Domingo, 18 de octubre de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › REGINA REYES NOVAES, ANTROPOLOGA SOCIAL
Es brasileña y reconocida especialista en temas de juventud. Coordinó una investigación sobre jóvenes en seis países del Cono Sur. Aquí, explica y analiza los resultados del estudio.
Por Mariana Carbajal
“Las políticas que criminalizan el consumo de las drogas favorecen la proliferación de pandillas juveniles”, afirma la doctora en antropología social brasileña Regina Reyes Novaes. Como reconocida especialista en temas de juventud, integra la Comisión Nacional Drogas y Democracia, en su país, que promueve un cambio de paradigma en el abordaje de la problemática de las drogas y el narcotráfico. Novaes coordinó una encuesta regional para conocer las opiniones, actitudes y experiencias de los jóvenes sudamericanos, que se aplicó en Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia y Brasil. La experta analizó en una entrevista con Página/12 los hallazgos más interesantes del estudio, pionero en su tipo, que abarcó a unas 15.000 personas. Las maras, el embarazo adolescente, la criminalización de los territorios urbanos y cómo afecta el patrón estético dominante a las jóvenes fueron algunos de los temas que analizó en la charla con este diario.
Ex secretaria adjunta de la Secretaría Nacional de Juventud del gobierno de Lula da Silva entre 2005 y 2007, Novaes tiene una larga trayectoria como investigadora sobre temas de juventud y pobreza en las favelas. Fue presidenta del Consejo Nacional de Juventud de Brasil y es profesora del posgrado en sociología y antropología de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). La semana pasada estuvo en Buenos Aires para participar de un seminario en la Fundación SES. En el encuentro se analizaron con otros especialistas los resultados de la investigación “Juventudes sudamericanas; diálogos para la construcción de una democracia regional”, realizada entre 2008 y 2009 por una red de instituciones especializadas en juventud en los seis países. Los resultados del estudio argentino fueron adelantados oportunamente por Página/12.
–¿Qué significa ser joven hoy en la región?
–Más allá de todas las diferencias que encontramos entre los seis países, hay algunas coincidencias para destacar: las consecuencias del modelo económico de desarrollo afectan particularmente a los jóvenes. La juventud es un momento entre la protección de la infancia y la autonomía para la madurez, es un momento en el que hay que pensar en el futuro. La inserción productiva es el principal problema que los afecta: hay jóvenes que no pueden estudiar, pero los que sí pueden, consiguen empleos en calificaciones muy por debajo de sus estudios. Este es un fenómeno nuevo.
–A muchos adultos les pasa lo mismo.
–Pero no tuvieron esa experiencia en cuanto jóvenes. Claro que los cambios afectan a toda la sociedad, pero los adultos no están en un momento de definiciones. Los jóvenes, en cambio, sí, tienen que hacer estrategias para entrar al mercado de trabajo. Todos están preocupados porque el estudio que siguen no les da posibilidad de inserción cierta. Terminan la universidad y no consiguen trabajo acorde con lo que estudiaron. Esto se ve en los seis países. La cuestión de la educación es un grave problema. El segundo problema común tiene que ver con la violencia. Hay una criminalización territorial de áreas urbanas, por la presencia del tráfico de drogas. Antes un obrero podía vivir en un barrio de trabajadores, pero no estaba criminalizado el territorio urbano.
–¿Cómo afecta este nuevo escenario a los jóvenes?
–Algunos jóvenes trafican, hacen de la venta de drogas su forma de supervivencia, otros consumen, otros no trafican ni consumen pero viven allí y sufren la violencia simbólica que significa poder perder un trabajo por tener ese domicilio que los clasifica inmediatamente como delincuente. Y hay otros que no trafican, no consumen, no viven allí pero salen a la noche para divertirse y también son afectados por peleas, o por la policía. La policía –y éste es un aspecto muy importante–, no tiene una manera adecuada de abordaje de la cuestión juvenil. Disputas que podían resolverse con una pelea, tal vez a las piñas, terminan en muerte. La cuestión de la muerte debería estar lejos de la juventud. Sin embargo, todos los jóvenes hoy en día conocen la muerte de pares. Así surge de las encuestas que hemos hecho. Todos conocen la muerte de un primo, de amigos o vecinos de su edad.
–Otra marca generacional es la presencia de las nuevas tecnologías.
–Sí, son jóvenes en un momento en que cambia la relación tiempo y espacio. Es la primera generación juvenil en la que Internet llega a las clases populares, a través de cibercafés, ONG o programas gubernamentales. Hay sitios de hip hop a través de los cuales jóvenes de la periferia de Brasil se ponen en contacto y hablan con pares de la periferia de Francia y otros países.
–¿Cuáles son las demandas de los jóvenes?
