SOCIEDAD › EL TESTIMONIO DE LOS ARGENTINOS EXPULSADOS DE ESPAÑA
Volver con la frente marchita
Seis de los argentinos que España no dejó entrar llegaron ayer a Ezeiza. Quejas por el maltrato y las exigencias imprevistas.
El regreso de los argentinos que fueron expulsados de España antes de que pudieran salir del aeropuerto fue con pena y con quejas. Ayer llegaron a Ezeiza seis de las once personas que fueron retenidas en Barajas por no cumplir con los cada vez más estrictos y especiales requisitos que impone el gobierno español a quienes no dan con el estereotipo de turista con bolsillos llenos. “Nos sacaron de la fila en la que estábamos y nos pidieron que tengamos 2000 dólares y reserva en hotel para entrar. El amigo que me esperaba mandó una invitación hecha ante la policía, pero dijeron que lo necesario era una carta certificada ante escribano”, contó uno de los repatriados, que para España son “reingresados”. Según coincidieron, todos pasaron por el maltrato y la parquedad con que las autoridades migratorias los obligaron a volver a la Argentina.
El filtro que debe sortear un compatriota en su arribo a la madre patria es una especie de selección natural. Damián Castro, un marplatense de regreso, dijo que “mientras estábamos demorados, un asistente social nos dijo que tuvimos mala suerte porque todos los días, siete u ocho pasajeros tienen que quedar y en ese vuelo nos tocó a nosotros”.
Ayer, las caras de los deportados dejaban ver las historias de frustraciones y desconcierto que la mayoría no confesaba. Uno de ellos había ido a visitar una tía, otro a un casamiento, el de más allá a unas minivacaciones. En ningún caso poseían reservas como supuestamente ahora exige la reglamentación vigente. Ni tenían en la billetera los suficientes euros o dólares como para justificar la presencia en el país al que los argentinos desempleados de la clase media apuntan cuando las naves terminan de quemarse en el propio terruño.
Los relatos de los pasajeros devueltos son ilustrativos del sistema que en el último mes el Estado ibérico aplica para paliar la migración masiva de desempleados del tercer mundo que buscan una salida económica en sus ofertas laborales de segunda. Sin mediar comunicaciones oficiales, al menos según el gobierno argentino, los españoles comenzaron a exigir para ingresar demostraciones de que la persona es un auténtico turista. De esa manera, el morocho, o la rubia argentina, históricamente disculpados de la sospecha que pesa sobre cualquier latinoamericano –ecuatoriano, peruano, colombiano–, pasaron a ser tratados como cualquiera de sus hermanos continentales.
“Si cuando vas a sacar el pasaje te dijeran cuáles son los verdaderos requisitos, pero no –se quejaba ayer a la mañana, cargado con esas valijas enormes que usaba para llevarse casi todo lo que tenía–. A mí me aseguraron que exigían 30 euros por día, yo iba con 500. Pero no sabía que había que esperar un período de tres meses para volver, porque me había quedado, y ahora viajaba para quedarme allá.” El hombre se lamentaba después de haberse ilusionado con un empleo que le alcanzaría incluso para enviarle unos doscientos dólares por mes al resto de sus familia en Mar del Plata. Ayer fueron cuatro los marplatenses que venían en la partida de devueltos. El gobierno español se niega a nombrar como deportados a sus expulsados, y el argentino también. Consideran que las personas a las que se obliga por la fuerza a subir nuevamente al avión a las pocas horas de arribar a Barajas “no tienen sus papeles en regla”.
“Nos trataron pésimo.” Esa fue la ayer la frase elegida por todos los repatriados. Pablo Poggio, Damián Castro, Juan Carlos Villa, Leonardo Martín, Daniel Oscar Collazzi y Carlos Castro —cuatro marplatenses y dos porteños— habían partido el martes en un vuelo de Iberia. “Yo viajé rumbo a Barcelona porque iba al casamiento de una tía a la que hace tres años que no veo”, explicó Pablo Poggio. Tiene 21 años y pertenece a una de las franjas etarias que más riesgo de ser deportada tiene. “Nunca pude ir más allá del aeropuerto de Madrid, porque allí me demoraron junto a otros latinoamericanos –explicó–. Me exigían 2000 dólares para el ingreso y yo llevaba sólo 300, porque iba a parar en la casa de mis parientes”, completó el joven.