PSICOLOGíA › LA “NUEVA CULTURA DE LA AFECTIVIDAD”

El capitalismo emocional

 Por Ernesto S. Sinatra

A la clasificación bipolar sociológica de mujer moderna/mujer hipermoderna podemos corresponderle la de mujer freudiana/mujer lacaniana: de madre a mujer. Asumir la posición de madre y/o de mujer es hoy una de las principales dificultades que debe atravesar el ser femenino, ya sea por déficit o por exceso: mucha (poca) madre / mucha (poca) mujer y sus alternancias. En los divanes recogemos lo que no marcha en la relación entre ellos y ellas, pues no se deja de hablar de “eso” que es habitualmente la esencia de cada análisis. Las mujeres suelen darle un lugar especial a la palabra, ellas saben elevarla a una función particular: la palabra de amor, aquella que siempre demandan a los hombres, que siempre exigen de los hombres. “No me decís lo suficiente que me amás”, “¿por qué no me lo decís?”, son pedidos para que ella cuente con ese objeto que es la palabra de amor, aquella que es esencial para sostener su posición como mujer. Pero esa palabra de amor ellos no la cederían tanto como ellas pretenderían; además, ellos no las entenderían a ellas del mismo modo que ellos no entenderían el amor, el “verdadero amor”.

La promoción de la “capacidad de escucha” atribuida a la mujer remite a ese valor que tiene la “palabra de amor” para una mujer: elemento estructural de la posición femenina –amplificada en su falta en el sufrimiento histérico–, que Freud caracterizaba, a partir del “miedo a la perdida de amor”, como equivalente a la castración masculina, y que Lacan ubica como la “condición erotómana” de la mujer. Con la “palabra de amor” se sitúa la función estructurante que tiene para una mujer el amor, en el nombre del padre. La palabra de amor hunde sus raíces en el amor al padre, condición estructurante de la subjetividad femenina.

Con estas consideraciones intentaremos desentrañar qué significa la ascensión de los valores femeninos que caracteriza el estado actual de la civilización denominado “feminización del mundo”.

Eva Illouz (Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, Buenos Aires, Katz, 2007) destaca que hoy existe una “nueva cultura de la afectividad” en la que las relaciones económicas han adquirido un carácter profundamente emocional y las relaciones íntimas se definen cada vez más por modelos económicos y políticos de negociación. Illouz llama “capitalismo emocional” a este estado de cosas –que se apropia de los afectos hasta convertirlos en mercancías– para dar cuenta de la transformación producida en el nuevo estado de civilización al incorporar en las estructuras públicas la intimidad, la manifestación de los sentimientos, considerados hasta entonces patrimonio exclusivo de las mujeres. La tesis de Illouz es que la coalescencia de las terapias –lideradas por el psicoanálisis– con el feminismo determinó la “sentimentalización de la esfera pública”. Escribe: “En el transcurso del siglo XX tuvo lugar una creciente androginización emocional de hombres y mujeres debido a que el capitalismo recurrió a y movilizó los recursos emocionales de los trabajadores del sector de servicio y a que, con el ingreso de las mujeres a la fuerza de trabajo, el feminismo las instó a ser autónomas, seguras de sí y conscientes de sus derechos en la esfera privada. Así, si la esfera de la producción lleva el sentimiento al centro de los modelos de sociabilidad, las relaciones íntimas dan un lugar crecientemente central al modelo económico y político de negociación e intercambio”.

Ya desde 1924 los experimentos Hawthorne de Elton Mayo anticipaban la invención del homo sentimentalis a partir de un descubrimiento: la productividad aumentaba si las relaciones laborales tenían en cuenta los sentimientos de los trabajadores. Incluso se quería llegar a “suavizar el carácter del jefe”. Y una de las reglas principales que enseñaban al entrevistador era: “Escuche: no hable”. La demanda femenina –que debe ser escuchada, para que en ese vacío pueda resonar la palabra de amor que ella siempre espera de su partenaire– encontraba eco en el incipiente “capitalismo emocional”. “El capitalismo emocional reorganizó la cultura e hizo que el individuo económico se volviera emocional y que las emociones se vincularan de manera más estrecha con la acción instrumental. Todo esto a partir de una nueva ética comunicativa”, escribe Illouz. El nuevo “ethos de la comunicación orienta la personalidad del gerente hacia el modelo de la personalidad tradicional femenina. Para ser más exactos, el ethos de la comunicación diluye las divisiones de género al invitar a hombres y mujeres a controlar sus emociones negativas, ser amistosos, verse a través de la mirada de los otros y establecer relaciones de empatía con los demás”.

En 1990, David Fontana (Social skills at work, British Psychological Society, Routledge, UK) da un paso más al identificar las características masculinas y femeninas para aconsejar en la esfera laboral: “En las relaciones profesionales no siempre debe identificarse a los hombres con cualidades masculinas ‘duras’ y a las mujeres con características femeninas ‘suaves’. Los hombres pueden y deben ser tan capaces como las mujeres de sensibilidad y compasión, así como de las artes de la cooperación y la persuasión, mientras que las mujeres deben ser tan capaces como los hombres en lo relativo a firmeza y liderazgo, así como a las artes de la competencia y la dirección”. A partir de una caracterología “dura” supuesta a lo masculino y otra “suave” a lo femenino, se parte del tradicional planteo freudiano de la bipartición entre lo público y lo privado: el espacio cerrado de la intimidad para las mujeres en el hogar, el espacio abierto del exterior para los hombres, que salen de caza. Interior, femenino; exterior, masculino. Fontana propone entrecruzar los rasgos que supone a uno y otro sexo, para optimizar las relaciones profesionales. Un pacto para la guerra de los sexos, amortiguada en nombre de una mayor extracción de plusvalía en el mercado.

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