Jueves, 16 de agosto de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › UNA PRACTICA NOVEDOSA: LOS “ESCRITOS DE INTERPRETACION”
Los “escritos de interpretación” articulan la literatura con el psicoanálisis en una práctica novedosa (si bien, según el autor, “su esencia y sus efectos no son novedad”). Un escrito de interpretación es un texto literario destinado a una persona en particular, que consultó con ese propósito; como pasos previos a la redacción, el autor entrevistó al consultante y examinó los datos obtenidos a partir de criterios procedentes del psicoanálisis.
Por Pedro Lipcovich
En esos atardeceres de julio, ella estaba en el balcón. Los codos contra el hierro, miraba la calle, gente cansada, algún pájaro. El cielo, en el crepúsculo, cambiaba. La madre trabajaba dentro, con la labor muy cerca de sus ojos sin brillo, mientras llegaba la noche. Ella, sola, aferrada al hierro, sentía una especie de aleteo suave. La calle quedaba vacía, y ya era noche cerrada cuando veía salir a su padre.
Abajo, junto al umbral, muy cerca de ella pero sin verla, el padre miraba como si hubiera de decidir adónde ir. Ella desde el balcón seguía el paso un poco vacilante de él, hasta la esquina donde se perdía.
Una noche, ella fue tras él.
El texto precedente es un fragmento de uno de los que denomino escritos de interpretación. Nada se advierte en él que lo diferencie de un fragmento literario: su particularidad reside en las condiciones bajo las cuales fue producido. Los escritos de interpretación son redactados para un destinatario específico, que ha consultado con tal propósito y a quien, a fin de obtener el material necesario para la redacción del escrito, se le ha efectuado una entrevista.
El tema de la entrevista fue elegido por el consultante; el autor, si le fue necesario, formuló preguntas, siempre en la perspectiva de la ulterior redacción de su escrito.
Consideremos el fragmento de escrito presentado como ejemplo. El texto dice que aquellos atardeceres eran “de julio”. ¿Por qué ese mes y no otro? Porque “julio” (por el mes del año o quizá como nombre propio) se destacó entre los significantes enunciados por el consultante en la entrevista. Asimismo, el escrito reitera la palabra “hierro”, que también tuvo un lugar particular en ese discurso. Vemos que una función de la entrevista es permitir que el autor registre en ella significantes privilegiados: éstos estarán presentes en el escrito, tal vez en un contexto distinto al que sostenía su sentido en la entrevista.
Además, en el fragmento transcripto se presentan tres personajes: la madre, que sostiene la función del trabajo y cuyos ojos, por algún motivo, no brillan; el padre, que se hace presente al retirarse (es cierto que la posición de la hija, en el balcón, mirando hacia la calle, sólo le permite verlo cuando no está) y que, a punto de alejarse de la casa familiar, vacila. No se trata de un hecho puntual, sino de una escena que se repetía “en esos atardeceres”. El relato se desarrolla desde el punto de vista de la hija, y hay un punto de ruptura: ella, una noche, soltando el hierro que parecía sostenerla, irá tras el padre. Ciertamente, el texto transcripto no es más que un fragmento: ese punto de ruptura pone en marcha una peripecia que eventualmente conducirá a un desenlace.
La elección de estos personajes y la particularidad de las relaciones entre ellos no es, desde luego, arbitraria. Se liga con una hipótesis sobre la constelación subjetiva a la que respondió el discurso del consultante en la entrevista. El fragmento también permite vislumbrar –aquella noche en que la hija “fue tras él”– un punto de emergencia del deseo, de cuyas vicisitudes debería dar cuenta la continuación del fragmento.
El escrito no debe ni puede ser una alegoría o parábola que intente vehiculizar una significación supuestamente verdadera. No debe serlo, porque en tal caso su valor se reduciría al de una suerte de adoctrinamiento, más o menos bienintencionado. Pero tampoco puede serlo si el autor ha preservado el criterio –técnico y ético– de rescatar los significantes que se revelaron en la entrevista.
