Jueves, 23 de marzo de 2006 | Hoy
PSICOLOGíA › EFECTOS DEL TERRORISMO DE ESTADO SOBRE LOS FAMILIARES DE LAS VICTIMAS
Un análisis de los efectos que la detención-desaparición de personas produjo sobre los familiares directos, a 30 años del golpe y teniendo presente que “los duelos de situaciones traumáticas, cuando no son resueltos por una generación, quedan pendientes para las generaciones sucesivas”.
Por Diana Kordon, Lucila Edelman, Darío Lagos, Daniel Kersner, Silvia Schejtman y Mariana Lagos *
Los acontecimientos traumáticos ocurridos en nuestro país a partir de la última dictadura militar, particularmente aquellos vinculados a gravísimas violaciones a los derechos humanos, no sólo incidieron sobre los afectados directos, sino también sobre la sociedad en su conjunto; constituyen un referente imprescindible para comprender la irrupción de nuevas problemáticas psicosociales y clínicas en el área de salud mental. Esta nueva clínica nos coloca en la necesidad de investigar, a partir de la experiencia concreta del trabajo psicoterapéutico y psiquiátrico, la relación entre dichas situaciones traumáticas y la subjetividad, y el carácter multi y transgeneracional de la afectación. Lo traumático no resuelto en una generación pasa a las siguientes.
Los duelos derivados de situaciones traumáticas, cuando no son resueltos por una generación, quedan pendientes de elaboración para las generaciones sucesivas. En el caso de los desaparecidos, se agrega como factor desestructurante la ausencia del cuerpo, que impide la realización de los ritos funerarios, presentes en todas las culturas. Esta particularidad, sumada a las inducciones psicológicas oficiales, dificultó aún más el trabajo de duelo, dándole un carácter sumamente penoso y trágico. Podemos decir que la afectación fue multigeneracional –varias generaciones fueron afectadas simultáneamente–, intergeneracional –se tradujo en conflictos entre generaciones– y transgeneracional –sus efectos reaparecen de diversos modos en las generaciones siguientes–.
La desaparición provocaba un alto grado de dolor psíquico y una profunda alteración en la cotidianidad de los grupos afectados, en las relaciones intrafamiliares como en las extrafamiliares. Es particularmente siniestro el efecto que produce en una persona presenciar el secuestro de un hijo, un amigo, un vecino, y encontrar en el afuera una desmentida permanente, un no reconocimiento, una negación de la propia percepción. El percepticidio genera una situación psicotizante, que se agrava después por la ausencia de información.
A su vez, que una persona fuera secuestrada y desaparecida aparecía como poco creíble para una sociedad que, si bien había conocido previamente diferentes formas de represión política, no había vivido fenómenos de semejante magnitud. Los familiares, cuando desaparecían sus hijos, desconocían la posibilidad de que la detención, por violenta que hubiera sido, se transformara en desaparición y/o asesinato. Después de un período prolongado de gestiones infructuosas para determinar el paradero de sus hijos, amenazados desde las instancias oficiales para que no hicieran conocer lo que estaba ocurriendo, bajo pretexto de aumentar los riesgos de la persona buscada, comenzaron a presentir que algo siniestro, desconocido, estaba ocurriendo. Aún no contemplaban la posibilidad de un no retorno, pero comprendían que, más allá de lo que imaginaban como posible, se había establecido un sistema de represión política en el que a las víctimas se las tragaba la tierra.
Durante los primeros años de la dictadura ni siquiera existía una palabra que diera cuenta del status de las personas que habían sido secuestradas. Aunque no expresaba la violencia del secuestro, y tal vez, porque la palabra “secuestrado” resultaba aterrorizante, se acuñó con el tiempo la expresión “desaparecido”, como una nueva representación social. La dictadura negaba la existencia de los desaparecidos, a la vez que inducía y presionaba a las propias familias para que los dieran por muertos.
En las familias directamente afectadas se producían diversos conflictos, que en muchos casos tuvieron consecuencias definitivas en cuanto a rupturas y modificaciones de la estructura familiar. Estaban vinculados con el terror que condicionaba las conductas concretas, los diferentes grados de identificación con el discurso alienante de la dictadura y el desplazamiento de la agresión, que en vez de dirigirse al objeto adecuado se instalaba en el interior del grupo familiar.
Como se pudo observar posteriormente, muchas parejas que se formaron rápidamente en ese período parecen haber estado basadas en la ilusión de evitar el desamparo y en el bloqueo del difícil proceso de duelo. Bastantes de estas nuevas parejas se fracturaron inmediatamente después del final de la dictadura.
Un comentario particular merecen los hermanos menores de desaparecidos, que vivieron la situación de represión durante la infancia. Estos chicos tenían que elaborar la pérdida simultáneamente con los efectos desestructurantes y melancolizantes que la misma producía en el seno de su grupo familiar. En los casos en que los padres, especialmente la madre, participaban en algún movimiento colectivo de búsqueda de los desaparecidos, los hermanos podían tener sentimientos recriminatorios vinculados a las vivencias de abandono. También aparecían sentimientos de desvalorización en cuanto al reconocimiento narcisístico por parte de los padres, dado que el desaparecido iba siendo más y más idealizado. Sin embargo, no manifestaban explícitamente sus reproches, ya que estos sentimientos los ponían en conflicto con su ideal del yo, y porque temían perder el amor de sus padres. Al mismo tiempo, eran muy comunes las actitudes sobreprotectoras de los padres, por el temor a los posibles riesgos que implica la autonomía.
Muchas familias quedaron reducidas a la familia nuclear, reforzando los fenómenos endogámicos y la hostilidad hacia el exterior, apoyadas en el aislamiento al que eran empujadas por la situación de terror que hacía que sus familiares los abandonaran e incluso los cuestionaran. Tenían la vivencia de ser una especie de papa caliente que los otros no quieren agarrar. Su sola presencia antagonizaba en los otros los mecanismos de negación y disociación de lo traumático, incrementando su sufrimiento. Muchas veces, la violencia de los afectos suscitados en su entorno por el acontecimiento catastrófico lleva a las personas a la renegación de su propio dolor.
Con el tiempo, las familias directamente afectadas completaron sus procesos de reestructuración. Superado el período inicial de crisis, aunque el carácter del traumatismo vivido dejó consecuencias que están en el límite de lo elaborable, y la sensibilidad a los acontecimientos de retraumatización quedó aumentada.
Observamos dificultades en el proceso de separación-discriminación en el vínculo entre abuelos y nietos. Unos y otros, por problemáticas diferentes vinculadas con la pérdida del apuntalamiento en el pasado, se consideran recíprocamente imprescindibles en el presente. También entran en crisis matrimonios sostenidos durante mucho tiempo en un acuerdo implícito de apoyatura para compartir la crianza de los hijos.
El sistema de desaparición de personas, como base de la represión, dejó una marca tan fuerte en la sociedad, que otras situaciones como prisión prolongada, tortura, exilio, insilio han quedado opacadas largo tiempo en la consideración de sus implicancias, incluso para quienes las padecieron.
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