Jueves, 26 de enero de 2006 | Hoy
Por A. G.
La etimología de “seguridad” proviene del latín securitas, que nombra la cualidad del cuidado de sí (se curare). Mientras que en la ciudad medieval amurallada el peligro se encontraba afuera, extramuros, en las ciudades modernas lo peligroso se halla en la propia urbe. Foucault ejemplificaba la génesis del miedo en la ciudad y la gestión de la seguridad con las estrategias empleadas frente a dos grandes epidemias que acompañaron la historia occidental: la lepra y la peste. Mientras que la lepra se combatió con la segregación fuera de la ciudad, la peste de la Europa de los siglos XIV y XV se afrontaba disciplinando a la ciudad, estableciendo un sistema de control exhaustivo de personas, bienes y animales. Y es que “el exilio del leproso y la detención de la peste no llevan consigo el mismo sueño político. El uno es el de una comunidad pura, el otro el de una sociedad disciplinada. Dos maneras de ejercer poder sobre los hombres”. Pero estas dos estrategias de seguridad, la segregación y la disciplina, no son en absoluto incompatibles.
Es así que en las grandes ciudades se instala el peligro y el miedo, y este cambio se refuerza en el siglo XIX, cuando la multitud comienza a ser vista como potencialmente peligrosa. Entonces, las instancias informales de control social de las sociedades preindustriales son sustituidas por las agencias de control formal: la policía, los juzgados y las cárceles. El peligro ya no lo encarnan las bestias o las catástrofes naturales, sino otros ciudadanos.
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