PSICOLOGíA › BULIMIAS Y ANOREXIAS EN LA PUBERTAD

Estrago entre madre e hija

 Por Alicia Hartmann *

La primerísima relación de la niña con la madre puede producir estragos en la relación madre-niña, donde la oralidad como primer vínculo se hace extensiva a un lazo que puede perdurar toda la vida. Allí, la sede de las bulimias y las anorexias. Esa madre nutricia queda invalidada en relación con la necesaria constitución narcisista del cuerpo. Freud lo sintetiza con un fantasma de “¿he sido suficientemente alimentado?”, que puede aparecer bajo la forma de la angustia de ser asesinado o envenenado, lo que constituye tal vez el núcleo de una paranoia (vínculo entre madre-hija). Este fantasma puede aparecer en los análisis de niños en la pubertad. La dificultad alimentaria afecta también en el lazo social: no reciben nada, no se les puede dar nada, todo lo rechazan, lo escupen, lo vomitan.

La pregunta por su lugar en el deseo del Otro insiste al ponerse en posición de objeto para hacer frente a ese Otro rechazante, buscándolo con su propia desaparición en la anorexia. Del lado de la bulimia, en ese “goce obsceno” (Silvia Amigo, Clínica de los fracasos del fantasma) de los atracones a escondidas, se intenta rescatar un brillo insostenible que muchas veces aparece exhibido en un desagradable cuerpo que da a ver su obscenidad, y aquí puede entrar también la verdadera obesidad adolescente.

El castigo frente a este goce obsceno de robar (plata o comida), comer, vomitar, comprar laxantes es, en muchos casos con los cortes en el cuerpo, una forma brutal de buscar una marca, la marca del rechazo del Otro parental como antesala actuada de la fantasía de suicidio.

S. concurre a raíz de una anorexia. S. es la primera de tres hijas: ella es adoptada y luego nacen otras dos hijas biológicas. S. es boliviana de origen, hermosa belleza sudamericana: se dice “la negra”; en idish, ella repite la schwartze. S. tiene problemas escolares, según afirman los padres: “S. no tiene nuestra genética”. Las hermanas son iguales a la madre. Si bien la madre le otorga el lugar de hermana mayor, hace de Cenicienta limpiando, ordenando, cuidando a la más chica. Las peleas por sus dificultades escolares son interminables. El padre, que aparece en el discurso como idealizado por ser brillante, es un lugar inalcanzable para S.; hace todo lo posible para tener un lugar en su afecto. La madre la denigra y le exige sin piedad. Ni el amor logra conmoverla. Logra ponerse “de novia”, pero cualquier desencuentro amoroso la hace adelgazar más.

Un hipotiroidismo gravísimo nos sorprende (producto de su misma anorexia) y S. empieza a engordar, pasa de 50 a 80 kilos. Es sorprendente el rechazo de los padres en ese momento, aun mayor que en la anorexia. El padre dice que “parece una descerebrada” cuando la ve comiendo sin límite. El padre cae en una depresión por cuestiones económicas y lo internan psiquiátricamente. En ese tiempo el tratamiento se interrumpe. S. retorna dos años después con un cuerpo escultural para preguntarse por la elección de una carrera no tan difícil que esté al nivel de ella. En el tiempo de la depresión del padre se alejó de la madre y pudo ocuparse del negocio del padre, sosteniendo como encargada el lugar vacante frente a la impotencia paterna. El hipotiroidismo, la anorexia y la bulimia habían desaparecido.

M. es obesa desde los 8 años, momento en que muere su padrino, sustituto de su padre. Sus padres se separaron cuando tenía 3 años. El padre trabajaba en el exterior y M. viajó hasta los 12 años para visitarlo. Entre ella y la madre se arma una simbiosis poco común: duermen juntas, una no hace nada sin la otra. Simultáneamente a la muerte del padrino, la madre tiene pareja y de un día para otro M. es desalojada de la cama. Ahí empieza su obesidad, con altibajos. Cuando la veo pesa 80 kilos y mide 1,69 metro. “Odio a mi padre”, así se presenta. Se cita a entrevistas al padre. Parece amable, correcto. M. dice que tiene descontroles agresivos imparables y que ella se queda muda sin responderle (se traga el grito y la angustia). M. busca e inventa un amor virtual en la computadora, que la decepciona, y se corta los brazos. Ese corte mueve la estructura.

El padre intenta acercarse de otro modo. Sin embargo, en uno de sus viajes, él le grita en un aeropuerto: “Te rompo los dientes, te desfiguraría la cara”. A los dos días M. se cae y se rompe ligamentos de la mano. Tiempo después aparece por primera vez, frente a este nuevo desamparo, el marido de la madre, ofreciéndole cuidado, trabajo, protección, cosa que nunca había hecho. M. encuentra novio, empieza una dieta y deja el tratamiento porque ya no tiene tiempo para venir.

Vemos cómo una anorexia-bulimia cesa y otra bulimia infantil con obesidad persiste en la pubertad: son distintas formas de violencia que revelan la pulsión de destrucción dirigida al propio cuerpo. El llamado al Otro a través del trastorno alimentario es un índice fenoménico de lo endeble de la estructura, difícil de ser abordado desde la clínica sin contar con la presencia de los padres.

* Psicoanalista. Fragmento del trabajo La identificación en la pubertad y adolescencia, incluido en El malentendido de la estructura, de Alicia Hartmann y otros autores (ed. Letra Viva).

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