con los modos de sufrimiento de las parejas contemporáneas. Si hace unas décadas el camino previsible era el noviazgo, comprar los muebles, armar un nidaje habitacional y seguir los pasos de lo que era una familia aceptada por la sociedad de la época, hoy, en cambio, las parejas deben decidir sobre cuestiones que antes corrían sobre carriles establecidos y, por ejemplo, discutir y consensuar si pasan o no por el Registro Civil –cada vez menos parejas lo hacen– o si las economías serán patrimonialmente independientes o no. Y en esta realidad, muchas opciones que antes estaban prohibidas por los mandatos de la sociedad hoy aparecen como permitidas y configuran terrenos de conflicto y desavenencias. La libertad, sabemos, no siempre aporta felicidad, y menos aún en un vínculo en el cual los distintos participantes suelen aspirar a diferentes libertades; y, ni qué hablar, diferentes esclavitudes.
Fernando y Andrea consultan porque ella quiere casarse y él se opone. Conforman una pareja en la cual ambos promedian la tercera década, ya con una hija de tres años y un varón en camino. Son fuertes las presiones de los padres de ella a favor del matrimonio. La pareja no duda de su amor recíproco, pero él es contrario al “amor instituido” y ella quiere casarse porque esto les da “otra seguridad a los chicos”. La conflictiva tiene muchos aspectos; él asegura aportar mucho más que ella desde el punto de vista patrimonial, lo que le resulta injusto, y ella dice aportar mucho más en el sostén afectivo de la hija, acusándolo a él de egoísta.
Desde el momento en que se da la libertad de elegir un diseño u otro de vínculo, la relación empieza a estar más fuertemente determinada por una multitud de factores personales y como consecuencia se multiplican las consultas psicológicas, cuya tarea es metabolizar conflictos que antes estaban ocultos o encarrilados por las normas culturales. En la actualidad, las relaciones no tienen por qué ser de una manera; pueden ser de varias, con lo mucho que esto implica de conflictos interpersonales a consensuar, en la medida en que, recordemos, la pareja no es un espacio unipersonal. El Otro que no existe ya no regimenta con rigor los modos de hacer pareja, y queda así, junto a la posibilidad de diseñar una pareja más de acuerdo con las elecciones personales, también mayor lugar para conflictos, sufrimientos y desavenencias. A cada miembro de una pareja se le plantea hoy construir con su partenaire un modo de vínculo en el cual quede espacio para los diferentes goces, siempre singulares.
Ahora bien, los muchos problemas del presente no deben llevar a olvidar los problemas de ayer. Hoy, a nuestro entender, la sociedad contemporánea permite a los vínculos amorosos mejorar sustancialmente en materia de padecimientos. El divorcio facilita salir de vínculos mortíferos de los que antes era imposible liberarse; el lugar de la mujer es de mayor reconocimiento y libertad; los homosexuales tienen más acceso a una vida digna y no clandestina. Claramente, el orden social contemporáneo trae a la vida de pareja una mayor posibilidad de diseñar las relaciones amorosas a medida, lo que sin duda es francamente positivo, pero, más allá de las épocas, la pareja es y será una fuente importante de sufrimiento en la existencia humana.
En el conjunto de nuevas modalidades de hacer pareja aparece como bastante habitual lo que muchos llaman parejas descartables. A este respecto, Zygmunt Bauman, en Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, propone que el consumo sin freno de la sociedad de mercado ha transformado las formas de vincularse y amar de los seres humanos, de modo tal que con frecuencia el otro termina funcionando como una mercancía de la que es posible desprenderse, desecharla o abandonarla con relativa facilidad. Bauman opina que, en la sociedad de nuestros días, los vínculos duraderos despiertan el temor de una dependencia paralizante, al tiempo que tampoco parecen rentables desde la lógica comercial. En este contexto, la sexualidad se independiza más y más del amor y adquiere las formas de una transacción circunstancial. Las propuestas de Bauman son aceptadas por muchos autores. Los vínculos amorosos pueden hoy disolverse con gran facilidad desde el punto de vista legal y así las parejas tienen una duración diferente de la que tenían cuando el divorcio legal no existía. La libertad sexual para ambos sexos hace que a lo largo de su vida la gente tenga mucho más fácilmente parejas circunstanciales, sin proyecto de duración. El menú de opciones actual permite que aparezcan día a día nuevos modos de relación de pareja circunstancial.
