SOCIEDAD › EL FIN DE UNA EPOCA: YA NADIE QUIERE TENER CAMIONETAS
Chau a las superpoderosas
Fueron el símbolo del consumo en los años 90 y hoy se convierten en un síntoma de la época: nadie las quiere. En un año pasaron de representar el 25 por ciento del mercado al 2 por ciento. Quienes aún las usan, prefieren tenerlas sucias y abolladas, para disimular. El miedo al robo y el secuestro también está tras un cambio en el Conurbano: en muchos municipios optaron por hacer titilar los semáforos por la noche porque nadie para en la luz roja.
Por Alejandra Dandan
Ellos son un matrimonio de jóvenes profesionales, con tres hijos, habitantes de un barrio cerrado de Escobar. Hace dos semanas pusieron en venta su camioneta, una Mitshubishi Montero GLS modelo ‘96. Por cuestiones de seguridad o de psicosis han decidido dejar de usar el vehículo, y, por las mismas razones, prefieren obviar su apellido: “Es horrible –dice la señora Montero–, en tu propio país de repente de la noche a la mañana te tenés que andar escondiendo”. Bajarse del auto, bajarse de la camioneta, y en especial de las 4 x 4, eso es lo que está sucediendo en el país y viene creciendo en los últimos meses. Como nunca antes, los hombres del mercado automotor reciben un pedido insólito de los sectores medios crecidos bajo los parámetros fashion del menemismo: el perfil bajo. Uno de los emergentes claros de este fenómeno es el mercado de las 4 x 4. Fue un símbolo de la fiebre del consumo en los ‘90 y puede convertirse ahora en un síntoma de época. Sus propietarios no las quieren más, les temen, las detestan: en sólo un año pasaron de ocupar el 25 por ciento del mercado de autos a menos del 2 por ciento. Están quienes las venden y quienes las guardan hasta mejores tiempos. Entre las causas hay diferentes explicaciones, desde el miedo a la incomodidad de un brillo desaconsejado en estas épocas.
Los entendidos ven caer la venta del mercado de autos desde comienzos de año. No están sorprendidos por eso. Aseguran, como lo hace Miguel Luzza, de Viel Automotores, que se están manejando datos de las peores épocas: “Venimos tan mal –dice Luzza– que estamos por abajo de los años ‘60”. Hasta aquí los datos de la crisis son más o menos conocidos, el INdEC se ocupa todos los meses de actualizarlos, incluso entre los consumidores del sector. Lo que nadie calculaba era otro factor: el pánico. “Tal cual –dice Luzza– todos quieren bajar el perfil de sus autos y si están abollados y rayados, mejor todavía.”
Esto está sucediendo entre los dueños de las llamadas marcas premium, las mejores marcas, pero tiene un coletazo también en los sectores de medio pelo. Y aquí, quienes conocen al público y a los autos hacen su propio diagnóstico al estilo de un buen médico: “Mire, ¿observó la calle? –pregunta ahora Guillermo Dietrich, presidente de la Cámara Argentina del Automotor–. Acá hay dos tipos de perfiles: los dueños de los BM y de los Mercedes y el sector que usa las ‘vagón express’, o sea las 4 x 4. Todo el mundo, todos, se están pasando a marcas más baratas, en la calle cada vez hay autos más viejos”.
Eso es así, pero cada usuario se mueve de modo distinto. Los BM y Mercedes, más sofisticados que el resto, no los venden ni los cambian, intentan mantenerlos guardados. En tanto, usan alternativas, tal vez una marca con menos estilo. Julio Zalacain, de Tito González, está convencido de que el problema del Mercedes, de hecho, no es el precio sino el estigma: “Los dueños andan preocupados por la estrellita –dice–: se quieren sacar de encima hasta los Mercedes más viejos que son muy baratos”. Uno de los ejemplos es el modelo ‘86, un auto de menos de 10 mil pesos. Sus propietarios temen terminar en los catálogos de posibles secuestros: “Porque los viejos ladrones –explica Zalacain–, si veían un auto de esos seguían de largo; en cambio ahora creen que en cualquier Mercedes hay un tipo de plata”.
En ese escenario general, cayeron también las superpoderosas 4 x 4, y con ellas, y en el mismo precipicio, cayeron sus conductores standard, los modelos y las marcas.
Las superpoderosas
–¿Qué cuánto hace que no lavo mi Cherokee? Vive hecha un cascote y desde hace algunos meses, es cierto, la lavo menos que de costumbre, es más, no la lavo. Pablo Cherokee es ingeniero agrónomo. Todos los días viaja desde Palermo Chico a su trabajo en el campo. Eso ocurre siempre, es decir, ocurría:
–Se me hicieron las seis de la tarde y no vuelvo: me quedo a dormir en el campo. Seamos claros –insiste–, lo que es conurbano bonaerense no es para andar de noche.
