Miércoles, 16 de abril de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › DOS MUERTOS POR LA EXPLOSIóN EN UN DEPóSITO Y TALLER DE DOCK SUD
El local explotó cuando un operario hacía tareas de mantenimiento en un camión cisterna en el que habían quedado gases de combustible. El estallido provocó la rotura de los vidrios de toda la zona y un gran temor en los vecinos.
Por Emilio Ruchansky
Mario y Chicho rondaban los 60 años. Vivían en Dock Sud, a pocas cuadras de su lugar de trabajo, un galpón de la empresa Victoriano Podestá, en Alem al 1500. Hacían limpieza y mantenimiento de los camiones de fuel oil que transitan a diario por ese distrito portuario, donde una pequeña reserva ecológica convive con las refinerías de Shell, Petrobras e YPF. Ayer a las 11 de la mañana murieron instantáneamente mientras soldaban un tanque vacío de combustible, pero lleno de gases. La explosión sacudió al barrio y causó destrozos en las manzanas lindantes, evacuadas por orden de los bomberos: debajo del galpón, había depósitos subterráneos de fuel oil.
“Fue más una deflagración que un incendio, una especie de explosión violenta de los gases comprimidos”, definió el director de Defensa Civil de Avellaneda, Juan Santos, que llegó al lugar guiado por la masa de humo negro. “Hace falta un libre gas de los tanques para hacer ese tipo de maniobras, como indica el artículo 158 de la ley de Seguridad”, explicó Santos. Aunque existen aireadores para extraerlo, es común que se use una máquina de aire y un ventilador para desalojar estos gases. Sin embargo, estimó el especialista, a veces se hace hábito hacer reparaciones sin tomar las precauciones mencionadas. “Por lo que pude ver, se trató de una falla humana”, concluyó el director.
“Cuando llegamos el tanque estaba con fuego generalizado”, comentó Raúl Zanazzi, jefe de bomberos de Avellaneda, que intervino junto a otras cinco dotaciones de la zona. Luego de un peritaje y la visita de un fiscal y secretario de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) número 30, fuentes policiales aseguraron que “la parte edilicia no corre peligro” y confirmaron que “no hubo heridos”. “Los elementos de prevención de incendios funcionaban correctamente y las condiciones de trabajo se ajustaban a las normas de la ART”, agregó uno de los policías consultados. Por la mirilla del portón de entrada podían verse los restos de la explosión: el tanque de acero abierto en flor, un inmenso manchón negro sobre una de las paredes y el techo desnudo (después de la explosión las chapas volaron hasta las terrazas vecinas). Además de los dos operarios fallecidos, había un hombre más en el galpón, que salió ileso porque en ese momento se encontraba cerca de la entrada. Según aseguraron varios vecinos, en esas mismas cuadras, que constituyen parte de la zona comercial de Dock Sud, existen al menos tres lugares donde se realizan tareas similares.
“Lamentablemente, los dos operarios omitieron la medición de gas correspondiente para corroborar que no existieran remanentes que pudieran generar una explosión”, dijeron anoche los directivos de Victoriano Podestá & Cía. mediante un comunicado en el que sostuvieron estar “a disposición de los familiares damnificados para brindarles todo el apoyo necesario y acompañarlos en este momento de profundo dolor”. También aseguraron que “durante nuestros 70 años de trayectoria, ninguno de nuestros 75 empleados directos y más de 200 indirectos ha sufrido ningún tipo de accidente como resultado de algún tipo de incidente como el ocurrido”.
“Tuve como 20 llamados”, informó Sandro Martínez, quien se paseaba con ventanas y puertas de vidrio rotas. Entre todos los inesperados clientes del hombre que trabaja en la vidriería San Cayetano, el que resultó más damnificado fue el dueño de la tienda Leogar, lindante al galpón, y dedicada a la venta de electrodomésticos. Sus enormes vidrieras terminaron esparcidas en la vereda. En la puerta del local, Dora y Gloria (“de apellidos poné ‘vecinas’”, pidió la primera) comentaban el hecho. “Sentí el mismo susto que la noche que explotó el barco lleno de petróleo hace como 20 años”, recordó Dora y agregó que “hubo una época en que las petroleras tiraban sus desechos a la cloaca y había tanto olor a nafta en el inodoro que nadie se animaba a prender un fósforo”.
Sin perder de vista al empleado de Leogar que colocaba los vidrios en una caja, Gloria lamentó las muertes, consciente de “que esto pudo haber sido una tragedia más grave”. Cuando éste terminó de llenar la caja, la cartonera le rogó que reservara los vidrios para su marido porque era demasiada pesada para cargarlos en su carrito. El hombre le pidió que hablara más alto y le mostró el audífono que rodeaba su oreja. Aunque todos los vecinos coincidieron en que la explosión fue “tremenda”, el empleado que estaba, pared mediante, a escasos 15 metros del tanque fue el último en espantarse. “Sentí algo, pero pensé que se había pinchado una goma, porque acá siempre andan muchos camiones”, admitió sonriente.
De regreso, sobre la autopista Buenos Aires-La Plata, tras un manto de neblina tóxica podían verse las chimeneas del polo petroquímico. El remisero, conmovido e indignado al mismo tiempo, comentaba que él mismo había alertado a los guardias de la entrada de la petrolera Shell sobre el inminente peligro de un puesto de choripanes justo enfrente de donde paran los camiones. “Es una bomba de tiempo, pero no me hicieron caso. Si salta una chispa de más podría borrar del mapa a todo Dock Sud”, aseguraba el conductor.
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