Jueves, 22 de enero de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Abraham F. Lowenthal *
Hace exactamente un mes, el presidente Barack Obama en Washington y el presidente Raúl Castro en La Habana hicieron sus históricos anuncios sobre la reanudación de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba por primera vez en más de 50 años y que se ocuparían de normalizar sus relaciones bilaterales.
Como se muestra en el libro Canal secreto a Cuba: la historia oculta de negociaciones entre Washington y La Habana, de William LeoGrande y Peter Kornbluh, la política, las personalidades y los procesos en La Habana, Miami, Washington y otros lugares han interactuado para producir relaciones que no han servido a los intereses a largo plazo de uno u otro país, relaciones que han sido muy difíciles de cambiar. Durante mucho tiempo los principales obstáculos han sido la falta de voluntad de Estados Unidos para tratar a Cuba como una nación soberana, y el temor del liderazgo de Cuba de que la reconciliación con Estados Unidos sin un cambio en esta postura estadounidense podría poner en riesgo la independencia de Cuba.
Eso es lo significativo del avance de diciembre. La sustancia, el marco y los detalles de los anuncios de Estados Unidos y Cuba y las acciones prometidas que ya están llevando a cabo los dos gobiernos reflejan la muy demorada decisión de Estados Unidos de tratar a Cuba como un país soberano. Pero también significa la aceptación igualmente muy demorada por parte de Cuba de que su futuro será mejor con un acercamiento a Estados Unidos basado en el mutuo respeto y no con la continuación de una mutua hostilidad. Así comienza una etapa sin precedentes en las bilaterales, con consecuencias para Cuba, para los Estados Unidos, para las relaciones estadounidenses y para las internacionales.
Funcionarios de Cuba y Estados Unidos estuvieron hablando de acercamiento durante décadas, pero uno o ambos lados siempre retrocedieron. Los imperativos políticos y personales,internacionales y nacionales contribuyeron a un resultado diferente esta vez. En el lado estadounidense, los cambios demográficos y políticos en la Florida y otros lugares redujeron en gran medida el costo político neto a una administración estadounidense de suavizar su posición hacia Cuba.
La insistencia de América latina para que se invite a Cuba este año a la Cumbre de las Américas, en abril próximo, proporcionaron un plazo de acción forzada. Funcionarios del gobierno de Estados Unidos reconocen cada vez más que Cuba está ayudando a poner fin a la insurgencia de las FARC en Colombia; que los Estados Unidos y Cuba también pueden tener intereses paralelos con respecto al deterioro de Venezuela; que Cuba ha estado cooperando con Estados Unidos en la ayuda humanitaria a Haití, en respuesta a la plaga del ébola, estupefacientes, inmigración y otras cuestiones; que Cuba hace mucho tiempo dejó de apoyar a las insurgencias armadas; y que los intereses de los ciudadanos y de las empresas de Estados Unidos han sido dañados por las políticas de Estados Unidos sin ninguna razón duradera convincente.
Ponerle fin al bloqueo de Estados Unidos estuvo en la agenda de Obama desde el principio, en consonancia con su enfoque general para asuntos internacionales. Y esto es algo que Obama podría hacer, en gran parte sin la restricción del Congreso, en la fase final de su presidencia.
Por el lado cubano, Raúl Castro a menudo habló de la responsabilidad que tiene la “generación histórica” de los dirigentes revolucionarios cubanos de poner al país en un camino viable. El colapso en cámara lenta de Venezuela; el estancamiento económico de Cuba y los intentos por reformar su economía crean imperativos para abrir el camino hacia la expansión internacional de la inversión, la tecnología, el turismo y el comercio. No hay duda de que los observadores estadounideses de Cuba también entienden que lograr un fin mutuamente respetuoso a la larga Guerra Fría con Washington es más probable durante la presidencia de Obama que después.
Reestablecer las relaciones diplomáticas convencionales no terminarán el conflicto entre Cuba y Estados Unidos en muchos temas en los que sus intereses y perspectivas difieren. No se creará una inmediata confianza después de décadas de hostilidad generalizada, y no reformará por sí misma la política autoritaria de Cuba y una economía estatista. Raúl Castro y sus colegas en el Partido Comunista de Cuba y sus fuerzas armadas introdujeron algunas reformas políticas y económicas, pero no mostraron ninguna inclinación por ceder el poder ni por adoptar el capitalismo de mercado.
Tampoco es probable que Estados Unidos se deshaga de su ambición de influencia mundial y regional, su devoción a las recetas del libre mercado y el compromiso de la sociedad civil estadounidense y la opinión pública con la protección universal de los derechos civiles y humanos. Lo que cambiará, sin embargo, es el número, complejidad e influencia probable, a lo largo del tiempo, de múltiples actores que pueden afectar el futuro de Cuba. La lenta apertura de la economía cubana ya comenzó a producir presiones internas de las empresas estatales y empresas privadas para ampliar el intercambio internacional, liberalizar las regulaciones nacionales y reformar el régimen cambiario. Estas presiones se multiplicarán mientras el comercio, la inversión y el turismo se expandan y las ideas fluyan más libremente.
Antes de 17 de diciembre, ni siquiera los pequeños, débiles y fragmentados elementos disidentes cubanos podían darse el lujo de alinearse con Estados Unidos. Ahora muchos de los elementos de la sociedad cubana tienen un claro incentivo para desarrollar sus vínculos con Estados Unidos, siempre y cuando no desafíen directamente a la elite gobernante que sabe, en todo caso, que sus días están contados.
* Miembro no residente de la Brookings Institution, fue director fundador del Programa Latinoamericano del Wilson Center y del Diálogo Interamericano.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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