Jueves, 16 de agosto de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › ABRIO UNA POLEMICA MUESTRA DE CUERPOS HUMANOS DISECADOS
Fetos, órganos, músculos. Todos, presentados de una manera que combina el preparado de laboratorio con la composición artística. La exposición, inaugurada ayer en Buenos Aires, busca crear impacto y ser didáctica a la vez. Con un buen estómago y 30 pesos es posible acceder a ella.
Por Federico Kukso
“¡Mirá, ma, un bebé! ¿Está vivo?”, preguntó Nicolás, con aquella curiosidad directa y franca que caracteriza a los chicos, sin bajar por un segundo el dedo índice que apuntaba inquisidoramente a un frasco con un feto de 40 semanas dentro. La escena –minúscula y fugaz– fue ayer en la sala dedicada a las etapas del desarrollo del embrión y el feto de la muestra Bodies: the exhibition (Cuerpos: la exhibición), a minutos de que abriera sus puertas al público en el shopping Abasto. En realidad, la pregunta se la hicieron todos los presentes (aunque por pudor o vergüenza no la pusieron en palabras), ante cada uno de los 18 cuerpos humanos (todos hombres) conservados y preparados por medio de un método conocido como, “preservación con polímero”, que mantiene intactos sus órganos y les da ese look de muñecos de cera con actitud.
Detrás de esta muestra que mezcla la ciencia con el arte, lo pedagógico con el entretenimiento, lo espectacular con el espanto y despierta expresiones como “¡qué asco!” o “¡hay que tener estómago!”, no está Vincent Price, sino el médico estadounidense Roy Glover (profesor emérito de anatomía y biología celular de la Universidad de Michigan), un hombre alto y de hablar tranquilo acostumbrado ya a los bombardeos de preguntas por parte de periodistas, padres, niños alterados y demás curiosos. “Lo que hacemos es sacar al cuerpo humano de los laboratorios, del ámbito médico-hospitalario y hasta del museo. El público que va al shopping no suele ser el mismo que va al museo, aunque la gente que va a los museos va a los shoppings”, explica a Página/12 parado justo al lado de un cadáver literalmente fileteado en rebanadas que no superan los 3 centímetros de espesor. “Pretendemos que sea una experiencia educativa para el visitante. Que no sólo se sorprenda ante lo que ve, sino que también se vaya con una aprendizaje e incluso llegue a cambiar sus hábitos de vida.” Eso sí, el aprendizaje les costará como entrada 30 pesos a los adultos y 22 a los niños.
Glover apunta a barrer con dos costumbres nocivas: el tabaquismo y el sedentarismo, que lleva al sobrepeso, moneda corriente en la sociedad norteamericana hiperconsumista y cada vez más presente en las ciudades de América latina. La lectura es simple: si el fumador empedernido no aprende a través de spots televisivos o anuncios en revistas, que aprenda a través del impacto que puede producir ver a menos de un metro de distancia un pulmón negro, consumido; un pulmón de un fumador. No por nada, justo al lado de este órgano desgastado, se ubicó un tacho de acrílico sobre el que reza la frase “deje de fumar ahora; deposite sus cigarrillos aquí”.
La muestra que permanecerá en Buenos Aires durante tres meses está diseccionada, como los cuerpos, en partes: sistema nervioso, sistema circulatorio, sistema respiratorio, sistema digestivo, aparato reproductor, esqueleto y órganos del cuerpo. Cada una tiene su firma, su cuota de asombro.
“Estaría bueno pasar a la posteridad de esta forma”, le comenta Natalia a su amiga. “Aunque hubiera estado bueno que figurasen los nombres, así no sería todo tan anónimo.” Los cuerpos (sí, cuerpos reales de personas que alguna vez rieron, lloraron, soñaron) son aquí “especímenes”, cada uno catalogado con un número. En realidad, todo está ordenado en clave taxonómica (un pulmón es “L2003.100” y un corazón, “L2003.103”). Ciertos órganos, como riñones, diafragma, el árbol bronquial, el intestino delgado, un colon con cáncer, lengua, faringe y esófago, están separados del visitante por un vidrio. Los cuerpos completos (despellejados y sin mucha pose), en cambio, están ahí a la intemperie, como estatuas vivientes con un cartelito colgado a sus pies: “Por favor, no tocar”.
Pero más que placentas endurecidas y cerebros fragmentados, hay carteles informativos que subrayan el fin educativo de la exhibición. Primero están los afiches publicitarios (“nada más podía sorprenderte”), después los intrigantes (“el cuerpo no miente”), los protocolares (“los especímenes expuestos han sido tratados con la dignidad y respeto que se merecen”), los metodológicos (“las muestras fetales han sido tratadas con Alizarin, un colorante que se combina con calcio”), los precautorios (“los niños deberán entrar acompañados por un adulto”) y luego sí, la información cruda: “Los fetos desarrollan huellas dactilares a los tres meses”, “una uña tarda seis meses en crecer de la base a la punta”, etcétera.
De todas las salas, quizá la más espectacular, la más visual y colorida sea la del sistema circulatorio, donde el cuerpo humano acostado en el centro se confunde con un árbol (rojo), gracias a las bifurcaciones casi eternas de venas y arterias.
“El ser humano es el único animal que sabe que va a morir”, señala el médico Eduardo Raimundi, presidente de la Fundación Favaloro, que coauspicia la exhibición. “Con esto se pretende mostrar que el cuerpo es bello y que la muerte es parte de la vida. Hay que demitificar la muerte: quizás así se pueda promover el diálogo entre padres e hijos e incentivar también la donación de órganos.”
Conscientes de la controversia que puede llevar a levantar esta muestra que nació en 1996 (y que no debe confundirse con BodyWorlds, del alemán Gunther von Hagens, aún más provocadora), la enfrentan y viven con ella. La pregunta cae por sí sola: ¿quiénes fueron estas personas? ¿De dónde salieron los casi 250 cuerpos de las diez muestras de esta franquicia que dan vuelta al mundo? La versión oficial dice que fueron donaciones de la Universidad Dalian en Liaoning, China, y que se trata de cuerpos no reclamados. En ninguna parte se cuenta cómo murieron o cómo vivieron. O si alguna vez pensaron que algún día iban a terminar viajando a un shopping de Buenos Aires para ser devorados por los flashes y la miradas de miles de visitantes que se paran frente ellos y los interrogan a los ojos con respeto y desconcierto.
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