Así, el escrito de interpretación no puede tener un sentido unívoco: la misma equivocidad que, en el discurso del consultante, permitió proponer un texto latente, prohíbe plasmar un sentido definitivo. Los significantes que el autor ha rescatado recuperan para el texto el “ombligo del sueño” al que se refirió Freud, esa apertura a lo desconocido (La interpretación de los sueños, cap. VII, “Psicología de los procesos oníricos”). Los personajes e historias provistos por el autor ofrecen un engarce, un sostén simbólico a esos significantes.
Entonces, estos escritos son “de interpretación” en dos perspectivas. Por una parte, el autor ha efectuado una interpretación que lo condujo a reformular el sentido del discurso del consultante en la entrevista. Pero, en su definición más fuerte, la interpretación correrá por cuenta del consultante en tanto lector. El hará su lectura del texto, imprevisible de antemano.
Al presentarlos como práctica novedosa, debo destacar que, en su naturaleza y sus efectos, están lejos de ser novedad: no son ni más ni menos que textos literarios. Cerca del final de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, el narrador, al referirse al libro que proyecta escribir, advierte: “Sería inexacto referirse a aquellos que lo leerían como ‘mis lectores’. Porque, desde mi punto de vista, no serían mis lectores, sino lectores de sí mismos. Mi libro sería como uno de esos cristales de aumento que el óptico de Combray ofrecía al comprador; mi libro, gracias al cual yo les proveería el medio de leer en sí mismos. De este modo, yo no demandaría de ellos que me alabaran o me denigraran, sino sólo que me dijeran si está bien así, si las palabras que ellos leen en sí mismos son efectivamente las que yo he escrito (por lo demás, las divergencias posibles a este respecto no deberían siempre provenir de que yo me hubiese equivocado, sino, algunas veces, de que los ojos del lector no serían aquellos a los que mi libro convendría para leer en sí mismo)” (Le temps retrouvé, Editions Gallimard, 1954, p. 424. Traducción: P. L.).
En la formulación de Proust, el texto literario es un medio para que el lector efectúe una operación llamada “leer en sí mismo”: las palabras son del lector, aunque él mismo no lo supiera; hizo falta el texto literario para que él pudiera leerlas en sí. El escrito habrá estado bien en la medida en que las palabras, los significantes del lector, resulten coincidir con los que el autor ha presentado. Por eso el escritor, sin perjuicio de estar más allá de la alabanza o la denigración (esto es, de estar advertido sobre los fenómenos de transferencia a los que está sujeto como autor), se encuentra sujeto a una responsabilidad: ofrecer, dentro de sus posibilidades, los significantes que mejor le permitan al lector “leer en sí mismo”.
Marcel Proust, como otros, supo escribir las pequeñas palabras de la condición humana, y el sujeto que encuentre su recorrido por La búsqueda... puede acceder a la experiencia de haber leído las palabras de sí mismo y aun de vislumbrar que esas palabras son de todos y de nadie. Lo novedoso de los escritos de interpretación consiste en haber diseñado un dispositivo específico, que se pone en acción caso por caso, a fin de producir el texto que tenga más perspectivas de producir, en ese lector y en esa circunstancia de su vida, el efecto de “leer en sí mismo”. Este dispositivo, basado en la entrevista previa con el consultante, es deudor de la teoría psicoanalítica.
Por lo demás, los escritos de interpretación no se plantean como psicoterapia ni como cura de ningún tipo. No se proponen resolver síntomas. Cierto que esto no los exime de una finalidad concreta de servicio: ofrecer a la persona que consulta la posibilidad de considerar desde otra perspectiva un aspecto de su vida, de su historia, un determinado problema o situación. Pero este efecto es de la misma naturaleza que el que puede suscitar cualquier texto literario cuando el lector encuentra en él, es decir, en sí mismo, palabras que lo han constituido como sujeto.
* Psicólogo.www.escritosdeinterpretacion.blogspot.com
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