Jueves, 9 de diciembre de 2010 | Hoy
PSICOLOGíA › CUANDO EL CAMBIO ES PREVIO A LA TERAPIA
Por Daniel Waisbrot
Algunos empiezan un análisis justo allí donde otros lo terminan. Juan no se sentía bien en su matrimonio desde hacía mucho tiempo. Hijo de una familia humilde del Gran Rosario, había llegado a Buenos Aires para hacer una carrera universitaria y “buscar horizontes más benignos”. Lo maligno parecía ser el ambiente de su familia de origen, entre un papá sólo conectado a los motores de los autos que arreglaba todo el día y una mamá querendona pero poco desplegada en la vida. María ofrecía todo lo que faltaba. Hija de un Gran Padre, poseía bienes “infinitos”, según Juan.
Juan ya se había recibido de médico y el suegro ofrecía muchas posibilidades de despliegue. Juan creció muchísimo en su profesión, aceptando a regañadientes el apoyo de ese hombre admirado y odiado. María “no hacía nada”, decía Juan. Hubo varios intentos de terapia de pareja que terminaban abruptamente, cuando algo del malestar por la dependencia de un padre nutricio aparecía en la escena. Juan sentía un gran sometimiento y no podía salir de eso.
El ejemplo que él contaba como máxima expresión de esta situación era: el asado. Juan hacía el asado para toda la familia de María: más de veinte personas entre hermanos, padres y sobrinos. Su familia de origen rara vez era invitada: la lejanía parecía ser explicación suficiente. Juan casi no los veía. “Yo laburaba como un animal y ellos morfaban. Nadie me ofrecía ayuda. Y yo seguía.” Conservaba en el afuera su autonomía, merced a su talento en la profesión y un bien ganado prestigio profesional y académico; en esos ámbitos, el suegro no podía meterse.
Juan tenía un socio: un amigo de la infancia, médico como él, aunque sin las dotes ni el talento de Juan. Ambos tenían un vínculo fraterno muy grato. Juan contaba que, en medio de situaciones laborales intensas, su socio era “la única persona con la que no me sentía solo”.
Su relación de pareja era sumamente insatisfactoria. El se la pasaba trabajando y tenía un contacto muy pobre con sus tres hijos adolescentes; y ella vivía prácticamente en lo de sus padres, a donde iba todas las tardes. El suegro era la imagen más perfecta del “protopadre” descripto por Freud en Tótem y tabú. Si él se llamaba Gómez y Juan se llamaba Fernández, el suegro llamaba a los hijos de Juan: “los GómezFernández”.
Un día, Carlos, el socio de Juan, se murió. Imprevistamente, sin causa clara, sin antecedentes, se murió. Para el día siguiente, María había acordado con el padre salir de sho-pping por unos días. La congoja de Juan por la muerte de su socio y amigo no alteró sus planes, pese al pedido de Juan para que se quedara y lo acompañara en el entierro.
La mañana del entierro, Juan estaba solo en el cementerio. Tampoco sus hijos (los “Gómez-Fernández”) lo acompañaron.
El mismo día del entierro llegó a la casa, hizo sus valijas y se mandó a mudar. Cuando la mujer volviera de su excursión de shopping con el padre, no lo encontraría. Al día siguiente de mudarse, me llamó por primera vez para pedirme una entrevista.
“Algo fuerte cambió en mí –dijo–. Ya no puedo ser el que era, ya no puedo tolerar estar ahí. Tengo que rever mi relación con mis hijas, cómo llegué hasta aquí, con quién estuve casado, por qué sostuve esto así... Yo no la quiero desde hace mucho, y es claro que a ella le importo muy poco. Ella cree que ya se me va a pasar; yo creo que no. Estoy triste, muy triste por la muerte de Carlos, pero por haberme ido estoy contento, muy contento... Es todo muy raro, pero estoy bien con eso... Y necesito pensar en mí. Nunca pensé en mí. Siempre hice todo como una máquina, no me gustaba cómo estaban las cosas pero, bueno, igual seguía. Ese día, me vi en el entierro de mi amigo, mi hermano, no sé si me entendés..., y ella no pudo dejar de irse con el papito a comprar pilchas... No, no sé como permití esto tanto tiempo. Pero ya no.”
Alguna vez escuché decir que algunos pacientes comienzan un análisis justo allí donde otros lo terminan. Como dice Leonardo Peskin: “Algunos procesos de transformación subjetiva o finalizaciones de tratamientos ocurren independientemente de las pretensiones teóricas o técnicas de los analistas. Se podría decir que a veces un analizante se analiza a pesar del analista que le toca” (“Diferentes enfoques de la cura psicoanalítica. Lo histórico y lo actual”, en Revista Uruguaya de Psicoanálisis, Nº106). Me gustaría agregar: “... y a veces sin analista”.
Esas transformaciones pueden ocurrir por una enorme diversidad de circunstancias, de las cuales el análisis es una pero no la única. La consulta de Juan se produce en un momento pleno de cambio en su posición subjetiva, al que la vida lo fue llevando. Sólo a partir de ese cambio surge una demanda de análisis, en relación con la pregunta: “¿Cómo permití esto tanto tiempo?”.
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