Jueves, 16 de agosto de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › FRANZ KAFKA Y “LA EPOCA DEL NIÑO GENERALIZADO”
Por Roland Chemama *
A partir de las grandes novelas de Kafka –especialmente El proceso y El castillo– es posible discernir lo que denomino el Otro kafkiano; se trata de tomar estas novelas, no como la expresión de una subjetividad, sino como la presentación del Otro al que se refiere esta subjetividad. Esto supone dos cosas: que hay mutaciones históricas del Otro y que algunos individuos, en particular algunos escritores, están especialmente en condiciones de entender, o de hacer entender, algunas de estas mutaciones. En lo relativo a Kafka, su nombre propio se ha vuelto un nombre común, o más bien un adjetivo. Se habla de un universo “kafkiano”, cuando el individuo parece encerrado en situaciones absurdas, en las que todo esfuerzo de evasión, o incluso simplemente de comprensión, resulta inútil. Esta creación significante, que por otra parte es muy infrecuente, ¿no basta acaso para indicar que la obra de Kafka nos habla rotundamente de nuestra realidad o, al menos, de la que se ha esbozado a partir de comienzos del siglo XX?
Pero, ¿qué realidad? Hay quienes han podido decir que el universo de sus novelas, en el que reina una burocracia absurda y puntillosa hasta la exasperación, era el del comunismo. Otros, más bien, ven en él la pintura de la sociedad capitalista. Otros llegan a afirmar que su obra presenta una pintura premonitoria de las sociedades fascistas. Está claro que la diversidad de estos puntos de vista señala los límites de estas mismas comparaciones. Muchas veces se ha hablado de una dimensión religiosa de sus textos, pero los comentadores no se ponen demasiado de acuerdo acerca de la naturaleza de la teología de Kafka. Aquí también la diversidad de las interpretaciones conduce a no confiar en particular en una de ellas.
Se organiza, en esos libros, una atmósfera de sueño, pero también de petrificación. Se ha podido hablar, a propósito de El proceso, de la repetición de intentos siempre vanos por acceder a la verdad, de un “asalto inmóvil”, y esta expresión sería aun más adecuada para El castillo. Esto ya sugiere que el héroe kafkiano está relacionado con un Otro al que intenta afrontar, pero en un combate tanto más inútil cuanto que parece no poder empezar jamás. La escritura de Kafka contribuye a dar una impresión de encierro, un encierro que jamás puede concluir. Se ha hablado, a propósito de Kafka, de un “estilo narrativo hipotético”.
Hay por supuesto una dimensión de absurdo, de la que los comentadores han hablado mucho. Creo que, paradójicamente, está vinculada con los propios intentos de comprensión. En efecto, cada vez que el personaje principal, por ejemplo, consigue una explicación, ésta se ve inmediatamente contradicha y pierde todo valor. Protesta, insiste. Pero cuanto más protesta más se lo compara con un niño. Usted recordará quizás ese diálogo en El castillo, en el cual la mesonera del puente le repite varias veces a Joseph K. que es un niño. Pero la comparación del héroe con un niño no sólo se manifiesta cuando está en relación con personajes femeninos. El texto de El proceso aclara que Huld le hace a K. advertencias nimias, como se les hace a los niños. Son dos de los múltiples ejemplos que se pueden encontrar en toda la obra. El mundo de Kafka puede evocar plenamente la extrañeza sentida por un adulto al que se le respondería con el desenfado que suele reservarse para dirigirse a los niños. “¿Por qué?”, pregunta el niño. “Porque sí.” O incluso: “Ya se te contestará más adelante”, etcétera.
Cuando un escritor crea un universo en el que el individuo está encerrado en una red de coerciones incomprensibles, cuando hace sentir, de una manera dolorosa, hasta qué punto todo sentido puede resultar esquivo, cuando se pinta a sí mismo bajo los rasgos de un niño del que se burla, sería muy reduccionista intentar dar cuenta de ello meramente mediante una trayectoria individual. La obra de Kafka fue escrita en un momento histórico en el que tienen lugar perturbaciones de la mayor importancia, que afectan lo que para todos vale como referentes simbólicos: mutaciones políticas, choque de ideologías, deslegitimación progresiva de las creencias. Esto es lo que constituye, a mi modo de ver, una verdadera mutación del Otro. Y es por ese Otro que el sujeto se encuentra rebajado al rango de un niño. La cultura no necesariamente lo maltrata. Pero basta con que proteste, basta con que abra la boca, basta con que cuestione la suerte que se le reserva para que se burlen un poco de él. O al menos para que se le diga que su pregunta no tiene objeto, como lo hacen los dos hombres que, al principio del Proceso, vienen a detener a Joseph K. Como lo decía Lacan en unas jornadas sobre Allocution sur les psychoses de l’enfant, estamos en la época del niño generalizado. Esta época encontró en Kafka la posibilidad de refractarse en una obra genial, una obra que esclarece singularmente el mundo que nacía a comienzos del siglo XX y que es, en gran medida, aún el nuestro. Su obra esclarece una época en la que las mutaciones de los discursos sociales, las mutaciones del Otro, van a producir progresivamente nuevas patologías, que están por lo menos anunciadas en su obra. Véase, por ejemplo, su cuento “Un artista del hambre”.
En todo caso, cuando un sujeto se encierra en contradicciones que parecen condenarlo a la impotencia y a la desesperación, todo esto acompañado eventualmente de un humor devastador, podemos encontrarnos pensando que en su situación hay algo que llamamos kafkiano.
* Fragmento de Depresión. La gran neurosis contemporánea, de reciente aparición (ed. Nueva Visión).
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