También la mayor libertad impacta en las parejas cuyo proyecto inicial parecía de larga duración, pero que al encontrarse con conflictos y desavenencias optan por el divorcio. En muchos vínculos, el interés recíproco parecería desgastarse en la convivencia o en los conflictos que implica la vida en común. Nos reencontramos aquí con una vieja observación de Freud, que en “La degradación de la vida erótica” se pregunta por qué los adictos vuelven incansable y lealmente a su droga sin que el tiempo haga mella en su vínculo, mientras que en los vínculos de pareja el tiempo parecería desgastar el interés por el otro y tiende a disminuir la atracción. Las parejas tienen, en síntesis, una descartabilidad o fragilidad diferente de la de antaño, acorde quizá con una época signada por la contingencia y la imprevisibilidad. Pero no por eso desaparecen de escena las relaciones con proyecto de duración; y si alguna prueba puede darse de esta opinión, posiblemente se puede apelar a la proliferación de las familias reconstituidas o ampliadas que entre las cenizas de la institución, como el ave Fénix, resurgen dando testimonio de una esperanza en el amor “largo”, que no deja de no escribirse. “Después de todo qué complicado es el amor breve/ y en cambio qué sencillo el largo amor” (Mario Benedetti, “Bodas de perlas”).
El gran número de divorcios y la proliferación de parejas de breve duración, sumados a otros factores, han llevado a que muchos se pregunten si la pareja con proyecto de duración es una especie en extinción, destinada a desaparecer en la contemporaneidad. Pero esta desaparición no sucede ni parece que vaya a suceder. Si bien la duración promedio de las parejas es muy inferior a lo que se veía antaño, la pareja con intenciones de duración sigue convocando a muchos, en la medida en que constituye la prolongación habitual de un suceder que atraviesa sociedades y culturas a lo largo de los siglos: el enamoramiento. El enamoramiento, en efecto, ha estado siempre presente en la vida de hombres y mujeres, en la medida en que resulta del reencuentro en un otro de rasgos particulares tales que desencadenan la alucinación de experiencias de amor de la vida infantil (Freud). Esta característica del enamoramiento posiblemente constituya una de las razones de la presencia de la pareja con proyecto de duración en las diferentes culturas. Y posiblemente esta necesidad de reencontrar y estabilizar en la adultez algo de la potencia amorosa de la vida infantil tenga relación con el deseo de formar familias que, tal como señala E. Roudinesco, parecería no extinguirse y aun redoblarse en nuestros días. Hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, forman familias sostenidas en parejas de diversos formatos.
Las familias de hoy no presentan las características que habitualmente presentaban antaño y con frecuencia no se originan en dos jóvenes sin hijos que se unen en matrimonio. Uno de los modos más frecuentes de relación es el de uniones de partenaires que ya tienen hijos de parejas anteriores, lo que se llama “segundos matrimonios” o “familias ampliadas”. Es éste quizás el formato más representativo de la pareja y la familia de nuestros días y sus sufrimientos y conflictos constituyen muchos de los pedidos de ayuda en los consultorios psi. En su base, encontramos a parejas que están marcadas desde el comienzo por la singularidad y que deben construir un modelo propio de funcionamiento.
