PSICOLOGíA › LOS MALESTARES “DE EPOCA” Y LAS NUEVAS TECNOLOGIAS

“Me duele tanto la cabeza...”

Contracturas, dolores de espalda y de cabeza, cansancio crónico, pérdida de la memoria reciente: estos malestares “se han extendido en los últimos tres o cuatro años”, según el autor de esta nota, y esto podría vincularse con “el desarrollo combinado de las nuevas tecnologías”.

 Por Sergio Rodriguez *

En los últimos tres o cuatro años, dos fenómenos han extendido su presencia en nuestros consultorios. Ya en los comienzos de las actividades anuales, recién terminadas las vacaciones y casi sin distinción de edades a partir de la adultez, se manifiestan quejas por cansancio y contracturas de diversas partes del cuerpo, en particular la cintura escapular; a esto se suman a veces lumbalgias y bruxismo, acompañados en ocasiones por dolores de cabeza como efecto de pinzamientos cervicales. A la vez, algo que solía aparecer a partir de los 60 años, las dificultades con la memoria de nombres propios y de compromisos o acciones recientes, se hace presente a partir de los 40.

Los médicos, rápidamente, tienden a atribuir todo esto al estrés. Hans Selye fue el primero en describir el “síndrome de adaptación general”, que desarrolló en The Story of the Adaptation Syndrome (1952). Señaló tres estados: “alarma de reacción”, cuando el cuerpo detecta el estímulo externo; “adaptación”, cuando el cuerpo toma contramedidas defensivas hacia el agresor; “agotamiento”, cuando al cuerpo comienzan a agotársele las defensas. Como se puede advertir, el estrés es una medida de alarma y defensa del organismo ante lo que percibe como agresión. Hay psicólogos, a veces psicoanalistas, que tratan de seguirlo por psicopatologías conocidas: depresión u otras en tren de ser bautizadas como “de borde”, “de época”; pero estos términos sólo registran efectos sin rastrear en causas y razones.

Aunque el estrés haya sido descrito a mitad del siglo XX, acompaña a los seres parlantes desde siempre. Desde siempre, con mayor o menor frecuencia, se presentan alarmas de reacción, necesidades de adaptación y, si se extienden dichas condiciones, estados de agotamiento. Los cansancios crónicos que describí al comienzo, asociados a efectos sobre la memoria, no tienen como base esa alarma; en todo caso no los determina lo nuevo, lo epocal. Tampoco obedecen necesariamente a depresiones: pueden observarse en todo tipo de psicopatologías, incluso en gente muy activa que está lejos de la depresión.

Entonces, ¿de qué se trata? El desarrollo combinado de las nuevas tecnologías de informática y comunicaciones ha generado las condiciones de posibilidad para multiplicar a niveles inesperados el trabajo cerebral. La letra y el significante, sostenes del trabajo científico y de sus derivaciones tecnológicas, no sólo permiten producir mercancías que multiplican la eficacia del trabajo muscular: han dejado restos sin significar, del registro de lo real, que se expresan en el cuerpo y la mente.

Parto de la siguiente observación. En estos tres últimos años se ha extendido y diversificado la utilización de las computadoras, Internet, correos electrónicos y chats, más el uso intensivo de los teléfonos celulares, no sólo con sus diversas funciones de voz, mensajitos de texto, recepción y contestación de correo electrónico, fotografía, videos y otras. A esto se suma que la política neoliberal logró extender la jornada de trabajo a diez horas y más; en forma complementaria, instaló la desocupación estructural, diferente del clásico “ejército industrial de reserva” descripto por Marx. Esta desocupación es insalvable en tanto las nuevas máquinas suplen cada vez mayor cantidad de mano y seso de obra y, además, cuando los asalariados se defienden, las empresas se “deslocalizan”, trasladándose a países pobres donde mano y seso de obra resultan mucho más baratos. Entonces: más horas de trabajo y más concentración de actividad por hora, no sólo en el horario laboral, sino también en los “descansos”.

El fenómeno es de tal envergadura que se han producido un nuevo significante. Muchas corporaciones, en las búsquedas laborales para los niveles directivos, solicitan dedicación “full life”, en vez del antiguo “full time”. Así, estos nuevos fenómenos se manifiestan en lalengua (neologismo de Lacan para referirse a neoformaciones que aparecen en las lenguas de determinados grupos, que trasmiten deseos y claves de goce y que, por circunstancias socioculturales, quedan socializadas), corporativa en este caso, se adapta a estos nuevos fenómenos. Esta mayor actividad es de acumulación de enunciados, casi sin enunciación, a la vez que predominante y rutinariamente repetitiva. Lo típico aparece en la emisión de noticias, tanto en TV como en radio y gráfica: los efectos sujeto quedan aplanados por las generalizaciones, las identificaciones histéricas y las actuaciones ante las cámaras. A la vez, para ahorrar tiempo y dinero, se transforma la lengua: en su gramática y ortografía, con el exceso de apócopes, más la inflación de términos spanglish.

