Jueves, 7 de agosto de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › ACERTIJO PSICOPáTICO
Por Kevin Dutton *
Consideremos el siguiente acertijo, propuesto en primer lugar por la filósofa Philippa Foot. Un vagón de tren corre sin control y va a atropellar a cinco personas atrapadas en la vía. Usted puede accionar un interruptor que desviará el vagón a una vía muerta, salvando así a las cinco personas... pero con un precio: en ese desvío hay también una persona, que morirá atropellada por el tren. ¿Debería usted accionar el interruptor? La mayoría de nosotros experimenta pocas dificultades para decidir qué hacer en esa situación. Aunque la perspectiva de accionar el interruptor no es agradable, matar sólo a una persona en lugar de cinco representa “la opción menos mala”. Ahora consideremos la siguiente variante, propuesta por Judith Jarvis Thomson. Como antes, un tren va descontrolado por una vía hacia cinco personas. Pero esta vez usted se encuentra de pie detrás de un desconocido muy corpulento, en una pasarela peatonal por encima de las vías. La única forma de salvar a las cinco personas es arrojar al desconocido a las vías. Este morirá al caer, pero su corpulencia considerable detendrá el vagón, salvando así cinco vidas. ¿Debería usted empujarlo?
Aquí nos encontramos ante un dilema “real”. Aunque el recuento de vidas es exactamente el mismo que en el primer ejemplo –cinco a una–, jugar de esta manera nos pone un poco más cautos y nerviosos. Y afecta a regiones distintas del cerebro. El caso 1, el que requiere mover el interruptor, es lo que podríamos llamar un dilema moral “impersonal”. Se aloja en esas zonas del cerebro, el córtex prefrontal y el córtex parietal posterior, implicadas en nuestra experiencia objetiva de la empatía “fría”: el razonamiento y el pensamiento racional. El caso 2, en cambio, es lo que podríamos llamar un dilema moral “personal”, y llama a la puerta del centro de emociones del cerebro, conocido como amígdala: el circuito de la empatía “caliente”. Como la mayoría de los miembros normales de la población, los psicópatas no tienen demasiado problema a la hora de resolver el dilema presentado en el caso 1. Dan al interruptor y el tren se desvía, matando a una sola persona en lugar de matar a cinco. Sin embargo, y a diferencia de la gente normal, tampoco tendrían demasiados problemas en el caso 2. Los psicópatas se quedarían muy tranquilos empujando al tipo gordo a las vías, ya que no queda más remedio. Y esta diferencia de conducta se refleja de una manera muy concreta en el cerebro. El patrón de activación neuronal –medido por resonancia magnética– es similar en los psicópatas y en la gente normal cuando se trata de dilemas morales impersonales, pero diverge espectacularmente cuando las cosas empiezan a ponerse más personales.
En el que no es psicópata, cuando la naturaleza del dilema cruza la frontera de lo impersonal a lo personal, su amígdala y sus circuitos cerebrales relacionados se iluminan. Pero en el psicópata sólo se ve oscuridad, y el paso de lo impersonal a lo personal se llevaría a cabo sin incidentes. Es la distinción entre la empatía caliente y la fría: el tipo de empatía que podemos sentir ante otros y el cálculo acerado que sopesa, fríamente lo que puede sentir y pensar otra persona. Sí, claro, los psicópatas pueden ser deficientes en la empatía caliente. Pero están en su propia liga en lo que respecta a la segunda, la de “comprender” más bien que “sentir”; es la que permite una predicción abstracta y nada nerviosa, opuesta a la identificación personal, que se apoya en el proceso simbólico en lugar de la simbiosis afectiva. Es la misma habilidad cognitiva que poseen los cazadores expertos y los que hacen lectura en frío, no sólo en el entorno natural, sino también en la palestra humana. Incluso, con un único motor de empatía, vuelan mucho mejor que otros con dos..., motivo por el cual son tan persuasivos. Quien sabe dónde están los botones y no se acalora cuando los aprieta tiene muchas posibilidades de ganar.
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