Daniel: “Nosotros, ambos, éramos separados, cada uno con hijos, ella tres y yo dos. Estamos juntos hace seis años. Pasamos cuatro años extraordinarios, muy buenos. Al promediar el cuarto año teníamos un proyecto de convivir y, antes de realizarlo, yo pensé que no era lo mejor para nosotros, di marcha atrás y a partir de ahí tenemos años durísimos, en los que tengo que pensar que nos queremos mucho para seguir juntos. Ella un día, en un viaje a Córdoba, me dice: ‘Terminé, no sigo con vos, a la vuelta no sigo’. No nos vimos por diez días, pero... volvimos, yo la fui a buscar, le propuse hacer terapia de pareja y ella no quiso saber nada. Dos días después me dice –ella hace un año había pedido hacer terapia de pareja y yo no había querido– que está dispuesta a hacer terapia de pareja, por suerte”.
Sara: “No sé, yo lo veo totalmente distinto, no sé qué decir...”
Analista: “Suele ser así”.
Sara: “Yo tendría que explicar por qué bajé la persiana. La bajé, yo hice eso. Más de una vez le mandé cartas, le supliqué, lo nuestro no es normal. Las cosas que están mal a mí me lastiman y no las puedo bancar más”.
Analista: “Sara, ¿podés poner algún ejemplo?”.
Sara: “Ese viaje a Córdoba fue un regalo sorpresa mío, el día anterior dudé, porque él estaba en idilio total con una de sus hijas, no estaba conmigo. El estaba con sus otras cosas. Me hizo suspenderlo, yo había organizado todo con los chicos. Dijo que no lo hacía. Yo dije: soy la novia del fin de semana y la verdad, eso no lo quiero. Pretendo algo más”.
Daniel: “Los dos pretendemos más y nos queremos. No tengo dudas de que los dos somos los actores de esto y yo hice cosas, pero en realidad no es un idilio con mi hija. Ella es muy miedosa, terriblemente miedosa, y me parecía que no iba a venir a Córdoba. Yo quería ayudarla, tiene una muy mala relación con la madre”.
Sara: “Cuando las cosas las tienen claras los grandes, también los chicos las tienen claras; si no, no. Para mí lo del viaje fue como dejar a la novia en el altar. Ahí empezamos a remar. A mí me cayó mal”.
Los conflictos entre Daniel y Sara, y en términos generales en los llamados segundos matrimonios, muestran duelos que se estancan en elaboraciones dificultosas, culpas y temores con los hijos, lealtades invisibles, conflictos heredados de los vínculos anteriores que tiñen y deforman los conflictos actuales, complicidades inconscientes entre hijos y progenitores que atentan contra el vínculo presente. Por razones diversas, a los distintos miembros de la pareja y/o de la familia les resulta difícil dar vuelta la página y empezar una historia que no arrastre en demasía las herencias del pasado ni las comparaciones con las familias que imaginan “normales” (¡!). Cuando las familias ampliadas pierden la aspiración a ser familias normales y asumen que nunca serán como las familias tradicionales resultantes de un primer matrimonio, se facilita en ellas la construcción de una mejor convivencia, adecuada a sus necesidades e independiente de modelos de familias perfectas que no existen más que en la fantasía. Mejor aún, por supuesto, si entienden que la familia normal es un invento y que todas las parejas y familias vitales son anormales.
En el abordaje clínico de este tipo de vínculos es importante recordar que, más allá de las dificultades que tengan en organizar una convivencia placentera, expresan un deseo de familia y de convivencia que debe ser rescatado. Roudinesco y otros proponen denominar a las familias ensambladas o recompuestas con el término “familias afectivas” y destacan como eje organizador en ellas un “deseo de familia” que va más allá de las autorizaciones exteriores y los establishments jurídicos y/o religiosos, para los cuales no son generalmente bienvenidas. Elisabeth Roudinesco, en La familia en desorden (2002), dice que “la aparición del concepto de ‘familia recompuesta’ remite a un doble movimiento de desacralización del matrimonio y humanización de los lazos de parentesco. La familia parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la tribalización orgánica de la sociedad mundializada”.
* Fragmento de “Las parejas y sus sufrimientos”, incluido en Los sufrimientos. Diez psicoanalistas - diez enfoques, de Hugo Lerner (comp.); ed. Fundep-Psicolibro.
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