Martes, 25 de marzo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › UN HOMBRE Y SU HIJO PRESOS POR CULTIVAR CANNABIS PARA CONSUMO PERSONAL
Una denuncia anónima en Salta dio cuenta de que en un jardín había plantas de cannabis. La policía descubrió que eran seis. El dueño de la casa aceptó que fumaba, lo mismo que su hijo. Igual fueron presos, acusados de narcotráfico.
Por Emilio Ruchansky
La historia la cuenta Agustín Rodríguez y parece una comedia de enredos, si no fuera porque su papá y su hermano están presos desde hace casi dos meses, acusados de producir y traficar marihuana “para fumar, comer y beber”. Por una denuncia anónima, la división Operaciones de Drogas Peligrosas de Salta capital allanó la casa de su papá en el barrio Tres Cerritos. Allí descubrieron el secreto familiar: seis ejemplares de cannabis sativa. Cómo devinieron en narcotraficantes es, reconoce Agustín, “una cuestión de malas interpretaciones y prejuicios de esta sociedad”.
Según el parte policial, la noche del martes 29 de enero en el jardín de la casa de Fernando Oscar Rodríguez se secuestraron tres plantas gigantes (una de ellas mide 2,50 metros), tres plantines, dos recipientes con flores que estaban secándose y un frasco en el que la marihuana “estaba siendo sometida a una etapa de maceramiento con licor o alcohol”, supuestamente, “para potenciar la droga y beberla”. Los oficiales también encontraron dos pipas artesanales, sedas y 3200 pesos. El menor de los hermanos Rodríguez, Fernando Emanuel, tenía 29 gramos de marihuana paraguaya prensada.
“Aparentemente era utilizada para consumo en un círculo exclusivo, ya que es gente de buen nivel económico”, dijo un investigador a la prensa local. Un día antes del operativo, personal de la división de Drogas Peligrosas había entrado a la casa de un vecino por un aparente robo y aprovechó para sacar fotos del jardín. Con esa prueba consiguieron la orden de allanamiento del juez federal Miguel Medina. Agustín no sabe quién pudo haberle dado la información a la policía, él siempre ocultaba las plantas, corriendo las macetas de un lugar a otro cuando había visita. “Solo que esta vez había un par que ya habían crecido en la tierra y era riesgoso trasplantarlas”, recuerda.
Su papá le había alquilado una pieza en el fondo de su casa a Xenia Alicia Ibarra y la joven de 26 traía visitas nuevas. “Tal vez algún conocido de ella hizo la denuncia”, insinúa Agustín, aunque descarta la hipótesis enseguida. Xenia era dueña de dos de las seis plantas y también se la llevaron detenida, aunque la soltaron una semana después porque no era la dueña de casa y lo suyo era solo tenencia para consumo.
“Nos dejó cultivar en su patio porque no quería que compráramos en la calle. Le tiene mucho miedo a la policía, sobre todo después de lo que pasó acá durante la dictadura”, dice Agustín sobre su padre. El Gallego, como suelen llamarlo todos en el barrio, tiene 60 años, es ingeniero y profesor de Física, pero arregla heladeras, televisores o lavarropas a los vecinos, “como esos ingenieros que no consiguen laburo y manejan un taxi”, agrega su hijo. Hace 20 años que El Gallego vive en la primera cuadra de la calle Los Guayacanes, es un viudo con una vida bohemia y habitué de la sobremesa con amigos. Le gusta el vino y la guitarreada.
Sus hijos viven en la casa de los abuelos maternos, donde la detención de padre e hijo ha reavivado los conflictos familiares. “Mis tíos lo odian y mis abuelos no lo tienen bien visto. Ellos piensan que fumar está mal porque lo dice la ley y no se discute el tema. Para ellos, mi papá ensucia la imagen de la familia”, relata Agustín. En su declaración ante el juez Medina, El Gallego admitió que sabía de la prohibición de fumar y aseguró desconocer que tener plantas era un delito.
“También reconoció que es un consumidor de toda la vida pero no un adicto y dijo que dos de las seis plantas eran suyas”, comentó Román Salim, abogado y amigo de la familia. El dinero encontrado, agregó, proviene de unos libros de botánica que El Gallego le vendió a la biblioteca 9 de Julio de Santiago del Estero. “Lo de la bebida de marihuana era un experimento. Agarramos un hojas y le pusimos vodka a ver si le daban sabor. Era un asco, la estaba por tirar y justo pasó esto”, se lamenta Agustín. La planta más grande es un macho y no produce ningún efecto narcótico o psicoactivo.
La estrategia de Salim es lograr un cambio de calificación para conseguir la liberación. Para eso, ya está preparando un escrito para la Cámara Federal de Apelaciones de Salta. “Por ahora, el juez denegó la excarcelación porque están acusados de tráfico, con penas que pueden llegar hasta los 45 años. Voy a pedir que se considere que lo del padre es tenencia para consumo y lo del hijo tenencia simple”, adelanta el abogado. También exigirá que se los derive a una cárcel, ya que están encerrados en el calabozo de una Alcaldía General de Salta.
Fernando Emanuel tiene sólo 23 años, es diseñador gráfico y trabaja en una oficina del centro de Salta. El día del allanamiento pasó a dejar la moto que su papá le había prestado y a buscar una mochila para irse a Iruyá, un hermoso pueblo enclavado en la puna salteña. Tenía una piedra de marihuana de 29 gramos en la riñonera. Planeaba fumarla durante sus vacaciones. El Gallego se hizo cargo de esa piedra ante la ley, diciendo que él la había mandado a buscar. Terminó complicando más las cosas: para las autoridades ésa es la prueba de que la familia Rodríguez trasportaba y comerciaba estupefacientes.
“No es fácil estar preso con un viejo de 60 años, mucho menos aún con El Gallego, por ahí me vuelve loco, no lo culpo, se la está bancando bastante bien, pero su carácter no es para este lugar”, escribió en una carta titulada “Desde un pequeño infierno al que temporariamente llamo ‘casa’”. Fernando se negó a declarar porque no tenía abogado y ahora está desesperado por hacerlo. Quiere aclarar que la piedra era suya y no del padre. Su hermano se desvive leyendo una y otra vez la Ley de drogas. “Tenencia para consumo una cosa, ser narco es otra. No entiendo qué pasa acá”, insiste varias veces ante Página/12.
“La injusticia que hoy me agarra las pelotas podría haberle pasado a cualquiera –dice Fernando en su carta–. Acá la realidad que se vive, aparte del problema social que recae en ello, es que están volteando a todos los de abajo que tengan o no algo que ver, te incriminan igual. No saben la gente con la que me topé y los garrones que se comen por giladas, y la verdad es que siempre recaen los mismos, los de abajo, nosotros que no cagamos a nadie. Así que lo que te enseña esto es a hacer las cagadas en grande, total te castigan de la misma manera.”
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