Martes, 30 de septiembre de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › UN CHICO DE 15 AñOS MATó DE TRES BALAZOS A OTRO DE 17, EN FLORENCIO VARELA
Kevin fue a buscar a su hermanita a la escuela cuando recibió los balazos a quemarropa del Monito. Los dos se habían peleado a trompadas el sábado en un boliche. Dicen que el agresor solía andar con el arma, que era de su tío. Fue detenido a cuatro cuadras del lugar.
Por Emilio Ruchansky
Kevin Mazatti pedaleaba bajo la llovizna con el pómulo hinchado y los labios lastimados. Tenía que ir a buscar a su hermana a la Escuela 7 frente a la plaza La Carolina. A pocos metros de allí, había recibido una paliza, el sábado, luego de una discusión inexplicable con el Monito, un matón de sólo 15 años. La nena salía al mediodía y cuando Kevin se bajó de la bicicleta oyó gritar su nombre. La plaza es el corazón del barrio Ingeniero Allan, en Florencio Varela, y en ese momento estaba llena de niños, niñas y madres.
–¡Vení, vení! a vos te estaba buscando –lo sorprendió el Monito, acompañado de dos amigos.
–¿Qué te pasa? –encaró Kevin cuando lo tuvo a un metro de distancia.
–Tengo esto para vos, ¡Tomá! –respondió el matón, que en un solo movimiento sacó el revólver calibre 32 de su cintura, disparó tres tiros al pecho de Kevin y otros tantos al aire, a modo de festejo.
Los amigos que lo acompañaban huyeron por una calle y el Monito por otra. Los dos policías que estaban en la plaza no pudieron competir en velocidad con el agresor. Claudio, el hermano mayor de Kevin, también estaba en La Carolina, a los besos con su novia. Corrió cuatro cuadras hasta poder atraparlo. Kevin agonizaba sobre el lodo, mientras los maestros y autoridades de la escuela trataban de detener la hemorragia. El muchacho de 17 años, un pibe muy popular en el barrio, falleció camino al hospital Mi Pueblo. El arma era el tío del Monito, y según contaron varios testigos, en los bolsillos del matón había balas, porros y cocaína.
Ayer, a sólo cuatro horas del asesinato, Miguel le contaba esta historia a PáginaI12, sentado en un banquito de la plaza. Era compañero de Kevin en el turno noche de la Escuela 7, donde ambos trataban de terminar los estudios que una y otra vez debieron abandonar por el trabajo. Se habían conocido dos años antes jugando a la pelota por la Coca Cola en ese mismo lugar. Después vendrían las noches de cumbia en la disco Complejo o en Dacri, las tardes en el cíber disparándose tiros virtuales con el Counter Strike o chateando con chicas. Miguel lo vio por última vez el sábado en Enigma, un humilde salón de fiestas en una de las esquinas de la plaza. Ese fue, también, el escenario de la pelea entre la barra del Monito, que viene del barrio Pepsi, y sus históricos enemigos de La Carolina.
“Kevin y el Monito se chocaron en el baño. El Monito lo entró a putear. Nos fuimos afuera y ellos eran más de 15, nosotros 9. Nos fajaron, pero el que más ligó fue Kevin”, recordó Miguel. No se volvieron a cruzar el domingo para jugar al fútbol porque llovía. “Nos íbamos a ver hoy (por ayer) y no alcancé a saludarlo, fue todo muy rápido”, lamentó el joven. En el último año casi no salían los fines de semana porque Kevin, que se destacaba por su “labia” a la hora de chamuyar chicas, se había enganchado a una mujer de 32 años. “Una rubia preciosa”, dijo su compañero. La chica atiende en Golopark, un mayorista de golosinas, y que se desmayó al conocer la noticia. Kevin trabajaba como peón en obras de construcción, tenía seis hermanos y el único ingreso familiar estable era el de su padre, un chofer de la línea 500 de colectivos.
Mientras Miguel recordaba a su amigo, tres chicos de 10 años estacionaron sus bicicletas y se sumaron a la conversación para aportar datos sobre el Monito. “Es un atrevido”, definió Dardo, escupiendo al piso a cada rato. “Siempre está buscando pelea, si lo mirás mal enseguida pela la navaja, se quiere hacer ver”, continuó. Los otros dos chicos, Carlos y Agustín asintieron. “No es del barrio pero viene a la escuela de acá y dicen que hace poco le robó la cartera a una señorita”, agregó Agustín. Según contaron, el Monito había llevado el arma de su tío al colegio varias veces, pero nadie lo delataba por el miedo que inspiraba, dentro y fuera del aula.
Luego de la detención, el parte policial afirmó que el revólver estaba en regla. El Monito fue conducido y alojado en el subdestacamento policial local, donde se constató que no tenía antecedentes delictivos. Ahora, el chico se encuentra a disposición da la Fiscalía de Menores de Florencio Varela, donde se resolverá su situación, ya que no se le puede imputar el homicidio.
“¿Pero cómo no lo meten preso porque es menor? ¿Y cuándo lo largan?”, insistían Leandro y César, dos amigos de Kevin, parados en la vereda de la sociedad de fomento del barrio. En ese lugar se estaba velando anoche al joven asesinado. La bronca y el ánimo de venganza eran inocultables. “Estos pendejos andan con un chumbo y se creen Dios. Estoy seguro de que se tomó toda la merca antes de ir a matarlo, ese Monito es un cagón”, reflexionó Leandro, con los ojos húmedos.
César todavía no podía creer lo que había pasado. Esa tarde había arreglado un encuentro muy importante con Kevin, un encuentro que le había cambiado el humor al finado, pese a las trompadas recibidas el sábado. “Ibamos a levantar una casilla al lado de la de su mujer y lo íbamos a ayudar entre todos. Estaba muy feliz, imaginate. Era el sueño de ellos dos”, contó amargado.
A César no le entraba en la cabeza que un pibe de 15 años no pudiera ir preso. No escondía su furia tampoco. “¿Quién tiene la culpa entonces? ¿El tío porque era el dueño del chumbo? Pero si lo tiene en regla”, vacilaba. Su amigo Leandro lo interrumpió con una pregunta retórica: “¿Y cómo sabía el Monito que su tío tenía un chumbo?”.
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