Un ejecutivo que atiendo recibe un promedio de 70 llamadas diarias, a lo que se suman los mensajes de textos, los mails, las reuniones presenciales y almuerzos, cenas y reuniones sociales de trabajo y representación. Otro, que trabaja para una transnacional, me contaba que se le han trastrocado los tiempos, pues si algún colega advierte una dificultad en la subsidiaria inglesa, o taiwanesa, levanta el teléfono y lo llama, no importa que lo encuentre en pleno sueño. No sólo trabajan mucho más, sino que descansan peor. En cada unidad de tiempo de trabajo gastan más energía metabólica cerebral y, como efecto de la discontinuidad e intranquilidad del descanso poblado de contracciones musculares, también energía muscular. Entonces los médicos les recomiendan actividades corporales que, a la vez que resultan efectivamente útiles contra el sedentarismo, gastan más energías.

¿Qué podemos decir de esto a partir del concepto psicoanalítico de represión? Esta función sostiene olvidos y da a leer “entrelíneas” significaciones ocultas. El lenguaje nos impone elegir una palabra y no otra para decir lo que queremos, a la vez que nos hace pagar el precio de no disponer exactamente de la palabra que queremos para decir exactamente lo que deseamos. Como consecuencia, mientras mayor es el bombardeo de palabras sobre nuestro sistema perceptivo, menor es la posibilidad de entender a fondo lo que se nos dice y mayor la de olvidar. Por eso, la multiplicación de la información desinformante en los medios masivos, más la presencia de los celulares y computadoras como factores que mantienen ocupadas las manos y la mirada, amplían tempranamente el campo de los olvidos referidos al pasado reciente.

¿Por qué estas nuevas tecnologías succionan la atención de masas cada vez mayores, particularmente de jóvenes? Es que el lenguaje se entromete muy tempranamente, desde el embarazo en adelante, desde la voz, la mirada, la piel, los gestos y los olores de la función madre. Esta intromisión se centra en los agujeros que en la criatura funcionan como puente, entrada y salida de los intercambios fundamentales con el exterior y que, por mucho tiempo, necesitan ese fundamental asistente que será quien ocupe el lugar de madre. Como consecuencia, el lenguaje, con todas sus fallas, va a ser organizador, ordenador; pero también, en sus futuros usos, quedará profundamente influido por lo ocurrido en los tiempos iniciales. De ahí que la pulsión, como señaló Freud, funciona en el borde entre lo somático y lo psíquico. Las primeras pulsiones, las más cercanas al nacimiento y que tienen luego larga predominancia –labios, llenado digestivo, olfato, mirada y audición–, funcionan como firme presión sobre el inconsciente, sus deseos y sus goces.

Las innovaciones tecnológicas a las que me referí, en su multiplicación exponencial, ofertan a las pulsiones amplias y fuertes fantasías de realización. A la mayoría de los seres humanos los domina impetuosamente la voracidad, el mirar disecante, la escucha de lo que se les rehúye. En los labios se sostienen el cigarrillo, el porro, el paco, el mate, las bebidas alcohólicas y azucaradas. En los dientes, la masticación devoradora, siempre excesiva o inhibida. La nariz aspira la cocaína. Como puede relatar cualquier habitante de barrio, pueblo chico, casita de villa o edificio de departamentos, la mirada y el oído curiosean filosamente rasgos de los prójimos y de los otros en general. A todas esas pulsiones les dan nuevo alimento las nuevas tecnologías. El sobrepeso de su consumo es así resultado de cómo se articulan con la red pulsional que, a la vez que nos energiza, nos esclaviza.

Vivimos enredados en una lógica de incorporación, retención y expulsión. En ciertas épocas de la cultura –sobredeterminadas por sucesos de las economías y las relaciones sociales de poder–, predomina la tendencia a la retención, como en la primera mitad del siglo XX. En otras, la incorporación, como sucede en bonanzas posteriores a grandes privaciones. En la época actual, la incorporación se da básicamente a través de la mirada. La enorme proporción de pobres debe conformarse con mirar. Pero, además, los que tienen acceso al mercado compran aparatos con exceso de funciones que no usan nunca. Y se ha incorporado la industria del reciclaje, que combina incorporación, expulsión y, vía reciclamiento, nuevas formas de retención.

El adelantamiento de la edad para los trastornos de memoria, como el cansancio crónico, son indicios de una época que ha multiplicado la actividad cerebral y el desgaste corporal de los seres hablantes. No encontramos cómo contraponernos a los efectos arrasadores que, sobre cuerpos y mentes, tienen las nuevas tecnologías, gozadas por la voracidad de las grandes corporaciones y gozadas, también, por la voracidad de las mayorías.

* Trabajo publicado en la revista electrónica Psyché Navegante de este mes.

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