SOCIEDAD › CON CELEBRES INVITADOS, FUE INAUGURADA LA BIBLIOTECA
Alejandría cumplió su sueño
Con la inauguración se devuelve a la vida al antiguo centro del saber. Hubo reyes, científicos, escritores y músicos.
Por Jacinto Antón *
Desde Alejandría
“En apestosos burdeles, sobre colchones manchados/el amoroso festín de una forma de morir amando.” Lawrence Durrell no reconocería su Alejandría en esta ciudad que se ha lavado la cara primorosamente y luce como una jovencita, ocultando con afeites sus arrugas y cicatrices milenarias. La vieja urbe egipcia tenía ayer una cita con la historia y acudió a ella sometida a una radical sesión de maquillaje y a unas medidas de seguridad tan estrictas que la convirtieron en una metrópolis limpia pero fantasma, despoblada. Ayer, por fin, tras penosos aplazamientos, se celebró la inauguración oficial de la nueva Biblioteca de Alejandría y culminó el sueño de devolver a la vida aquel gran centro intelectual, nacido en el siglo IV antes de Cristo, que persiguió la utopía de reunir bajo su techo todo el saber de la humanidad. Al acto acudieron numerosas personalidades, entre ellas las reinas Sofía de España, Rania de Jordania y Silvia de Suecia y el presidente francés, Jacques Chirac.
El presidente de Egipto, Hosni Mubarak, ofreció la resucitada Biblioteca al mundo como símbolo e instrumento de diálogo y paz para estos tiempos convulsos. En un día que amaneció lluvioso pero se convirtió pronto en una jornada soleada, la renacida Biblioteca resplandecía junto al mar embravecido que golpeaba contra las playas vacías. El brillo metálico del disco inclinado de las salas de lectura –el elemento principal de la fisonomía de la nueva Biblioteca– resultaba deslumbrante. Banderas de todos los países que han colaborado en la construcción del centro, auspiciada por la Unesco, flameaban a lo largo de la desierta corniche (el paseo costero), cerrada casi completamente al tráfico en toda su extensión. Entre los coches oficiales uno casi creía divisar el gran Rolls plateado de ruedas amarillas de Nessim, el personaje de Justine. En la Biblioteca, la atmósfera onírica, casi poética, se disolvía en controles férreos, con gran despliegue de la Guardia Republicana, la contundente unidad militar que acompaña a Mubarak.
La presencia de las reinas en la inauguración añadió un bello guiño al pasado al rememorar el gran papel que las mujeres de la dinastía de los Ptolomeos, las Berenices, Arsínoes y Cleopatras tuvieron en la antigüedad alejandrina en el impulso de la cultura. La primera dama de Egipto, la esposa de Mubarak, Suzanne, que tiene el carnet número 1 de la Biblioteca y se ha situado como su principal impulsora, se impuso en las ceremonias como el rostro femenino del nuevo centro, aunque tuvo que competir con el sencillo magnetismo de otra mujer, la cantante Sinead O’Connor, que acudió con un vestido palestino rojo y con el pelo cortado a cepillo. La cantante regaló un portafolio con dibujos sobre los derechos humanos, un volumen muy grande, ajena la irlandesa sin duda al dicho clásico “libro grande, gran mal”. También fue significativa la representación del mundo cultural, con científicos y literatos que recordaron aquel cosmos de agitación intelectual que fue la Biblioteca (con bibliotecarios de nombres inmensos como Eratóstenes, Apolonio de Rodas y Aristarco). Estuvo, por ejemplo Wole Soyinka, miembro del consejo de honor del centro, del que forman parte también el Nobel de Química Ahmed Zewail, Tahar Ben Jelloun y, como no podía ser de otra manera, dada la naturaleza borgiana del proyecto, Umberto Eco. Soyinka, que regaló a la Biblioteca unos poemas todavía inéditos de Toni Morrison, destacó que la inauguración es “un acto de gran renacimiento” y “un momento histórico”.
Mubarak pronunció un largo discurso, tras el que se presentó un audiovisual en tres dimensiones sobre la antigua Biblioteca y el proyecto de la nueva. La ceremonia, con profusión de flores y banderas y un recital de músicas de los cinco continentes –Sinead O’Connor cantó por Europa una plegaria de San Francisco de Asís y el pianista estadounidense RandyWeston interpretó la más que oportuna “Three pyramids and the Sphinx”—, se desarrolló especialmente en la gran sala de lectura con su bosque de columnas papiriformes y se cerró con una representación a cargo de 700 niños de todas las regiones de Egipto bajo la forma de mensaje de paz para los pueblos del mundo, en árabe, con fragmentos de la Novena Sinfonía de Beethoven y su “Himno a la Alegría”. Para después estaba prevista una recepción oficial en el palacio de Ras El-Tine, con otro espectáculo de canciones y operetas sobre la historia de Egipto y que se debía celebrar en un decorado que incluía una reproducción del Faro de Alejandría, nada menos.
La nueva Biblioteca, con sus espectaculares instalaciones, sus más de ocho millones de libros previstos y su costo de más de 200 millones de dólares, lleva de hecho meses en funcionamiento tras la abortada inauguración del pasado abril a causa de la inseguridad en Oriente Medio. Su principal reto estriba en poder asumir su condición programática de faro de cultura y ciencia y de lugar de encuentro internacional en un mundo sacudido por trompetas de guerra y muerte.
La Biblioteca, engastada como una piedra preciosa en el puerto Este, junto al mar, ante la punta de Silsila, se ha convertido ya en el nuevo emblema de la ciudad, una ciudad que ha ido viendo cómo el tiempo le arrebataba despiadadamente todos sus grandes monumentos clásicos, los palacios ptolemaicos, la tumba de Alejandro, el Faro (aquel segundo sol derribado cual Faetón en las aguas del puerto), el templo de Serapis, el Museo, la Biblioteca antigua, dejándole sólo para cubrirse el velo de la leyenda, la literatura y el recuerdo. Sepultada la Alejandría ptolemaica, casi desaparecida la villa cosmopolita, las “melancólicas provincias” del viejo Cavafy, atravesadas por el estrépito de los tranvías y punteadas por el rojo de los tarbouches, el gorro tradicional, la nueva Biblioteca surge como el elemento identificatorio de la megalópolis moderna.
* De El País, especial para Página/12.