Jueves, 30 de agosto de 2007 | Hoy
Nicole Neumann anunció que se desnudaría en Corrientes y Florida por una protesta ecologista. Nunca lo hizo, pero el lugar quedó bloqueado por miles de varones. Después apareció en Plaza Cortázar.
Por Horacio Cecchi
“Dale, dale que todavía no llegó”, apuraba el Melena mientras su amigo, más alto y más compuesto, trataba de mantener la calma. Los dos miraban hacia el cruce de Florida y Corrientes, o trataban de mirar, sin éxito, más allá de la multitud que reducía el horizonte a la nada. Qué digo más allá. El Melena y su amigo miraban al centro de esa ola de cuerpos que empujaban, se apretujaban, avanzaban y retrocedían como una ola que se contiene a sí misma en su propio movimiento ondulatorio sin sentido. Es cierto que la altura del Melena no le permitía aspirar a ver demasiado pero igual, en un movimiento estudiado, aplicaba sus dos manos sobre los hombros del desconocido de adelante y, haciendo fuerza hacia arriba sobre ambos puntos de apoyo, intentaba ayudar sus sufridas puntas de pie que le ganaban cuatro o cinco centímetros de altura, no más. “¿Para dónde hay que mirar?”, preguntó a su amigo. En vano. Su amigo no lo sabía porque no se veía nada, porque nadie sabía dónde mirar y, de haberlo sabido, nadie hubiera visto nada. De Nicole Neumann, ni hablar.
Hablar. Hablar. La cuestión no consistía en hablar. La convocatoria, realizada con el intento de llamar la atención en favor de la protección del ecosistema, en realidad no había programado palabras sino que buscaba reflexionar, calar hondo en la sociedad la idea de la matanza de animales y la destrucción del planeta. En realidad, lo que veía el Melena, trabajosamente parado de puntas de pie y apoyado en los hombros del de adelante, mirando por encima de las nucas de los de adelante, eran nucas, perfiles, rostros de frente, una enorme confusión, pero absoluta y llamativamente para el Melena, todos y cada uno de los que veía eran hombres. “Che, ni una mina. Y de Nicole ni hablar...”, dijo a su amigo.
A esa hora, las cuatro de la tarde, desde la 9 de Julio hacia el Bajo, Corrientes estaba cortada para el tránsito. Afables motociclistas del 911 cerraban el paso a los vehículos. El tránsito, imagínese si no lo sufrió, fue una ominosa columna de colectivos, taxis y autos particulares que intentaban avanzar a paso de hombre, aunque nadie se quejó de las molestias del piquete organizado por CQC y la Nicole, quien había prometido mostrarse de cuerpito gentil y sin paños en protesta por el maltrato a los animalitos. Era a Nicole y a nadie más a quien esperaba semejante multitud.
Para dar una idea de situación habrá que describir el escenario que se presentaba pasadas las cuatro de la tarde. El cruce de Florida y Corrientes estaba ausente de vehículos. Sólo alguna camioneta de transmisión de tevé y uno o dos autos que habían quedado aprisionados entre la multitud y que no pudieron salir. El resto, o sea todo, aparecía cubierto de varones. Trepados en la estructura metálica de una obra en la esquina; de pie sobre las barandas de las bocas del subte B; de pie sobre el techo de un auto particular; desde las ventanas de los edificios; asomados desde las vidrieras de los comercios, desde el primer piso hacia arriba; sobre los hombros de algún amigo. Y sobre la acera, montones y montones de varones sobre la vereda, sobre el asfalto, y sobre sí mismos. Aquel cruce de calles tradicionales porteñas se había transformado en una inmensa sala de espera de perros de Pavlov que no sabían de dónde vendría la imagen de comida que provocaría su bilis, aunque cada vez era más evidente que se trataba de energía perdida.
A eso de las cuatro y media, nadie sabe cómo ni por qué, pero la multitud se desató. En realidad, la desató un gordito, trepado al techo de un auto particular cuyo dueño no apareció o prefirió hacer como que no estaba. El gordito, un perfecto desconocido, comenzó a alentar a la multitud cual barra brava, gesticulando con su mano hacia adelante como quien grita en el tablón. El ansia de la multitud, la ausencia de Nicole, el dique que se resquebrajaba, los perros de Pavlov. En fin, no se sabe por qué el gordito se sacó el pulóver, se levantó la remera, mostró la panza cargada de levadura de cerveza y asado, bailó, se quitó la remera, mientras la multitud gritaba. Fue el principio. Bailó al grito de Nicole, y se bajó los pantalones. De no creer. La multitud le gritaba de todo, “chizito” fue lo de menos. El gordo, para tener en cuenta por cualquier político en campaña, enardeció a la multitud cuando amague va amague viene quedó al desnudo, un horroroso intento de metáfora de Nicole.
La fiesta y el piquete ecologista (del que curiosamente nadie protestó) siguió hasta que el gordo bajó del techo del auto, se vistió después de posar desnudo para fotógrafos y celulares, y se fue entre cánticos y risotadas. Entonces, el microcentro de libido, sublimación y energía de Pavlov se disolvió y todos volvieron a lo suyo sin Nicole. Ella apareció, dos horas más tarde, en la Plaza Cortázar. En bikini y tapada con un cartel estilo “hombre sandwich”, nada había para ver. Solo escuchar: “No pude salir en Corrientes, la gente casi hace volcar la combi donde estábamos. Entré en pánico”, se disculpó y se fue, toda cartel contra el uso de las pieles de los animalitos.
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