La dimensión del cambio entre los usuarios de las 4 x 4 pueden darlo las viejas estadísticas. En el ‘98 estas camionetas vivieron su boom de ventas. Todavía la convertibilidad guiaba el horizonte de los sectores medios urbanos, aún existían proyectos a largo plazo que estimulaban la demanda de servicios, bienes y artículos en créditos. En ese momento, se presentaba a estas camionetas como “el auto urbano de fin de siglo”. Entre el ‘96 y el ‘98, el nivel de venta había crecido 200 por ciento. Y eso sucedía mientras el promedio del resto del mercado de autos había aumentado en ese período apenas siete puntos.
¿Por qué apareció ese apego argentino a estas máquinas? ¿Y qué hacían en los supermercados estas camionetas diseñadas para safaris? Cualquier respuesta a estas preguntas necesita una aclaración: aunque los sectores medios y medios altos del país generaron un tipo de alianza simbiótica con estos motores, las 4 x 4 crearon una adicción furiosa en buena parte del planeta (ver aparte).
Vulnerables
El cambio de hábito del público doble tracción comenzó a notarse en diciembre y se acentuó en los meses siguientes, sobre todo entre los usuarios urbanos. Los especialistas aseguran que las camionetas que abandonan los habitantes de la urbe se las están llevando los del interior del país. “Las están aprovechando”, dice ahora Alberto Príncipe, segundo de la Cámara de autos. “En el interior no está tan cercana la idea del peligro y aprovechan ahora los precios de los usados que están absolutamente devaluados.”
Pero no todos sus dueños están dispuestos a venderlas. Así como con los autos, también entre las camionetas existen distintos públicos, diseños, marcas, modelos. Esas diferencias funcionan como un signo de distinción entre los usuarios. En un análisis rápido, los entendidos clasifican ese universo en dos grandes grupos: los más populares, al estilo farolero japonés, y el resto. Los primeros se convirtieron en una especie de símbolo de los ‘90: “Sobreactuaban el consumo, con la ostentación, la aparatosidad y la imagen buscando aumentar el status y el reconocimiento social”, explica Wilensky. Y los prototipos –siempre en términos de promedio– eran los dueños de una Grand Cherokee, jóvenes de clase media, empresarios, ejecutivos, vinculados al mercado de la importación o al negocio de las tecnologías. Eran quienes invertían 60 o 70 mil pesos en la camioneta cuando tenían un capital total que no superaba los 100 mil. Y este es uno de los sectores donde se hace más notorio el cambio de hábito. Y se nota porque lo sobreactúan, tanto como lo hicieron en los ‘90 pero al revés: “Así como se sobreactuó la ostentación en los ‘90, ahora –dice Wilensky– se sobreactúa este tipo de moda del pánico: no es que cambian un auto importado por uno cero kilómetro nacional. No. Pasan a uno destartalado, y cuanto más destartalado mejor”.
Mientras tanto, el mismo ingeniero Pablo de Palermo Chico decidió cambiar la camioneta. Durante un mes la abandonó y la dejó en el campo. Usó una más vieja, más blanca y menos perceptible. Cuando se le rompió, el precio de los repuestos lo obligó a regresar a su querida Cherokee. Pero desde ese momento abandonó sus paseos nocturnos por la ciudad y no vuelve del campo cuando oscurece. En su edificio tiene guardia y seguridad armada durante todo el día, cámaras y filmadoras: “Así y todo hace tres meses decidí blindar la puerta de mi casa del piso treinta”. Un vecino le preguntó si estaba psicótico. El le respondió:
–Puede ser, pero además está barato. Hará lo mismo con la camioneta, les pondrá una película a los vidrios para reforzarlos. Pero no es el único ni el más atemorizado. Hay pautas de conducta vinculadas al tema de la inseguridad que también asombran a los empleados de las concesionarias. Julián Zalacain, de Tito González, tuvo una prueba. Hace unas semanas uno de sus clientes le dejó una camioneta para un service completo. Terminado el trabajo, se la llevó, pero en el medio lo vieron enfurecerse: “¿Sabe por qué? –recuerda ahora Zalacain–, sólo porque le habíamos lavado el auto: hacía treinta días que lo venía ensuciando para pasar inadvertido”.
Las mujeres son uno de los sectores con más temores. El señor Discovery asegura que es su mujer quien ahora le pide el cambio de imagen. Tienen una 4 x 4 y la pusieron en venta en estos días. Entre las mujeres, las camionetas habían conseguido uno de sus públicos más fieles. Hasta los ‘90, las alternativas locales de esos autos eran los familiares: “Las rurales o las break –vuelve a explicar Wilensky–. Tenían una estética demasiado cercana a los Campanelli, poco adecuadas para el modelo de confort fashion estimulado durante el menemismo”. Y ellas las tomaron justamente por eso: “De ama de casa que iba en busca de sus hijos a la escuela –dice–, se vieron más parecidas a una pequeña empresaria, otro de los modelos valorados en la década”.
Las camionetas, de hecho, han perdido la fortaleza y mientras tanto van desapareciendo de la ciudad. Príncipe, de la Cámara, lo explica así: “Ya no pasan ni por las autopistas, ni por el conurbano, ni por otro lado. ¿Y por qué? Por la sensación de que las balas pasan cada vez más cerca”.