–La primera es una educación con calidad, en la que la teoría y la práctica se aproximen, de acuerdo con los moldes del siglo XXI. La demanda por una educación de calidad tiene distintos enfoques. Los jóvenes incluidos, universitarios, demandan al Estado regulaciones en las pasantías laborales, para que no terminen siendo mano de obra barata, o que los destinen a servir café en las empresas. Los que tienen inclusión precaria piden que la escuela secundaria les permita opciones de carreras que tienen que ver con las nuevas demandas del mercado, no las clásicas como peluquería o mecánica, sino como agentes de cultura, de medio ambiente, o acompañamiento de adultos mayores. Y por último, los jóvenes excluidos, que quieren ingresar al sistema, reclaman no tener que abandonar sus estudios para ayudar económicamente a sus familias. Si hay un problema que está presente en los seis países es el abandono y el desinterés en la educación media. Es clave la reformulación de la escuela media en los seis países.
–¿Entran los problemas de los jóvenes en la agenda prioritaria política?
–En los ’90, cuando se hicieron las reformas neoliberales, con la idea de un Estado más pequeño y la flexibilización laboral, los organismos internacionales vieron que había un problema entre los jóvenes. Por iniciativa de las agencias multilaterales de crédito empezaron a pensar en proyectos de inserción laboral de jóvenes. De los seis países en los que realizamos la encuesta, cinco crearon institucionalidades juveniles, ya sea un ministerio, una secretaría o una coordinación de juventud. El único que lo hizo a través del Ministerio de Trabajo fue Brasil. Pero se crearon estos espacios no con una idea de derechos sino de capacitar a los jóvenes para el mercado de trabajo como un medio para prevención de la violencia. Pero a comienzos de los años 2000 se empezó a hablar sobre derechos de la juventud, con la llegada de Néstor Kirchner a la Argentina, de Evo Morales en Bolivia. Es un nuevo paradigma. En Brasil, en 2005, se creó la Secretaría Nacional de Juventud.
–¿Se traduce este cambio de paradigma en políticas dirigidas a las juventud?
–Todavía no. Es un problema grave que las políticas de Estado están segmentadas por ministerios diferenciados, que no tienen, necesariamente, una mirada hacia la juventud. No hay políticas integrales de juventud, transversales. En los ministerios de Desarrollo Social piensan que es más urgente dar prioridad a los niños y a las familias. En Brasil queríamos dar una beca a los jóvenes y el Ministerio de Desarrollo se oponía porque quería darles el dinero a las madres. Nosotros queríamos darles autonomía.
–¿Quién ganó la pulseada?
–Se impuso nuestra visión. Es muy difícil lograr la legitimidad de los espacios de juventud para hablar con los ministerios. En Argentina hay un Instituto Nacional de Juventud que depende del Ministerio de Desarrollo Social. Por otra parte, la opinión pública piensa que como los jóvenes tienen fuerza física se las tienen que arreglar solos. Además, la sociedad los mira con mucho miedo, por la cuestión de la violencia. Incluso, los propios jóvenes, según surge de nuestra encuesta, repiten esa visión estigmatizada, repiten los prejuicios con otros jóvenes. El otro problema que vemos es que los jóvenes que llegan a conducir los espacios de juventud gubernamental, desde movimientos de base juveniles, terminan haciendo lo que el partido político que está en el poder les pide, son cooptados. Y a su vez, tienen poco presupuesto.
–¿Hay experiencias positivas de políticas públicas?
–Sí, en todos los países se procura pensar los programas de inserción laboral, a partir de la capacitación profesional con familias ocupacionales: con una misma base técnica dar opciones para distintas profesiones. Otro aspecto en el que se ha avanzado es en el de los derechos sexuales y reproductivos: en todos los países hay programas. Hasta hace un tiempo atrás este tipo de programas tenían una visión moralista, inquisidora.
–De todas formas, persisten los obstáculos, al menos en la Argentina, para que llegue la educación sexual a las escuelas y no hay fuertes campañas de difusión de los programas de salud sexual y reproductiva.
–Es cierto. Pero hay un nuevo paradigma, de otras maneras de pensar el pasaje de la juventud a la edad adulta. La cuestión de matrimonio era un marco importante antes en ese camino. Ya no lo es. Lo mismo con respecto a la diversidad sexual. En la sociedad persisten prejuicios, pero se observa que están disminuyendo igual que la discriminación.
–¿Cómo condiciona el proyecto de vida de los jóvenes el embarazo adolescente?
–Vemos que jóvenes que son madres o padres adolescentes vuelven a tener una esperanza, a interesarse por la vida, motivados por sus hijos. Ya no se ve como un problema social aislado. Lo que nos muestra que tenemos que darles información a los jóvenes, para prevenir un embarazo, pero también otra perspectiva de vida, mostrar alternativas diferentes de trayectorias de vida, otras experiencias para que puedan optar. Con la información no alcanza.
–¿Qué políticas favorecen la formación de las pandillas juveniles?
–Fundamentalmente, las políticas segregacionistas, que criminalizan el consumo de las drogas, con el actual modelo que impera en la región, que trata de la misma manera a quien puede consumir y tener una experiencia rápida y a quien trafica. El reciente fallo de la Corte Suprema argentina abre un camino a seguir.
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